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JAVIER F. BARRERA
GRANADA
Martes, 26 de junio 2018, 11:09
Una, dos, tres, cuatro, cinco... Mateo y Omar empezaron aquella mañana a contar las colillas de tabaco que se iban encontrando tiradas en el suelo durante el trayecto que media entre su centro escolar, el colegio público Abencerrajes, en el Zaidín, y el Ayuntamiento de Granada. Con los exámenes ya terminados y con el final de curso a la vuelta de la esquina, Marcelino Mora González, tutor de cuarto de primaria del colegio, había programado una visita con los alumnos. La idea es que conozcan las administraciones e instituciones. Y qué mejor forma de celebrar el fin de las clases que una visita al antiguo convento de la Plaza del Carmen, lleno de cuadros y de historia de Granada.
Seis, siete, ocho, nueve, diez... Lo que nadie tenía previsto es que Omar y Mateo, un poco para no aburrirse, un poco como juego, para hacer más entretenido el paseo hasta el Ayuntamiento, se dedicaran con método y disciplina a contar cada una de las colillas de cigarro que encontraran a sus pies. Se había cruzado también por medio la actividad que durante este último trimestre ha centrado los esfuerzos de los alumnos del colegio público Abencerrajes.
Se trata de la Semana del Desarrollo Sostenible, que enseña a los alumnos la importancia de la naturaleza, la ecología, la fauna y la flora, la conservación, el reciclaje de la basura y los hábitos saludables de vida. Mateo y Omar, al igual que sus compañeros de clase, han pasado estos últimos días investigando y estudiando estas materias. Y han aprendido. Por eso decidieron contar las colillas, «porque nada más pisar la calle nos encontramos con cinco en la puerta del cole», explican.
Cien, ciento una, ciento dos, ciento tres... «Nos interesó el tema de la contaminación industrial», cuentan Mateo y Omar, «y quisimos contar las colillas en el trayecto de aquí al Ayuntamiento. Contamos más de seis mil colillas en la ida. A la vuelta, unas ocho mil. Así que entre la ida y la vuelta, había en el suelo tiradas quince mil colillas. Y solo veinte colillas estaban tiradas en las papeleras por las que pasamos». El trayecto que siguieron, que dura casi una hora, empezó en el colegio, siguió por el Paseo del Emperador Carlos V, «y luego todo en línea recta. Cruzamos el puente de los Sánchez, la Carrera de la Virgen y ya hasta el Ayuntamiento». El trayecto de vuelta fue distinto. «Para seguir contando colillas volvimos por la calle Navas y por el Violón y contamos las que no habíamos contado a la ida, porque nos cambiamos de acera. Así que las colillas no eran las mismas», razonan mientras explican su particular método científico.
Mil, dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil... Seis mil setecientas fueron las colillas que habían contado en el momento en que entraron por la puerta principal del Ayuntamiento de Granada. Marcelino, el tutor de la clase, explica ahora que «la actividad era una visita al Ayuntamiento. Fuimos en dos turnos. Primero fue tercero de Primaria y luego nosotros, los de cuarto. Los de tercero fueron recibidos por el alcalde. Nosotros fuimos recibidos por la concejala Raquel Ruz. La saludamos y ya está. Entonces, durante la visita, nos encontramos con el concejal de Urbanismo, Medio Ambiente, Consumo y Salud, Miguel Ángel Fernández Madrid. Omar y Mateo aprovecharon para comentarle lo que había pasado desde el cole hasta aquí, y nos pidió que le escribiéramos una carta».
Seis mil setecientas una, seis mil setecientas dos, Seis mil setecientas tres... Omar y Mateo terminaron junto a su clase la visita al Ayuntamiento y salieron por la Plaza del Carmen hacia la Calle Navas dispuestos a seguir contando las colillas. Cuando llegaron al Instituto, con ayuda de su tutor, redactaron la carta que se envió al concejal Fernández Madrid. En la misiva, que firman Omar y Mateo, explican al concejal lo que ya le dijeron en persona durante su visita al Ayuntamiento de Granada, que habían contado las colillas. «Con esto, le queremos decir que procure que la gente evite tirar las colillas al suelo, y en el caso de que ocurra, poner las sanciones correspondientes». Y más. «Otra idea es concienciar a la gente de la necesidad de mantener limpia nuestra ciudad. Para ello, pueden hacer campañas publicitarias que ayude a solucionar este problema o prohibir fumar en determinados espacios de nuestra ciudad como calles principales, plazas y parques».
Los compañeros de clase, pese a tener entre 9 y 10 años, tienen claro que hay que hacer las cosas bien. Inés, por ejemplo, comenta que «hay mucha gente que no sabe dónde se tiran las colillas, en qué basura. Y yo tampoco lo sé. ¿En el cubo de la basura? ¿Encendida? ¡Es que la gente la tira al suelo y la pisa!».
El mismo Omar explica que «además de tirarlas y ensuciar, contaminan, porque una colilla tarda cincuenta años en desintegrarse, en descomponerse. Y eso lo hemos estudiado e investigado nosotros».
Otro compañero que también se llama Omar explica su experiencia personal: «Mi padre una vez paró de fumar, pero si tú fumas un cigarrillo, y dices solo lo voy a probar, pues está bien porque solo es uno. Pero la mayoría vuelve a fumar y se engancha. Mi madre antes fumaba, pero hay una cosa para no fumar. Dejó de fumar con un método que es una barrita de regaliz que la muerdes cuando tienes ganas de fumar y también comiendo zanahorias».
Alberto, por su parte, cuenta que «cuando una persona fuma no está bien, porque se hacen daño a ellas mismas, pero también a los demás». Darío, entonces, se pregunta: «¿Por qué la gente no quiere dejar de fumar y no para cuando fuma por primera vez?». Y, todos a una, le responden del tirón: «porque se enganchan». Toma la palabra Claudia, que cuenta que «mi tía fuma y un día vi que en el paquete tabaco ponía que nueve de cada diez cánceres de pulmón los produce el tabaco». Blanca, Carlota y Nerea también intervienen y hablan de las cachimbas y de los cigarrillos electrónicos, «que dicen que saben a rosas».
Irrumpe Gala, soliviantada: «¿Qué les cuesta tirar el cigarrillo a la basura? Aunque esté a dos metros para eso existen las piernas, para andar». Cierra Mateo, que lo deja claro: Cada calada que das te quita un minuto de vida».
Catorce mil novecientos noventa y seis, catorce mil novecientos noventa y siete, catorce mil novecientos noventa y ocho, catorce mil novecientos noventa y nueve, quince mil. Colillas y razones para no tirarlas al suelo. Te lo dicen Omar, Mateo y sus compañeros de clase del colegio público Abencerrajes.
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