Percibe la muerte de dos formas muy distintas. La muerte «natural», esa que puede llegar en cualquier momento, le ha enseñado a exprimir cada segundo como si fuera el último. De la muerte «científica» ha aprendido que cada sepultura atesora la posibilidad de contar la historia de la humanidad de un modo objetivo y veraz
clara peñalver
Domingo, 5 de diciembre 2021
No cree en el más allá. Le encantaría que existiera un lugar en el que eternizarse tras abandonar el mundo de los vivos, sin embargo, se siente incapaz de concebirlo porque su mente racional le impide albergar una esperanza semejante. Es por eso que la muerte, la suya propia, se le antoja como una contundente, drástica e irreparable pérdida de oportunidades. Si este fuera el último día de su vida, preferiría una despedida sin velatorio, un festejo iría más en consonancia con su carácter: «Nada, una reunión de amigos y que se tomen un vinito», dice, y sonríe mostrando abiertamente ese espíritu disfrutón que, empiezo a sospechar, la caracteriza. Tampoco quiere acabar tras una lápida con su nombre en un cementerio. Nada de anclajes físicos a su memoria. Sin ataduras los recuerdos se desenvuelven con más libertad.
Hoy hablo con Marga Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria y Arqueología y vicerrectora de Igualdad, Inclusión y Sostenibilidad de la Universidad de Granada. Una mujer que construyó su carrera en los pasillos, aulas, departamentos y excavaciones de universidades como las de Durham, Cambridge, Bergen, Helsinki o La Habana y que ha dedicado su carrera a destapar la mitad invisible de la historia a través de la Arqueología de género. Me siento junto a ella con la intención de hablar de muerte y de memoria, sin siquiera sospechar que esta idealista no fallecida va a remover los más profundos cimientos de mi psique con sus palabras.
Caótica Marga
Sánchez Romero nació en Madrid. Pero de la ciudad, de la que se marchó siendo aún muy pequeña, recuerda apenas nada: siempre que regresa a ella, la vive desde la prisa de quien viaja por trabajo o movida por la curiosidad y el espíritu de una turista.
La ciudad de su infancia fue la hermosa Ronda, adonde llegó a la edad de cuatro años. Al contármelo, noto en su rostro que acaba de abrir una puerta al pasado. Le vibra la mirada al recordarse rezagada por la calle La Bola, dejándose atrapar por su eterno pasmo ante el más mínimo estímulo: una grieta en un adoquín, alguien que da una voz unos metros atrás, el sonido de una puerta al abrir o el intenso colorido del escaparate de la tienda de juguetes. Aquella infancia, muy feliz, insiste ella, está fuertemente ligada a su hermano, con quien pasaba el día jugando y peleando, correteando por el campo o arrojando altramuces a los patos en el parque.
La despistada, desordenada, caótica niña Marga era una estudiante relativamente aplicada. De pequeña le obsesionaba dejar la tarea hecha antes de salir del colegio, así que aprovechaba cualquier lapso de tiempo —descansos entre clases, recreos, lo que fuera— para dejar listos sus deberes y así no tener que hacerlos en casa. Su objetivo: tener tiempo libre para jugar.
Hablamos largo y tendido sobre sus años en Ronda y su adolescencia en Antequera, y en esos episodios de su vida localizo la que, sospecho, fue la semilla de su gran pasión por la arqueología. En un momento dado, logra atraparme en el recuerdo de su dormitorio. Lo percibo como si de un espacio vivo se tratara: primero hay dos camas, una para ella y otra para su hermano; luego una sola, pues los hermanos por fin duermen en habitaciones separadas; al cabo de un tiempo, dos camas de nuevo, una para ella y, la otra, para la última en llegar, su hermana pequeña. Visualizo un camión volquete naranja. Y su desorden, siempre lo dejaba todo de por medio. Y en medio del desorden, sobreviviendo al paso de los años y a las transformaciones de la estancia, perennes e importantes, los libros. Siempre los libros.
Una historia a la pata coja
Sánchez Romero excava sepulturas, desentierra personas y objetos que formaron parte de sus vidas y, con ello, reconstruye sus historias, algo que la apasiona, que se ha convertido en uno de los motores de su día a día. Sin embargo, en numerosas ocasiones ella misma ha contado que no tuvo vocación de arqueóloga de pequeña. Eso llegó mucho más tarde, cuando descubrió la labor detectivesca necesaria para contar la historia de poblaciones que carecieron de escritura, usando únicamente su cultura material. Por aquel entonces cursaba la licenciatura de Geografía e Historia y, preparando la tesis doctoral, fue consciente de algo que cambiaría su mentalidad y el curso de su carrera profesional para siempre.
