Ramón L. Pérez
Con otros ojos

Te comunico que no me comunico

Esta imagen pertenece a una información publicada el pasado 13 de octubre en la que se aprecia a unos niños que tratan de fotografiarse junto a Zinedine Zidane, leyenda del fútbol

Sábado, 19 de octubre 2024, 23:53

Estamos cerca y no nos comunicamos. O quizá todo esté demasiado cerca como para tomarnos la molestia de comunicarnos. En la cancha cotidiana, rara vez pensamos en equipo. Jugamos el partido uno por uno, siguiendo a la carrera nuestra sombra. La simpática niña con la ... indumentaria completa del Granada no mira el partido, sino otro rectángulo de juego, el de su pantalla. ¿Hablará con alguien o, más bien, estará fotografiándose a sí misma? «Lo que no es ventana», escribió un poeta, «es espejo». Pero, mientras la niña parece observar su propio rostro, su reflejo se cuela al otro lado del espejo y cumple la fantasía de fotografiar a ese hombre sigilosamente célebre.

Publicidad

Detrás de un fino e impenetrable cristal, demasiado conocido como para hablar con desconocidos, mitad icono y mitad espectro, dramáticamente desdoblado, Zidane ha venido a ver a sus hijos: cada uno juega con un equipo diferente. Luca para el local, Theo para el visitante. La fantasmagoría se cumplió dos veces: uno no jugó, al otro lo expulsaron. Será por eso que su padre tiene ese aire ausente, de mirar afuera o más allá.

Yendo o viniendo, a punto de subir o de bajarse, un segundo niño con la segunda equipación del Granada —azul, anónima, irreconocible— contempla también su teléfono. Mantiene un equilibrio muy provisional. Su atención se fuga. Sus pasos ya están lejos, en otro sur: su pie izquierdo dice Múnich. Detrás del niño, en la pantalla grande del cristal, flotan tres cabezas más: la primera de frente, la segunda de espaldas, la tercera de perfil. Ninguna de las tres intenta interactuar con las demás. Justo en medio, como una frontera que lo explica todo sin decir nada, reluce un bolso con cadena de oro. Vivimos fuera de foco, rodeados por un prójimo borroso, igual que esos personajes secundarios que apenas caben en el plano.

Cada cual a lo nuestro, incluso sin querer, somos una solitaria multitud. El día que el cristal se rompa, nos llevaremos un buen y necesario susto.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad