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Araceli, la granadina de 87 años que recibió el balonazo en la plaza de Gracia: «A los niños no se les puede dejar sin jugar»Secciones
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Araceli, la granadina de 87 años que recibió el balonazo en la plaza de Gracia: «A los niños no se les puede dejar sin jugar»Araceli ha terminado el rezo del rosario en la parroquia de Nuestra Señora de Gracia. Enjuta, menuda pero vivaracha y con una amplia sonrisa, deja el templo y se llega hasta la sacristía para departir con el párroco, Miguel Ángel Morell. Ambos están contentos. Pasan ... las siete de la tarde de este martes y hay orden y concierto en la entrada de la iglesia. Los chiquillos juegan a la pelota –hay unos nueve en este partidillo–, y dos padres monitorizan la escena. Poco a poco aparecen feligreses y, sobre todo, feligresas, que suben las escaleras y se adentran en la parroquia. En ese momento, los chavales paran el balón.
El párroco está feliz y agradecido. «Desde la parroquia Nuestra Señora de Gracia queremos agradecer a los padres que se han tomado muy en serio la llamada de atención a sus hijos para que todo vaya bien. Además, agradecemos a la Policía Local de Granada por su actuación en la concienciación de todos y en el buen hacer. Muchas gracias a los padres. Es un regalo que la plaza tenga vida».
Araceli acompaña con gestos de su cabeza las palabras del párroco. Ella fue la que recibió el primer balonazo cuando entraba en la iglesia y se desató una polémica que ahora ha terminado gracias al acuerdo y buena voluntad de todas las partes.
Araceli es todo corazón. Se le nota. «Tengo 87 años. La verdad es que no los aparento. Me encuentra en buena forma. Bastante, y se ríe». Vive en una calle del barrio de Gracia, muy cerca de la parroquia, y cuenta cómo fue el día en que recibió el pelotazo. «Hace un mes y medio, en el mes de abril, un día entre semana, sobre las siete menos cinco o menos diez, porque todos los días a esa hora voy a misa a la parroquia, salí de casa, crucé la plaza de Gracia y seguí todo recto hasta la entrada de la iglesia. Ahí estaban los niños jugando al fútbol en la puerta de la iglesia», recuerda. «Entraba en la iglesia y me dieron un balonazo en el lado izquierdo de la cabeza, y me tiraron al suelo. Menudo susto. Me caí al suelo sangrando de la nariz. Luego, al día siguiente, tenía todo morado del porrazo».
«Cuando estaba en el suelo, prosigue su relato, se acercaron un padre y una madre y me dijeron 'perdone señora'. Me ayudaron a levantarme. Me encontraba medio mareada y dolorida». Pero no ha sido finalmente gran cosa. «Me encuentro bien, perfectamente. No tuvo consecuencias. Fue mucho peor el susto que me llevé».
También recuerda las palabras que le dedicó el autor del pelotazo. «El chiquillo que me dio el pelotazo se me acercó llorando. 'Lo siento, lo siento, lo siento', repetía. Pero si son zagalones de once o doce años, y más chicos todavía», los exculpa directamente Araceli. Argumenta entonces que los niños tienen que jugar en la plaza.
«Es preferible que jueguen a la pelota a que estén con los móviles». También tiene unas palabras para el párroco. «El párroco se está portando maravillosamente. Es alguien especial. Ha hablado con los padres y las madres, ha ido al Ayuntamiento, y ha hablado con la Policía Local, que viene a hablar con los niños».
Entonces, ahora que parece que se ha arreglado la cuestión y la entrada y salida de la parroquia de la plaza de Gracia en horarios de misa se ha convertido en territorio compartido, ha surgido otra polémica. ¿Terrazas de bares o niños jugando en las plazas? Las opiniones vertidas en los comentarios a las noticias de este tema publicadas en este periódico, varias Cartas al Director y muchas intervenciones en redes sociales demuestran que hay dos bandos.
Araceli sin embargo lo tiene claro. «Los chiquillos se ponen a jugar porque les hemos quitado el sitio. A los niños no se les puede dejar sin jugar. La plaza está llena de bares y mesas y sillas y su sitio se lo han quitado y los chiquillos tienen que jugar».
Recuerda entonces su experiencia personal. «Los chiquillos jugaban en medio de la plaza de siempre, porque mis hijos han jugado ahí toda la vida. Y ahora los chiquillos no tienen donde jugar. Lo digo yo, que tengo siete hijos. Llenaban casi la plaza».
El debate está abierto, y la plaza de Gracia es el laboratorio donde se experimenta la apuesta de esta ciudad para conciliar el derecho a la diversión sentado en una terraza o el que pasa por tener una pelota entre los pies. En cualquier caso, hay partido.
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