Ana Martos, Anita la Cortijera, se hace un selfie con Joselito, su borrego, en Cantarranas. RAMÓN L. PÉREZ

Anita la Cortijera, la granadina que llegó a influencer por un aberrunto

Ana entró en Instagram para encontrar a un chico que le gustaba, pero su espontaneidad y su defensa de la gente del campo la han convertido en un referente de Internet donde suma más de cien mil seguidores

Domingo, 18 de julio 2021, 00:19

Ana entra en el corral como los vaqueros que abrían de una patada la puerta de la cantina. En vez de pegar tiros al aire, dispara piropos a diestro y siniestro, volviendo locas de alegría a las cabras. «¡Mirad mi Benito qué guapo está! –grita ... la joven, que lleva un sombrero de paja, una camisa muy colorida y el móvil en la mano derecha, grabando la escena– Ole, qué macho, ¡está hermoso! Su función –explica a la cámara, en tono didáctico y sin medias tintas– es empotrarse a las cabras, no es otra». Luego da unos golpes con la palma bien abierta en una puertecita de metal y el balido del borrego suena como la risa del niño al ver a su madre. Ese balido es el final de una curiosa historia de amor y, también, el principio de Ana. De Anita la Cortijera.

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En Cantarranas, una pequeña aldea cerca de Baza, hay pocos usuarios de Instagram. Sin embargo, cientos de miles de ojos visitan sus campos a diario, de la mano de una joven estudiante que acaba de cumplir 18 años. Una joven de voz cantarina y vocabulario frondoso que abre las puertas de su casa con una sonrisa acogedora y una bolsa de palmeritas de chocolate recién hechas. «Estamos en un sitio maravilloso –dice–. Te levantas por la mañana escuchando a los pajaricos, por la tarde no hace calor y por las mañanas tampoco. Ya al mediodía sí te achicharras una miaja, a las doce de la mañana mejor vete para la casa. Aquí estamos en la gloria, me encanta estar aquí».

t Ana trabaja con el portátil en el patio de su casa, donde habitualmente se prepara los exámenes de la universidad.. R. L. P.

Ana María Martos Moreno (Granada, 2002) estudia Educación Social en la Universidad de Almería. «He estado con muchos niños a los que les ha faltado el afecto de alguien, a los que ninguna persona les ha dado nunca una oportunidad. Yo quiero ser esa persona y ayudar a esas criaturas. Considero que es un trabajo mu bonico». En el instituto fue voluntaria en varias asociaciones y terminó con unas notas sobresalientes. «¡Pero de chica era muy mala!», interrumpe María Elena, su madre, que ríe y estrecha la cabeza de su hija. «Es verdad, de chica me quedaba hasta el recreo –responde Anita–. Pero mi papa y mi mama me pusieron un palillo como a los almendros y me he enderezado».

«He estado con niños a los que ninguna persona les dio una oportunidad. Quiero ser esa persona»

En el colegio, recuerda, se sentía despreciada por los compañeros y se escondía en el cuarto de baño para llorar. «Cuando pasé al instituto todos esos niños que decían que eran los malos me acogieron mejor y, como estaba a gusto, me dio por estudiar. Y yo ayudaba a los malillos y les dejaba que se copiaran. Muchos de los zagales del colegio que me hacían llorar los veo ahora y me miran con celos y yo digo que coman rabia. Me veo más guapa que nunca, estoy en resplandor».

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Anita, recogiendo cebollas. R. L. P.

Ana compagina los estudios con el trabajo de camarera en el restaurante Cuevas Al Jatib y, claro, con el campo. «Tenemos papas, tomates, habillas, calabazas, calabacines, pimientos... todo para la subsistencia. Venid, que vamos a sacar las cebollas». Sobre la tierra, se remanga y saca con fuerza una de las plantas rojizas que tiene el tamaño de un pelota de petanca. «Están hermosas, si aporreas a alguien con esto vale como arma defensora», bromea. Allí, su hermana Belén aprovecha para grabar un vídeo sobre cómo recoger las cebollas que subirán más tarde a las redes sociales, donde suma más de cien mil seguidores. ¿Cómo empezó esto de Instagram? «No tuvo nada que ver con el campo –confiesa Anita–, me dio el aberrunto».

El zagal y el Landini

Hace tres años, Ana se subió «en el tamagotchi» (así llaman al coche sin carnet) con su abuelo Antonio, a comprar pienso. A la vuelta, fueron a tomar algo al bar y allí se les acercó un joven. «Lo conocía mi abuelo. Me encantó el zagal, era un chiquillo mu bonico y lo que más me gustó es que iba con sus pantalones de trabajo y su buena correa puesta, como tienen que ir los tíos, no con los calzoncillos asomando». Llegando a casa, Ana le preguntó a su abuelo quién era y le dijo que era un marchante con el que trataba a veces.

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«Me tiré todo el verano buscando al niño. Hacía que mi abuela fuera al mercado a preguntar. Pero el zagal no aparecía. En Navidad me abrí la cuenta de Instagram. Pensé que como el chiquillo era castrojo, como yo, alguien le podía hablar de mí». Empezó a subir cosas que sólo veían sus amigos más cercanos, hasta que un día, mientras recogía leña, le llegó un mensaje de José. «El zagal me escribió y nos hicimos muy buenos amigos. Hablamos casi todos los días, no tenemos una relación como tal pero nos queremos mucho. El otro día se lo decía a él: ¡fíjate, iba buscando un amigo y me encontré con sesenta mil!».

