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Cuando empezó a emanciparse del pecho, en un proceso que me resultó conmovedor acompañar de cerca, nuestro hijo atravesó una etapa en la que mezclaba ... palabras que antes distinguía con claridad. La pelota pasó a ser 'tatai', igual que la teta se convirtió en 'tetai'. Para despedirse poco a poco del cuerpo materno, su idioma balbuceante identificó la lactancia con sus juegos más queridos.
Mientras tanto, las papillas que le dábamos compartieron provisionalmente nombre conmigo: 'papai'. O sea, necesitó nombrarme como uno de sus alimentos. Jamás olvidaré este elocuente ejemplo del prodigio que llamamos lengua materna.
Mi generación, a diferencia de la actual y de otras anteriores, fue en general poco amamantada por múltiples razones. Todo conspiraba para dificultar, interrumpir o impedir la lactancia. Las condiciones laborales de las madres, sus esfuerzos titánicos por no quedarse atrás en campos donde siempre estaban en desventaja, unos discursos obstétricos que tendían a la disuasión de las lactancias prolongadas y, en suma, esos consensos ideológicos que impone cada época, produjeron un fenómeno digno de análisis. Con llamativa frecuencia, la gente de mi edad te cuenta que a sus madres «se les cortó la leche» o tuvieron algún problema médico que truncó más o menos de golpe su amamantamiento. Justo lo mismo que me contó mi madre.
Esta narrativa en apariencia familiar, que es secretamente colectiva, tiene mucha relación con las cuestiones que aborda la preciosa exposición organizada por el grupo Tribulacta, que comparte taller de lactancia en el Centro de Salud de Armilla. La muestra está formada por imágenes de decenas de madres que ponen en común sus experiencias, reflexiones, heridas y emociones. Sus iluminaciones y sus zonas sombrías, como ese muro en el que descansa una de las madres.
«Todo el mundo opina en tu entorno», explica Carolina, «pero lo importante es que sepamos priorizarnos». «Cada vez está más normalizado que demos el pecho en público», interviene Marely, «pero sigue habiendo gente que se molesta». «Me siento empoderada», añade una de sus compañeras. «No me pertenezco», matiza Lola. Que en los últimos tiempos se valore, cuide y propicie la lactancia me parece un don colectivo, una riqueza emocional y un avance en el eterno baile entre el cuerpo y la cultura, entre los aprendizajes de hoy y las sabidurías de siempre.
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