Carmen Lizárraga es profesora titular del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Granada. Contactó con la política a raíz del 15M y empezó a asesorar a Podemos en asuntos económicos. Algunos la definían a nivel doméstico como la Varoufakis granadina, por el ministro ... griego tan en boga en aquellos tiempos. Presidió su grupo parlamentario, disputó las primarias para la secretaría general de Podemos en Andalucía, volvió a ser elegida diputada andaluza el 2 de diciembre de 2018 y, en enero de 2019, dimitió porque no compartía el giro del partido. Más o menos, como hizo Varoufakis. Estuvo en la órbita de Íñigo Errejón y concurrió a las últimas generales en las listas de Más País por Málaga. Preguntada sobre si volverá a la política, permanece en silencio y sonríe.
–Se cumple el aniversario del 15M. ¿Qué valoración hace diez años después?
–¡Qué momento más ilusionante! Fue como si de repente cogieras oxígeno político. Te sentías representado, hasta llevé a mi hijo a Madrid, a Sol. Ahora veo que estamos en otro momento político, ya no existe el 15M.
–¿Ha evolucionado? ¿Ha fracasado? ¿Se ha utilizado mal?
–El 15M dio lugar a determinados cambios, pero ese movimiento ya no está, no existe el 15M. Estamos en otro momento. Siempre faltan impulsos sociales. No sé si es posible retomar ese espíritu.
–¿Al 15M lo ha matado la politización del 15M?
–Lo bueno que tenía el 15M fue que aglutinó a mucha gente que no hablaba de izquierda o derecha, sino de problemas concretos de la vida cotidiana con los que una mayoría social se siente representada. Fue muy relevante cómo se tomó el espacio público como un lugar en el que se puede dialogar. También se extendieron las primarias en los partidos y hubo un cambio en la cultura política. El 15M tomó distintas formas; se tradujo en política, pero también en plataformas, colectivos, mareas… No necesariamente en partidos. Pasó también con el partido que vino a representar el discurso del 15M que se produjo una atomización. Además, estar todo el día en las plazas no es factible, eso lo puedes hacer durante un tiempo. No da la vida para que todo sea la militancia a pie de plaza.
–Entró en política con el 15M.
–Me sentí representada en esas reivindicaciones. Cuando me pidieron que colaborase en Podemos dije que sí y sin condiciones; pocas veces lo he dicho en mi vida. Estaba comprometida con ese 'sí se puede'.
–¿No entró por un cargo?
–No lo hice por un cargo. Empecé a trabajar en el área de Economía y, lo demás, vino solo, pero no porque yo presionara. Me gusta mucho mi trabajo en la Universidad.
–Pero sí tuvo un cargo y una representación importante dentro del grupo en el Parlamento andaluz. ¿La política era cómo se esperaba?
–Creía que no iba a saber hacerlo. Pensaba, «le voy a preguntar al consejero y sabrá más que yo». Allí te das cuenta de la diferencia entre lo técnico y lo político. Hay que combinar el rigor técnico pero hay que meterle el componente político para que no sea un baile de cifras. Empecé a aprender.
–Y vivió lo más ingrato de la política: las envidias y puñaladas.
–Yo todo eso lo he subsanado siempre con trabajo. Había un grupo de gente, una corriente de trabajo en el Parlamento. Y eso tapa cualquier cosa que te pueda ocurrir.
–Sin embargo, se fue.
–Me voy por el mismo motivo. Por el pleno conocimiento de que no voy a poder responder porque estoy en desacuerdo con la deriva. Mira cómo ha terminado el grupo parlamentario.
–Aquel grupo ha acabado mal, con acusaciones recíprocas. ¿Lo esperaba tal que así?
–No me lo esperaba, para nada. Me da pena. Puede haber desencuentros y son muy sanos porque se avanza, pero esa tensión hace que no se pueda poner el foco en los problemas centrales.
–La crispación es mayor en los últimos tiempos. Parece que con el bipartidismo había menos tensión.
