Secuestro de la concejala en Maracena
«¿Me ves con cara de hacer daño a alguien?»Secuestro de la concejala en Maracena
«¿Me ves con cara de hacer daño a alguien?»El auto de transformación a procedimiento abreviado del secuestro de Maracena es un repaso a los hechos que han declarado tanto el presunto autor como la víctima. Un relato de los hechos que han contado ellos mismos, y también una reconstrucción de los investigadores, ... después de cotejar declaraciones de testigos, grabaciones de cámaras y volcado de teléfonos móviles.
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El escrito judicial, con fecha 9 de enero, explica cómo el presunto secuestrador, Pedro G. R. preparó durante un mes los utensilios que él consideraba necesarios para llevar a cabo la detención ilegal de la entonces edil de Maracena, Vanesa R. U., incluidas una pistola de fogueo, un cuchillo militar, bridas, vendas o precinto.
Con todo eso en una mochila, sale desde Rincón de la Victoria, en Málaga, donde residía, para llegar a Albolote a primera hora de la mañana. Portaba dos móviles, que le fueron intervenidos posteriormente. A las 09.29 horas se cruza con la concejala junto al colegio donde estudian sus hijos, en Albolote. «Una vez dentro del vehículo de Vanesa, tras un poco de charla trivial, coge el camino de Granada, diciéndole Vanesa si lo acerca hasta una gasolinera próxima, contestando aquel a Vanesa que mejor vayan al Ayuntamiento», relata el auto. Al poco de salir del colegio, saca la pistola negra que llevaba en el abrigo. El acusado porta en todo momento unos guantes «de color gris en las palmas y verde fosforito en el dorso de las manos».
Le indica entonces el único detenido por estos hechos que se dirija al embalse de Cubillas y saca entonces de la mochila que portaba las bridas que le colocó en las manos. «Las otras dos se las da y le pide que se coloque en los tobillos utilizando otra brida más para unir las dos bridas de las muñecas con la de los tobillos», recoge el auto.
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El secuestrador, según el relato del auto, muestra cierta compasión con su víctima en un par de situaciones. Cuando la ata, ella le pide que le afloje las ataduras, porque le aprietan, y él las rompe con el machete que llevaba.
Cuando se encuentran en el embalse de Cubillas, el presunto secuestrador le pide a Vanesa que envíe un mensaje al arquitecto municipal de Maracena, conminándole a reunirse con ella en una ubicación, que no llegan a enviarle. Envuelve en ese momento el móvil de ella en papel de aluminio y trata de meterla en el maletero. Pero ella forcejea y finalmente la deja tumbada en el asiento de atrás, usando el cinturón del vestido de para inmovilizarla.
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Salen de allí en el coche de ella, que conduce entonces Pedro R. G. y en el transcurso del viaje él le lanza algunas acusaciones. Le reprocha entonces los contactos de Vanesa con el arquitecto municipal de Maracena, acusándola de presentar mal los expedientes a propósito. «Medio ayuntamiento te odia», relata Vanesa que le dijo. «Berta te tiene que cambiar muchas veces de puesto de trabajo y nunca rindes», consta en el auto como una de las frases que le profiere. La concejala cuenta que le suplica, llorando, que la deje porque tiene dos hijos, y le asegura que deja su acta, que ya no va en las listas.
Mientras se producen esas acusaciones y las súplicas de ella, hay un momento en el que Pedro R. G. decide amordazarla con una especie de vendaje. Se dirigen entonces a Granada, y ella observa que llegan hasta la rotonda de Maracena. Vanesa consigue arrancarse la mordaza y le pide que vayan a hablar con el arquitecto municipal.
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En el errático trayecto que sigue el secuestrador, se desvían de nuevo y se dirigen esta vez hacia el barrio de la Rosaleda, donde paran cerca del instituto Severo Ochoa porque la concejala le alerta de que va a vomitar. Allí, en una calle sin salida, «le saca las piernas lateralmente donde presuntamente el investigado comprueba las bridas, le venda los ojos con cinta de carrocero y le tapa tanto los ojos como la boca con la venda», según recoge el auto.
Tras haber pasado por Albolote, Granada y Maracena, se dirigen entonces a Armilla, donde el secuestrador se dirige a la calle Descubrimiento, donde tenía alquilado un local o cochera el acusado.
Tras amordazarla, el autor confeso de los hechos la coloca de nuevo en el asiento trasero, donde le coloca el cinturón. «La seguridad es lo primero», recoge el auto que le dice a la concejala, mientras le pide que mantenga bajada en todo momento la cabeza.
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Una vez que aparca el coche en el interior del local de Armilla, baja de nuevo del vehículo a su víctima para hablar con ella. Vanesa le suplica que la deje ir, pero el secuestrador insiste en que entre en el maletero. Ante la negativa de ella, que le explica que le cuesta respirar, él coge «una especie de barra metálica con una base, la esgrime y le dice que o se mete sola o le mete con un porrazo, ella llora y suplica preguntando si la va a matar», recoge el auto. Pese a que él está blandiendo una barra, le replica «que si le ve a él con cara de hacer daño a alguien».
Finalmente la deja encerrada dentro del maletero, mientras ella da patadas al asiento para liberarse.
El detenido se marcha del lugar en metro desde Armilla a Maracena y ella logra liberarse y salir del local sobre las 11.30 de la mañana.
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