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Con otros ojos
El juego del fuegoSobrevivir es un trabajo en equipo, una hazaña cotidiana frente al fuego. A veces hace falta una ventana con vistas a la suerte. Un vecino ... valiente. Un pedazo de infancia, como ese molinito de viento clavado en su maceta. Y un golpe de imaginación que apacigüe las llamas.
Era un día de fiesta en la ciudad, pero no exactamente en esa calle, junto al camino de Alfacar. Allí el día de Reyes trajo el regalo más grande e invisible de todos: seguir ahí, respirando el regalo de seguir respirando.
Hubo un incendio en el segundo piso, quizá causado por una estufa, y el cuerpo ansioso del fuego y la sombra del humo escalaron enseguida hasta el tercero. En ese piso vivían Julio César, con su boina de buen narrador, y la familia al completo: su pareja, su cuñada, sus hijos y sobrinos. Fue una de las niñas, de siete años de edad y muchos más en la mirada, quien divisó primero el peligro, como la pasajera de un avión que descubre de pronto que las alas se queman. La ventana era infranqueable: estaba trágicamente protegida por el enrejado granadino.
Dudaron si abrir la puerta para escapar, pero lo que devoraba las escaleras era incluso peor que quedarse encerrados. Entonces el hijo mayor de Julio César alejó los sofás inflamables, regó de agua el salón y corrió a la habitación del fondo para unirse al resto. Su papá, originario de El Salvador, les había dado una última instrucción que resume las angustias de cualquier familia migrante: «Les dije a todos que agarrasen sus documentos». No fuera cosa que, en el otro barrio, alguien se los reclamara.
Tirados en el suelo, metidos en un cuarto que parecía un horno, frente al lúcido llanto de sus criaturas, Julio César les contó que aquello era un juego, que estaban en una película y que pronto unos superhéroes vendrían a rescatarlos. Y así, mientras aguardaban el final del cuento o su continuación, los niños encontraron un consuelo.
Como de costumbre, los bomberos hicieron su milagro. Otras diez personas fueron atendidas por inhalación de humo, pero en ese edificio compartido todos pudieron contarlo. Los salvaron los bomberos, los cuidados mutuos y la urgencia por contar una historia. Esta historia, la suya, la nuestra.
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