![35 años sin el accitano Enrique Casas Vila, asesinado por ETA](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201902/23/media/cortadas/Enrique-Casas-25-aniversario-kTYE-U70744406770wlD-984x680@Ideal.jpg)
![35 años sin el accitano Enrique Casas Vila, asesinado por ETA](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201902/23/media/cortadas/Enrique-Casas-25-aniversario-kTYE-U70744406770wlD-984x680@Ideal.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
'Lluvia, balas y esperanza' era el titular que junto al subtítulo 'Pasado imperfecto, presente indicativo y futuro perfecto, encabezaban un largo reportaje que Jesús Javier Pérez, corresponsal del periódico IDEAL en Guadix, y el que esto firma, publicaron hace ya diez años con motivo del 25 aniversario del asesinato del senador socialista Enrique Casas Vila, nacido en Guadix.
El reportaje multimedia se compone de varias piezas escritas, de galerías con fotografías de la época y páginas del periódico IDEAL que recogen aquellos momentos. También hay un vídeo grabado en San Sebastián en el que se entrevista a los protagonistas principales durante aquellos turbulentos tiempos.
Se trata de la viuda (Bárbara Dührkop), el militante (Ramiro, quien sin pensárselo dos veces junto a otros militantes levantaron el ataúd de Enrique Casas todos a una y lo llevaron hasta la iglesia por todas las calles de San Sebastián), el diputado socialista y compñaero codo con codo Ángel García Ronda y el periodista de El Diario Vasco Sebastián Valencia, que recuerdan ante las cámaras de IDEAL el crimen de ETA que forjó la familia socialista vasca en la sangrienta década de los ochenta y que unió a través de un cordón umbilical de dolor Guadix con San Sebastián
Los quince disparos sonaron en Guadix como si la torre de la Catedral diera unas campanadas mal contadas. Quince balazos que segaron en su domicilio de San Sebastián la vida del accitano Enrique Casas Vila, senador y candidato por Guipúzcoa al Parlamento vasco.
Enrique Casas Vila, nacido en 1943 en Guadix en una cueva, pasó su infancia jugando en el río. Hijo de médico y con diez hermanos, su mujer, Bárbara Dürkhop, siempre recuerda lo que Enrique decía: «La diferencia entre los hermanos Casas Vila radica entre los dos que habían nacido en la cueva como él y los otros ocho que habían nacido en la ciudad».
La familia Casas Vila, así se les conoció en Guadix, se mudó de la cueva a la plaza de las Palomas. No es difícil imaginar a Enrique jugando en esta plaza, correteando entre los pilares de los arcos y saliendo hacia la Catedral. En esa misma plaza una placa recuerda a este Hijo Predilecto de Guadix: «Aquí vivió el accitano y senador Enrique Casas Vila asesinado en el País Vasco en defensa de la paz y la libertad».
San Sebastián. El día de mañana Bárbara Dürkhop se levantará del sofá de su casa donostiarra, lentamente. El reúma le hará chirriar los huesos. Mezcla de sueca y alemán, acostumbrada al frío escandinavo, no ha resistido el salitre del Cantábrico. No importa. Uno de sus nietos –Casas y Casitas– diferencia ella por edades, le ha preguntado por el abuelo Enrique. Quiere saber por qué le mataron y por qué no está jugando con él, en este preciso instante.
Por eso Bárbara se despegará perezosamente del tresillo y se dirigirá a la fecunda biblioteca. El sueño de Bárbara, su futuro perfecto –reconoce hoy–, es que cuando sus nietos le pregunten, pueda contarles –que no explicarles– la sinrazón del asesinato de su marido Enrique Casas sólo desde los libros. Simplemente porque ETA, en este futuro feliz, ya no está ni en las calles ni en Euskadi. Ha desaparecido. «Ha pasado a la Historia», cierra los ojos y sonríe Bárbara.
«Quienes lo mataron sabían a quién mataban», acusa Ángel García Ronda, historia viva de socialismo vasco y recompensado quizá por ello con dos guardaespaldas que le protegen día y noche.
Desde su domicilio donostiarra, atrincherado en un despacho con pinta de guardar más tesoros en sus paredes que en sus preñadas estanterías, desgrana su discurso cartesiano en el planteamiento, gongorino en el vocabulario y acerado en lo político: «Enrique era el futuro del socialismo vasco».
Enumera su vida García Ronda y recuerda que en el núcleo el líder era Txiki Benegas, el decano era Enrique Múgica, el barón era Ricardo Damborenea y la estrella era Ramón Jáuregui. «Y Enrique Casas no era uno más».
García Ronda desgrana frases. Fíjense. Lo define como «una cabeza científica, racional y tenaz. Lógico». «Agotaba todas sus posibilidades y las de su oponente». «Trazaba lo que iba a decir y llegaba hasta el final». «Remataba toda sus tareas sin dejar cabos sueltos».
¿A dónde quiere llegar este experimentado socialista su razonamiento? Fácil. «Lo tengo como una de las personas más importantes que tuvo el PSOE». Vale. Pero ¿Por qué? Aquí está la clave: «No engañaba, era honesto. Era duro, muy duro. Era un demócrata. Llenaba a la gente».
