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Pese a sus estridentes manifestaciones, la violencia rara vez es repentina. Suele venir precedida de un clima, del avance de un lenguaje, de una pedagogía ... o la ausencia de ella. El tema y el estilo juegan un papel crucial en la construcción de esa trama. Lejos de limitarse a la crítica literaria, estos conceptos aparentemente abstractos nos sirven para leer el mundo en que vivimos. Son herramientas capaces de traducir el presente.
La imposición de hipotéticas guerras en nuestro imaginario, como si las que ya están sucediendo no fuesen lo bastante importantes, tiene dos efectos simultáneos: minimizan el presente, distrayéndonos de sus necesidades, mientras preparan el terreno para dominar nuestro futuro según los intereses de quienes nos lo narran. Por eso, junto a las siempre urgentes batallas materiales, resulta esencial dar también la batalla del relato. Si aceptamos dócilmente que el porvenir será o debe ser tal como nos lo describen, entonces no habrá forma de intervenir en su construcción.
El cacareado kit de supervivencia, con su invasión del argumento nuestro de cada día (y su enésimo mandato de consumo hoy mismo por pánico a no poder consumir mañana), es tan sólo un ejemplo evidente de las estrategias opresivas de la actualidad. Todas ellas convergen en un punto: la intoxicación bélica de la lengua cotidiana. Que si las nuevas guerras en camino. Que si las guerras entre administraciones. Guerras informativas. Y ahora, por supuesto, la guerra comercial. Este modo de nombrar, que trasciende el mero sensacionalismo, tiene como objetivo último disputarse la conciencia de una ciudadanía cada vez más atemorizada, obediente y predispuesta a acatar lo que sea para autopreservarse. El genial David Foster Wallace defendía que la libertad implicaba la capacidad de visualizar al prójimo y, a la vez, la facultad de elegir a qué le prestamos atención. En el bellísimo Palacio de Carlos V, erigido en plena Alhambra no exactamente en señal de concordia, los mandamases mediterráneos plantaron unos cuantos olivos en el Jardín de la Paz, rodeados de medidas de seguridad. Sus hojas bienintencionadas temblaban bajo un cielo cargado de nubarrones. Nos alegraría la metáfora, si fuese algo más que un gesto pintoresco en mitad de la insufrible película bélica que publicitan sin descanso.
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