De paseo en el Landini, «el descapotable azul».

Con José ya entre sus pocos seguidores llegó la pandemia. A su madre, María Elena, la acababan de operar y Ana estaba cabreada con el mundo. «Hice un vídeo que me salió del alma. Hablaba de ser responsables, de que teníamos que estar en casa, cuidar de los nuestros, llevar mascarilla... Y se ve que a la gente le gustó». Su espontaneidad y su brutal honestidad corrió a toda velocidad por las redes, sumando seguidores sin parar en Instagram y en Tiktok, Facebook y Youtube. Cuando la gente empezó a hacerle caso, Ana entendió que era una magnífica manera de contarle a todo el mundo cómo es la vida de alguien joven en el campo. Y se subió al Landini.

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¡Brrrrum, brrrum! Anita salta de una ágil zancada al tractor, el Landini (es la marca), su «descapotable azul». «La gente se cree que en el campo están los pordioseros, pero del campo vives tú –dice, airada–. Te vas al Mercadona y te lo encuentras todo envasado, pero ahí hay personas que se levantan a las cinco de la mañana para darle de comer a los marranos. Hay camioneros que se dejan el pellejo para desplazarlos. Muchos jóvenes creen que las cosas nacen del cielo y hay que darle un valor, todo tiene su trabajo y eso la gente tiene que verlo».

«Muchos jóvenes se creen que las cosas nacen del cielo, que en el campo están los pordioseros. Pero del campo vives tú»

Para contar esa realidad Anita optó por la risa. «La gente está triste y consumida. Pienso que hay que darle alegría a la gente porque si no este mundo se descompone. Si puedo alegrar la vida a alguien y encima enseñar y hacer algo por las personas, ¿qué mejor?».

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La fama

Anita vive rodeada de animales: perros, conejos, gallinas, pavos, cerdos, burros... «Yo no preparo los vídeos. Muchas veces estoy ordeñando y veo a los chotillos y yo sola me estoy riendo. Entonces me digo pues voy a compartir mi alegría con alguien y me lío a hablar y me salen las cosas del alma. Venga, vamos a ver a las cabras, que son mis favoritas». A mitad de camino, Anita se encuentra en unas butacas a Manuela y Antonio, sus abuelos. «Son mi vida. Me han criado. Todo lo que sé, el amor al campo y a los animales, me lo han dado ellos», dice Ana antes de ir dentro de la casa, a traerles una botella de agua. «Ay, la niña –suspira Manuela–. Lo que nos reímos cuando fuimos al programa de Juan y Medio con ella y le decía ¿cómo se te ocurre estudiar y trabajar en el campo? Qué bonita es Ana».

Antonio y Manuela, abuelos de Ana, han sido los que le han enseñado el amor por el campo y los animales. RAMÓN L. PÉREZ

Porque Ana, desde que le dio el aberrunto de Instagram y se convirtió en 'influencer', ha pasado por decenas de cadenas de televisión y medios de comunicación. Su juventud y su natural defensa de la gente del campo la han llevado por toda España. Como aquella vez, en mayo, cuando acompañó a Pilar Llop, ministra de Justicia (entonces, presidenta del senado), en el Congreso de Pastores e Inclusión Social de Salamanca. Llop hizo que Ana fuera siempre a su lado, hasta que, a media mañana, le hizo una confesión: «Estoy haciendo un huerto en casa siguiendo tus vídeos. Y mis niños también te ven».

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«Estoy haciendo un huerto en casa siguiendo tus vídeos. Y mis niños también te ven», le confesó la presidenta del senado, Pilar Llop

Anita con Pilar Llop, en el congreso de Salamanca. GUSTAVO GÓMEZ

En el congreso, Ana creía que era una invitada más, pero allí mismo descubrió que debía dar una ponencia. «Había más personas que en toda Cantarranas –recuerda–. No sé cómo me salieron las palabras, me salieron del alma, y al final me tuvieron que cortar. Me felicitaron y al bajar del escenario había una cola para echarse fotos conmigo. Hablé del campo, de mi abuelo, del respeto a la familia y, como sabía que había muchos niños de centros de menores, les dije que siguieran luchando, que se formaran y que no dejaran que nadie les dijera que no pueden hacer algo porque son morenos o porque son rubios».

Anita y Joselito, de risas mientras hacen un vídeo. R. L. P.

Ana entra en el corral disparando piropos. Llegado el momento, da unos golpes en una puertecita de metal y un borrego sube las patas para que la joven le de un beso. «¡Y mi Joselito qué grande, qué guapo y qué buen mozo!», le grita al borrego. El borrego se lo regaló José, su amigo, el mismo por el que se abrió la cuenta en Instagram. «Que sepas que se llama Joselito por él, por José –dice–. Apenas me escucha ya está beee, beee, beee, para que me acerque a tocarle la carita».

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Y así, riendo y jugando con Joselito mientras graban un vídeo con su móvil en un pequeño corral de Cantarranas, Anita la Cortijera se despide con una enorme, sincera y colorida carcajada. «Quién me iba a decir donde iba a llegar con el aberrunto que me dio».

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