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ÁNGELES PEÑALVER
GRANADA
Lunes, 9 de abril 2018, 13:23
José Miguel Fernández anunció a su familia hace doce años que iba a estudiar Medicina. Nadie lo comprendió. El grito en el cielo. Les parecía una locura. Algo innecesario en una familia gitana, en la que los padres regentaban un asadero de pollos en el ... barrio de Cartuja. Pero él, con dos niños y una solvente empresa de albañilería a medias con un primo, cumplidos ya los 25 años, lo tenía claro. Contaba con un piso modesto en Almanjáyar y un coche sencillo, dos hijos, el pequeño con dos meses, una mujer, María Ángeles, que lo apoyaba, y los abundantes ahorros del 'boom' inmobiliario.
Él, chaval del polígono, estudió en el colegio Amor de Dios y allí hizo un FP de Auxiliar de Clínica. E inmediatamente se puso a ejercer de escayolista y yesista en la obra, como el resto de su entorno. Sin embargo, algo especial había en José Miguel, ese niño a cuya madre las monjas le insistían para que estudiara. Él hizo el Bachillerato nocturno después de las cansadas jornadas en el tajo y sacó sobresaliente en Selectividad. Sus padres no lo animaban a ser un empollón, pero lo respetaban. «Las prácticas de FP en un entorno laboral sanitario me descubrieron un ambiente nuevo. El barrio actúa como una tapadera de la realidad y hay que salir del él para crecer y conocer otras cosas», recomienda el joven en el Día del Pueblo Gitano, que se celebró ayer domingo.
«Quería algo mejor. Mi mujer tiene un módulo de Educación Infantil aunque no ejerce y se puso a fregar escaleras para que yo estudiara. También me becaron. Me pasé toda la carrera en la biblioteca de la facultad y en la Biosanitaria, porque con los niños pequeños en casa era imposible. Cabezón y constante soy bastante», evoca José Miguel, quien valora muchísimo el apoyo de María Ángeles. «Es nuestro ancla en casa».
Finalmente, sacó la carrera del tirón y tras cuatro años de prácticas en el hospital de Motril, donde fue calificado con la mejor nota como residente, empezó a trabajar para el SAS de médico de emergencias en Almuñécar. «Imagínate cómo ha cambiado mi vida. Estamos muy felices». Su madre, bromea, desde que él se licenció se olvidó de su nombre real y sólo se refiere a él como «mi hijo, el médico». «Conozco a una compañera ginecóloga, hija de gitano. Una mujer muy válida. El que quiere, puede», apostilla.
José Miguel está pensando hacer una especialidad Quirúrgica. Mientras su hija, de 16 años, matriculada en el colegio Padre Manjón de Almanjáyar, saca notas muy buenas y sueña con ser médica. «Te diré que abiertamente nunca he sentido rechazo por ser gitano, aunque ha habido comentarios, pero nunca hirientes. Cuando trato a un paciente gitano, a veces me pregunta si lo soy y se pone contento de saber que sí. Por el contrario, otros enfermos me han creído árabe y han pedido ser vistos por otra persona. Hay de todo», se despide con naturalidad.
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