San Sebastián. Febrero de 2009. Enrique Casas está presente, algo muy indicativo de la situación actual frente a los terroristas de ETA. Toca homenaje. La poesía es un arma cargada de futuro. Las balas son versos.
El más duro entre los duros, Alfonso –el que se mueva no sale en la foto– Guerra, recita: «Enrique, buen amigo / Te hablo a ti / A ti te llamo. / A ti te pido que sigas con nosotros / Tomaré las palabras de un hombre sencillo y sabio como tú (Miguel Hernández): 'Enrique, a las aladas almas de las rosas / del almendro de nata te requiero / que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma' -se le quiebra la voz a Alfonso, que se traga los mocos para terminar: «Compañero'». /
Ramiro sabe lo que le está pasando a Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno. Per-fec-ta-men-te. Ramiro es militante socialista desde los años setenta y se lo ha comido todo-todito-todo: «El odio, la rabia, las ganas, las lágrimas, el orgullo, el miedo...».
–¿Qué ibas a hacer? se pregunta.
–¿Salir a pelearte? se responde.
Ramiro calla ahora. Silencio. Es la hora del café de un sábado por la tarde. Estamos en una terracita. Tomamos café caliente al aire libre bajo el cielo gris y donostiarra, marca de esta ciudad bella como solo ella. Estamos frente a un bingo, donde en los años ochenta estaba La Casa del Pueblo del PSE-PSOE.
De repente, Ramiro es una moviola. «La campaña electoral vasca de 1984 fue durísima. Se dijeron auténticas barbaridades» (...) «En aquella época había muertos todas las semanas» (...) «Unos cien asesinatos al año» (...)
Le preguntamos cómo podían aguantar la presión, el miedo, el olor a muerte… «Lo llevas dentro (...) llevas las ganas de que cambie (...) y no ves el peligro (...) ¿Qué más quisieran ellos?».
Ramiro estaba el 23 de febrero de 1984 a las dos de la tarde tomando un vino con Enrique Casas. Se despidieron para ir a comer. Nunca más le volvió a ver vivo. Dos horas más tarde, Enrique Casas recibía quince balazos, dos a bocajarro, trece por la espalda. «Cabrones, cobardes», llega a decir mientras se desploma en su propia casa y ante su hijo mayor.
Ramiro nunca ha llorado. Por eso, al día siguiente, simplemente, este mocetón de entonces treintaypico años, se puso al frente, empezó a levantar el féretro con el cadáver de su amigo y a la voz de «a pie hasta Santa María», ya que pretendían llevarlo en coche hasta la iglesia para el funeral, encajó riñonada parriba y palante. El primero y con un par.
Hace 25 años. Euskadi. Años ochenta, la década de plomo y lluvia, balas y lágrimas. Patxi López, candidato socialista a lehendakari en estas elecciones, recuerda el día que asesinaron a Enrique «como si fuera hoy. Era un día de lluvia gris y se convirtió en un día negro». Un pasado imperfecto. Patxi López es, también, duro con los terroristas: «ETA hizo lo único que sabe hacer. Matar. Lo hizo entonces y lo sigue haciendo».
Sebastián Valencia, subdirector de El Diario Vasco, estaba en Vitoria, en Ajuria Enea, sede del Gobierno vasco, el día de autos. «Nos habían convocado para explicarnos los detalles del seguimiento de la noche electoral. Volvimos en coche hacia San Sebastián. Era un día gris, triste, plomizo». Se enteraron por un flash informativo en la radio del coche.
Recuerda los múltiples asesinatos de fuerzas de seguridad, confidentes, camellos, empresarios, trabajadores de la central nuclear de Lemoniz y que el de Enrique Casas, senador, «sí marcó a la sociedad vasca».
Apura su copa de vino tras dar buena cuenta de la clásica chuleta con pimientos en una mesa de cualquier rincón de San Sebastián. Ya no fuma y también han pasado 25 años para él. «No fue reivindicado por ETA, sino por los llamados Comandos Autónomos Anticapitalistas. Entonces, la gente se preguntaba ¿era ETA?». «Se abría una incógnita terrible».
Ahora frunce el ceño. Está recordando y dice que le vienen imágenes y sentimientos «como los de la matanza de Atocha». Busca expresarse: «Como de que algo se movía por debajo pero que no era manifiesto». «Fue un germen», termina para añadir, sincero: «No nos podemos quedar sin decir nuestras ideas (...) Todo se puede hablar (...) Y no hay que recurrir a la violencia».
Fundido en negro. Silencio. La voz en off de Bárbara Dürkhop, viuda del senador Enrique Casas afirma: «ETA está más débil que nunca por algo que empezó mi marido, denunciar que Francia era el santuario de ETA». Una banda terrorista que acabó a tiro limpio con un corazón salvaje que no se rindió jamás.
Enrique Casas había nacido en una cueva, en Guadix, y recordaba su infancia, en el río. «Guadix estaba en su vida. Siempre hablaba de la cueva», cuenta Bárbara para añadir: «Un trozo de su corazón se quedó en Guadix», quizá jugando en aquél río, que es la vida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.