Como buena devoradora de libros y conocedora inconsciente de la mecánica que hace funcionar a todo relato, Marga tenía claro que, antes de sentarse a juntar palabras, todo cuenta-historias ha de hacerse dos preguntas que marcarán irremediablemente su camino narrativo. La primera: ¿Qué quiero contar? La segunda: ¿Cómo voy a contarlo?. El «qué quiero contar» nos ayuda a establecer una premisa, un punto de partida, por ejemplo, «La sociedad ibérica en el año 500 a.C.». El «cómo voy a contarlo» lleva a todo cuenta-historias a fijar el foco, a mostrar u omitir información en función del punto de vista elegido, de intereses o motivaciones personales. Marga comprendió enseguida que desde que la arqueología nació como disciplina en la Europa del Siglo XIX no nos habían contado la historia completa. Un porcentaje importante de las sociedades antiguas, compuesto por mujeres, infantes y ancianos, se había quedado fuera. Y sin esa parte, lo único con lo que contábamos era con una historia que avanzaba a nuestro lado a la pata coja.
A partir de ese momento, Sánchez Romero decidió especializarse en Arqueología de género con el objetivo de reivindicar el papel que los personajes silenciados jugaron —y juegan— en la historia de la humanidad.
Respondiendo a otras preguntas
Antes de que la Arqueología de género y otras corrientes de pensamiento empezaran a cuestionar los presupuestos históricos y culturales sobre los que se asienta nuestra sociedad, la mujer había sido representada en base a dos estereotipos. Por un lado, como sinónimo de Madre Naturaleza, diosa de la reproducción. Algo muy esencialista, como si no sangráramos cuando parimos —doy fe de que sangramos, y mucho—. Y añade Marga: «O como si fuese todo una mística del cuidado… Y ya sabes tú lo que es el cuidado y la poca mística que tiene.» Porque el cuidado, no lo olvidemos, es también, y sobre todo, sinónimo de esfuerzo. En la otra cara de la moneda nos encontramos a la mujer como símbolo de la sensualidad. Sánchez Romero resume ambos estereotipos de un modo tajante y efectivo: «Las mujeres somos cuerpos a disposición de la historia», ya sea para procrear o para explorar todo lo relativo a la sexualidad.
En este momento, soy consciente de que estoy sufriendo un duro choque cognitivo. Sus palabras me arrojan a mi niñez y adolescencia, a una época en la que, además de soñar con ser escritora, me sorprendía imaginándome como investigadora, inspectora de policía, alto mando del ejército, guerrillera o miliciana. Una época en la que, ante todo, me veía y sentía en el futuro como una mujer fuerte, libre e independiente, sin darme cuenta de que todo aquello que yo pretendía ser estaba reflejado… En ninguna parte. Libros de texto, representaciones pictóricas de nuestra pre y protohistoria, obras de arte en museos, literatura en librerías y bibliotecas… Todo se hallaba fuertemente polarizado hacia el gen XY.
Suerte que fui incapaz de verlo —sí, en cursiva, para imprimir aún mas profundidad a la palabra—, suerte que mi cerebro estaba tan ocupado diseñando los circuitos neuronales que necesitaba para construir mi futuro que resulté ser impermeable a tamaños sesgos de género. De lo contrario, puede que hoy no estuviera aquí sentada hablando con esta idealista no fallecida, admirando y agradeciendo todas y cada una de sus aportaciones a la ciencia y a la historia. Como ella misma indica, el registro arqueológico estudiado es el mismo que ya se usó para escribir la historia que nos contaron. Lo único que ella y sus numerosas compañeras investigadoras de la red Past Women han hecho para poner en valor el papel de las mujeres, infantes y ancianos invisibilizados en esa historia es detenerse en el «cómo voy a contarlo» y atreverse a hacer preguntas distintas.
Cuando muera, a Marga Sánchez Romero le gustaría ser recordada con la frase: «Ante todo, supo sacar jugo a la vida». Mientras tanto, viva —y disfrute— en paz.
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