–Ha podido coincidir pero es algo que se ha producido a nivel internacional. Vemos mayor crispación en EE UU, con un asalto al Capitolio. Y allí no hay nuevos partidos políticos. También en Brasil, Francia… y lo que hay detrás es un nuevo momento social, mayores desigualdades, y eso incide en cómo se desarrolla la conversación política; no digo el diálogo, donde se busca un objetivo. La conversación política se convierte en dos monólogos sin punto de encuentro. Eso coincide con un momento social que se ha visto agravado por la pandemia. Por un momento en que la sociedad siente crispación, enfado, y estas fuerzas políticas son una cristalización de lo que sucede en la sociedad. Ese discurso es votado por alguna gente, precisamente por eso, porque es un reflejo de la sociedad. Hay mucha gente que ha colapsado.
–¿La izquierda unida es posible o todos los movimientos llevan a la fractura?
–Ahora también la derecha se ha dividido. Existe ese contagio. Si es para ampliar el espacio de la izquierda, esa separación es buena. El problema es cuando esa división surge de peleas internas.
–¿Hasta qué punto un movimiento como Unidas Podemos, que nace del 15M y que ha cuidado tanto los símbolos, le ha podido penalizar también la imagen? El chalet de Galapagar, por ejemplo.
–Al inicio había cantidad de círculos, la idea era tener unas bases muy potentes. Tú construyes pero no construyes solo. ¿Una sola persona va a decidir y montar todas las iniciativas? Imposible. El personalismo es perjudicial. Una cosa es construir un perfil público, y otra el personalismo.
–Tras el 4M en Madrid se alimentan las expectativas de otro movimiento alrededor de Íñigo Errejón. ¿Qué posibilidades le ve?
–No sé si los resultados de Madrid son extrapolables, España es muy diversa. Más Madrid ya tenía estructura y estaba en el Ayuntamiento. No hay una receta que te puedas llevar a las comunidades y funcione en todas partes.
–¿Se ve ahí?
–Bueno... [Piensa]. No lo sé, ¿puedo tener incertidumbre, no?
–¿Pero se identifica con Más País?
–Me identifico con esa sensibilidad. Me gustó mucho el Podemos original, que es donde nací políticamente. La diversidad que había era riqueza política. Y eso, Unidas Podemos lo ha perdido. Me siento más identificada con la sensibilidad de Iñigo Errejón.
–¿Un partido más transversal?
–Claro, porque es necesario romper el eje izquierda-derecha. Qué hace falta un aire más limpio en Granada, eso no es derecha o de izquierda. El aire que respiramos no es para uno menos contaminado y para otros más en función de cómo piensen. Esa es la transversalidad.
En clave local
–¿Cómo vive lo que sucede en el Ayuntamiento?
–Me parece dramático, no solo por la situación en que se está Granada, sino por la importancia de la capital en el conjunto de la provincia y la situación económica y social en que nos encontramos. Es política espectáculo merecedora de una caroca en Bib-rambla. Provoca una percepción errónea, la idea de que todo el que se dedica a la política es igual. Todos somos desiguales. Perjudica a la ciudadanía y a la labor política, que es la que más necesitamos en estos momentos en Granada.
–¿Y la política granadina en general cómo la ve?
–Falta innovación y audacia en Granada. Hay una paradoja granadina. Tenemos una Universidad que es generadora de conocimiento, que aporta un 7% del PIB a la provincia, que tiene empresas creadas a partir de la Universidad, que genera en el conjunto de las universidades españolas cuatro veces más de lo que aporta la economía granadina al PIB español... Y eso es paradójico con cómo se encuentra la economía granadina. O la agricultura que tenemos en la Costa y que no tengamos las condiciones Rules. Existe una contradicción permanente en Granada. He visto los proyectos del Next Generation [presentados a los fondos europeos] y parece que son los mismos de los que se hablaba hace años. A las asignaturas pendientes les llamamos ahora Next Generation pero es Past Generation.
–Ese lamento eterno, el de una provincia que podía tenerlo todo pero siempre tiene lo mismo, ¿de quién es culpa? ¿De la sociedad? ¿Falta de liderazgo político?
