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Jose y Paqui se conocieron hace más de tres décadas en Granada. Ella llegó a la ciudad desde Córdoba para estudiar en la universidad. Él ... era su vecino. Y así empezó una historia de amor que selló el 22 de diciembre de 1991. Una boda el día de la Lotería. Cada uno de ellos, la suerte del otro. Ayer, en la planta 10 del Virgen de las Nieves volvieron a darse el sí quiero rodeados de dos familias, una, la que tenían antes de llegar al hospital, y otra la que han formado allí dentro.
«Ha sido un sueño», afirmó José, sin poder contener la emoción. Él lleva desde diciembre ingresado en el centro sanitario. Ella teje cada día sentada junto a su cama mientras él pone banda sonora a su habitación y al resto de la planta. «No sabía si la enfermedad me permitiría hacerlo más adelante y tenía claro que quería hacerlo», aseguró el novio, que se cambió el pijama para recibir a una novia, a la que 33 años después quiere todavía más y todavía mejor que la primera vez.
Antes de las cinco de la tarde, todo era emoción. María del Mar, amiga de la novia, salía del pasillo donde está ingresado Jose, con el vestido de Paqui en la mano. Se había encargado de peinarla y maquillarla. Detrás, hecha un manojo de nervios aparecía la protagonista, que quería estar perfecta para la ocasión. A los pocos minutos, mientras ella asomaba deslumbrante, desde el ala de hematología se escuchaba cómo el personal jaleaba a Jose. Hecho un pincel, en su sillón, no podía contener las lágrimas mientras familiares y trabajadores gritaban ¡viva el novio! Salía del pasillo, hacia el altar improvisado en el hall de la décima, pidiendo un pañuelo para secarse las lágrimas. Marisol, su fisioterapeuta, lo conducía, mientras sonaba de fondo Adagio, la primera de las canciones que él mismo había elegido para la ceremonia. A su espalda, unos minutos más tarde, aparecía, del brazo de Daniel, hijo de ambos, Paquita, que en cuanto se sentó al lado de su esposo le agarró la mano para no soltarla, como ha hecho estos 33 años.
El capellán del hospital fue el encargado de oficiar la ceremonia. Sus palabras, llenas de amor, pero también de humor, consiguieron convertir lágrimas en sonrisas, en un lugar en el que decir aquello de «en la salud y en la enfermedad» cobra más sentido que en cualquier otro.
Dulce, la terapeuta ocupacional de Jose desde hace dos años, tomó la palabra para agradecer a los novios haber sido una inspiración para todos. «Sois afortunados por haber vivido un gran amor. Gracias por vuestras sonrisas y por vuestra fuerza. Gracias por dejarnos ser testigo del amor que os profesáis», dijo.
Y después, como no podía ser de otra forma, los novios volvieron a jurarse amor, a colocarse las alianzas y a intercambiarse las arras. Y a besarse, previo permiso del médico, mirándose a los ojos, con el amor pausado que dan los años, con la certeza de todo lo ya vivido juntos.
«Me convencieron de hacerlo aquí», decía Jose tras la renovación de los votos. Y es que nadie piensa en esa localización cuando se plantea decir te quiero, aunque quizás en la habitación de un hospital, en las horas compartidas entre la esperanza y el desánimo, es donde surge la expresión más pura del amor, entre la reflexión de lo vivido y la incertidumbre de lo que queda o no por vivir.
Acompañando a Jose y Paquita había enfermos ingresados en la planta 10 del hospital con sus familiares, el personal del centro sanitario, amigos y su propia familia. Pocos pudieron contener las lágrimas. Los voluntarios de la Asociación Contra el Cáncer, que cada jueves pasan por el hospital, fueron los encargados de decorar la sala de entrada. Flores de papel y corazones colgando del techo para una jornada emotiva para todos los que estaban presentes. Y desde Córdoba llegaron, tarta en mano, María José y Andrés, primos de la novia. Se habían enterado el miércoles y no dudaron en trasladarse para vivir con Jose y Paquita su segunda boda. También estuvieron en la primera. Las hermanas del novio no podían dejar de llorar y de abrazarlo. Las enfermeras se habían arreglado para la ocasión.
Marta, una de las enfermeras de la planta, que conoce a Jose y a su esposa desde el ingreso, aseguraba que actos como el de ayer son «un rayo de luz» en un lugar en el que gran parte del tiempo hay muchas sombras. «Es un momento de alegría entre tanta oscuridad», aseguró. «Es como si fuese alguien de nuestra familia», explicó Marta, que señaló que esta ilusión repercute en toda la planta. «Jose es muy especial. A veces nosotras entramos a darle energía y él nos lo devuelve. Y Paqui siempre tiene una palabra bonita para nosotras», resaltó.
El cariño es mutuo. A Jose le faltaban palabras para agradecer el trabajo, pero sobre todo el cariño y el cuidado de todo el personal. La mano tendida de todas esas mujeres y hombres uniformados que cada día entran en su habitación para ayudarle a salir adelante.
La ceremonia de ayer acabó, como no podía ser de otra manera, pidiendo por los enfermos. Tal vez el amor no cura, pero no cabe duda de que hace que el difícil e incierto camino de la enfermedad tenga un sentido. Que la vida, desde el inicio hasta el último suspiro, tenga una razón de ser. Y que a pesar de todo, merezca la pena. Lo dijo ayer Paqui: «Ha valido la pena».
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