El Asadero Rubén es uno de los negocios más destacados del centro de Granada. Ubicado en el Camino de Ronda, 77, se trata de un establecimiento que lleva desde el año 1990 ofreciendo comida casera a los vecinos del barrio. Y ahora afronta uno de los momentos más importantes desde su apertura: la jubilación de Antonio, su propietario.
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El granadino se despedirá de su negocio a finales de julio, momento en el que se marchará de vacaciones. Sin embargo, esta vez no regresará después de agosto. En vez de eso dará comienzo a una nueva etapa de su vida como jubilado. «Llevo diciéndoselo a los clientes desde principios de año para que se fueran haciendo el cuerpo. La gente me da la enhorabuena y me dicen que me echarán de menos», explica a IDEAL Antonio.
El granadino recuerda como se quedó con el negocio en el año 1990 junto a su mujer Mari Ángeles. «Queríamos montar nuestro negocio y vimos que el asadero estaba en traspaso. Nos lo quedamos y fuimos creciendo poco a poco». Y no fue fácil, ya que tuvieron que hacer frente a un inicio complicado y a varias crisis como la de las obras del metro, que casi acaban con el negocio. «Han sido 34 años de muchas dificultades pero afortunadamente hemos podido con todas y estamos muy agradecidos a nuestra clientela».
Un negocio de barrio muy familiar en el que empezaron comprando las abuelas, siguieron los hijos y ahora compran los nietos. «Más que un asadero esto parece una familia, la verdad», comenta Antonio, que es consciente de que tras más de tres décadas de trayectoria son todo unos referentes en el barrio. «Para nosotros el negocio es como nuestro tercer hijo. Estaba roto cuando lo cogimos pero con mucho trabajo lo conseguimos levantar».
El adiós de Antonio no implicará el cierre del Asadero Rubén, ya que su mujer continuará trabajando en él durante unos meses más y sus hijos Rubén y Rocío se quedarán al cargo del negocio. «Ya les he dicho que tienen que cuidarlo como uno más de la familia. Hemos hecho las cosas muy bien y estoy seguro que la cosa continuará igual o mejor», asegura.
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Reconoce que le da cierta pena decir adiós al negocio de su vida y que se le queda «un nudo en el estómago» por el hecho de que sus hijos mantengan abierto el asadero: «Siempre te queda la duda de cómo les irá, de si les llegará una crisis y podrán superarla… Pero voy a venir todos los días a tomarme una cerveza y echar un vistazo». Para finalizar, explica que en septiembre comenzará una nueva etapa, ya sin él, en el Asadero Rubén, pero tiene claro que seguirán «con las mismas colas de gente» y «vendiendo lo mismo».
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