–Hay falta de liderazgo político y audacia. Alguien tiene que empezar una conversación con la gente de Granada para ver qué entiende por progreso. Esto es el modelo de economía rosquilla o donuts, de Kate Raworth. Algo similar a lo que se ha puesto en marcha en Amsterdam. No hay que montar proyectos que son asignaturas pendientes y decir que con eso se va a progresar. Unos ponen carriles bici y otros los quitan. A los que los quitan los votan y ganan. Esto es muy raro.
–No existe un modelo de ciudad o provincia que perviva por encima de los cambios políticos.
–Ahora sabemos cuál es la tendencia y dónde está el dinero. Sería fácil montar un modelo alineándose con los objetivos de desarrollo sostenible. Hay que implicar a la sociedad.
–Pero alguien tendrá que liderar ese proceso.
–Hay que liderar las medidas y también incide cómo se explican y se cuentan. Si yo digo que voy a poner un impuesto ecológico y no explicó previamente los beneficios y hago un mínimo de campaña eso probablemente tendrá una resistencia social importante y, además, muy motivada.
–¿Se pregunta poco? ¿Se cuenta poco con los profesionales de la Universidad? ¿Le han llamado últimamente?
–Cuando me llamen voy a estar siempre, y estoy segura de que mis compañeros de la Universidad, también. Todos tenemos intereses y sabemos qué queremos que mejore. Si nos lo preguntan bien, sabremos responder. Haría falta que fuésemos una ciudadanía más activa. No tenemos tiempo. Nos tendrían que hacer pensar un poquito más. Y no tanto con los grupos de Whatsapp.
–¿Hay tantos expertos cómo se dice?
–Creo que sí. Y expertas. Pero, al final, siempre todo es política. Una política económica, antes que económica es política. La política no debe rehuir tomar decisiones. Falta audacia y también valentía.
–Un concepto interesante el de valentía. Se le ha recriminado a la política granadina con un circunloquio que se haya dejado dominar tanto por la disciplina de voto.
–Cuando estuve en grupo de financiación autonómica en el Parlamento, entré diciendo que salíamos con un acuerdo y lo votó hasta el PP.
–Ahora hay más vetos que acuerdos.
–Entonces es que se no se quiere dialogar. Si de partida pongo una limitación y sé que no la puedes asumir estoy poniendo un requisito para que me digas que no. A veces se persigue y se busca la contradicción más que el acuerdo.
–¿Qué lectura económica hace de esta crisis?
–Muchos economistas habíamos dicho que las políticas neoliberales conducían a un fracaso y se ha visto que ha tenido que intervenir el sector público en la economía. Al final, se ha demostrado dónde hemos tenido la resiliencia, en los servicios públicos relacionados con lo social y la salud. Y los gobiernos han tenido un papel muy activo durante la pandemia y se les sigue exigiendo.
–¿Cuándo se superará la deuda pública que deja esta crisis?
–El endeudamiento es altísimo y marcará varias generaciones. ¿Valdrá la pena? Esa es la pregunta. Si ese endeudamiento es para conseguir una vida mejor para las generaciones futuras habrá merecido la pena.
–La pandemia ha ensordecido muchas problemas. Por ejemplo, la crisis migratoria, y se ha visto en Ceuta.
–Algo que es inopinable son los derechos humanos. No sé si Marruecos está respetando los derechos humanos. Si no lo hace, algún tipo de veto tendría que haber. ¿No existe, no? Ceuta y Melilla me parecen ciudades de acogida, profundamente solidarias. El 100% de los inmigrantes que llegan a Ceuta y Melilla no quieren estar allí. Muchos han llegado pagando mucho dinero a las mafias. Si hay mafias que se encargan de esto es porque está faltando el Estado en el sentido más amplio. Hay adolescentes, vamos a no llamarlos niños y niñas, un adolescente, ¡con lo que eso es! Me imagino a mí misma de adolescente, con 15 años, cruzando una frontera y cuando llego me dicen que soy una delincuente. Eso no puede ir bien. Es el momento vital cuando más referentes se necesitan. Y dejas que tu población más joven, que es tu futuro, se vaya. Son ciudades que soportan toda la presión de Europa. Hay mucha solidaridad y tendría que darse más dinero a esas ciudades por parte de la Unión Europea. Esto no va a parar, mañana volverán. Y tenemos derechos humanos vulnerados.