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Tener memoria es necesario, pero estar hechos de memoria resulta inevitable. Más allá de la cabeza, esa torre solitaria y a veces olvidadiza, nuestro cuerpo entero lo recuerda todo por capas: los dones y heridas desde nuestro nacimiento, las peripecias de ancestros remotos y, mar ... adentro, los ecos de nuestra especie. No hay ninguna originalidad en este prodigio: a la tierra que pisamos le sucede algo muy similar.
La catedral de Granada es más alta de lo que parece y, un poco a semejanza de la ciudad, disimula su auténtica estatura jugando a encerrarse en sí misma. En ambos casos, es imposible abarcarlas de un vistazo: hace falta rodearlas, recorrerlas, interrogarlas para conocer sus pliegues secretos. En vez de extender sus extremidades para exhibirse, tienden a replegarse con áspera sutileza, sabiendo que tarde o temprano las visitaremos.
Misteriosamente asimétrica, mitad fortaleza, mitad plegaria, la primera piedra de la catedral se colocó hace cinco siglos y dos guijarros. Desde entonces, jamás se había leído a fondo el cuerpo de su torre. Para eso la escalan los casi sesenta metros de andamios que hoy la recubren. De esta forma el equipo de restauración ha descubierto algo tan natural como fantástico: su piedra porosa y vagamente dorada oculta fósiles de criaturas marinas que nos remontan a un tiempo anterior a cualquier huella humana, hace más de diez millones de años.
Alojados en los sillares, contribuyendo a su materia, afloran algas, erizos, moluscos y bivalvos. Esta pecera pétrea recuerda nuestro mar en retirada mucho mejor que las navegaciones y poluciones que lo saturan. En el interior de todo lo que construimos se conserva una suerte de subconsciente calcáreo. Igual que en la ciencia o el arte, más adentro es más lejos.
Lente en mano, casco en blanco al estilo de una página a punto de llenarse de asombro, la directora del grupo de especialistas que cuida la torre, Julia Ramos, examina el fósil de un alféizar. En ese hueco cabe un puño humano, tan capaz de reparar o destruir, comprender o saquear. No hay amnesia que valga para un microscopio.
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