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La necesidad de comunicarse no conoce límites ni, por lo visto, muros. Entre el vandalismo urbano y el arrebato epistolar, entre el narcisismo juvenil y ... la tradición rupestre, una red de escrituras pasa del sol a la sombra como una colonia de lagartijas verbales.
Este muro sufrido y lenguaraz está en pleno patrimonio albaicinero, frente a la mismísima Alhambra, que todo lo ha visto y todo lo calla. Incluido el mosaico de inscripciones que últimamente llaman 'El mirador de las frases'. No todas ellas son dignas de una antología poética, aunque sin duda encontramos variedad de estilos.
«No sé cuánto dura un rato, pero lo quiero» reflexiona una voz azul acerca del infinito potencial del instante. «No me salen las cuentas, pero tú siempre sumas», le contesta una voz marrón, pasando del cuándo al cuánto. Flotando más arriba, una pequeña voz negra formula un deseo de forma casi pudorosa: «Un día nos besaremos por los rincones de Graná». La profecía se pronuncia en el exacto lugar donde pide cumplirse, las palabras ya han llegado a su espacio. Sólo faltan los cuerpos. «Amor plutónico», apostilla alguien en rosa pálido. Justo debajo, el ansiado reencuentro ya es pasado. Lo escuchamos con un toque colombiano, vía reguetón: «Qué chimba que, después de tanto, la vuelta al fin se nos dio».
Abundan los intertextos, quizá porque las palabras ajenas pueden expresar mejor lo que sentimos que nuestras propias palabras. Por eso mismo leemos. «Que tu cincel haga pedazos las asperezas y redondee las puntas que te afligen», cita JVG. No casualmente en mayúsculas y color verde, alguien desciende del lirismo romántico a Bukowski: «Me corro en tus tetas». Pero la grosería es fantasmagórica: está narrada en un presente imposible y se la dice al vacío, a una ausencia blanca como una sábana.
No todos los romances de esta página urbana son conyugales: vemos un corazón con los nombres de cuatro amigas. Pero quizás el amor más paradójico y humano de todos sea ese que ensucia lo que dice adorar: «Graná, me enamoré de tu ritmo, de tu sabor». Y, evidentemente, de sus paredes. «¡Esta pared no es un libro de visitas!», protestaron con razón los vecinos en un cartel que, sin embargo, no tuvo más remedio que asumir la metáfora: esa superficie común se ha convertido en otra cosa.
Parece más fácil juzgar estos garabatos que analizar su naturaleza. Aunque luego tendamos a olvidarlo, toda declaración de amor o deseo adolescente tiene algo intempestivo, de estridencia incontenible. También un elemento de provocación iconoclasta y a la vez ingenua, combinación clásica de una edad no menos clásica. Sus mensajes suenan tan contemporáneos como los muros de las redes sociales, tan atemporales como este muro que lleva siglos guardando o aguantando secretos.
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