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Relatos de verano

La banda menguante

juan antonio trillo

Sábado, 31 de julio 2021, 00:46

El atraco al furgón blindado había salido casi perfecto, aunque en el último momento tuvieron que poner en marcha el plan B debido a un inesperado control policial en la rotonda de Maracena. Tal y como estaba previsto, los miembros de la banda se dispersaron, siendo Leo el encargado de deshacerse del vehículo empleado en el golpe. Volvió sobre sus pasos y por Joaquina Eguarás se cruzó con varios coches patrulla que a toda pastilla se dirigían al lugar del robo. Tras el lógico susto, tomó la carretera de Víznar y despeñó el vehículo en un profundo barranco del río Beiro. Desde allí no tardó ni veinte minutos en llegar al piso de su madre en Casería de Montijo.

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Según ese plan B, por la noche todos debían acudir de manera discreta a la estación de autobuses para repartir el botín y separarse definitivamente. Antes de llegar al lugar de la cita, Leo vio en la terraza de uno de los bares situados frente a la estación a Toni y Sebas. Parecían dos viajeros más haciendo hora mientras apuraban sus cervezas. Le extrañó no ver a Francis, siendo el más puntual de todos. Leo se sentó junto a sus compinches, no sin antes echar un vistazo para asegurarse de que la pasma no le había seguido.

–¿Y Francis? –preguntó, preocupado, mientras pedía otra birra al camarero.

Toni lo taladró con su heladora mirada y un escalofrío recorrió la espalda de Leo temiéndose lo peor.

–Lo he matado –le susurró, para que solo él pudiese escucharlo.

Leo no dijo nada y dio un largo sorbo a su cerveza para intentar tragarse el miedo que lo estaba atenazando.

–Mi autobús sale en quince minutos, voy al servicio y nos piramos –dijo Sebas, ajeno a todo.

Toni se levantó y fue tras él al interior del local. Al poco volvió solo.

–Sebas está… indispuesto, y tampoco viene –anunció irónicamente–. Solo quedamos tú y yo, así que cuidadito con lo que haces. ¡Andando! –le ordenó de forma tajante.

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Leo hizo caso omiso y encendió tranquilamente un cigarrillo, en vista de lo cual Toni sacó ligeramente la mano del bolsillo de su abrigo, dejando entrever su reluciente y mortífero revólver.

–Sabes que soy capaz de pegarte un tiro aquí mismo, así que no me obligues. Coge la mochila y vamos.

Leo sabía que Toni no dudaría en hacerlo y por eso dejó un billete de diez euros sobre la mesa, se levantó y comenzó a caminar hacia la estación. Cuando cruzaban el paso de peatones, varios polis entraban a la carrera en el edificio y Toni cambió de idea.

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–¡Al metro, rápido! –apremió con un pequeño empujón, aprovechando que un tren acababa de llegar en dirección Armilla.

El vagón iba atestado de aficionados del Granada que se dirigían a Los Cármenes para presenciar un importante partido que se disputaba esa noche. Los dos ladrones permanecieron de pie y Toni apretó su pistola contra las costillas de Leo.

–No intentes nada raro y tendrás tu parte –le mintió, entre dientes, con una mueca en su cara que delataba su mentira.

Cuando se bajaron todos los hinchas, el vagón quedó prácticamente vacío y en ese instante los dos supervivientes de la banda repararon en la presencia de una atractiva rubia sentada cerca de ellos. Leo, a pesar de su crítica situación, quiso ligar con la chica.

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–¿No vas al fútbol, guapa? Si quieres, puedes venirte con nosotros de fiesta.

Ella no le hizo caso y siguió mirando su móvil. Toni parecía divertido ante la surrealista escena y le aconsejó a su colega:

–Déjala en paz, bastantes problemas tienes ya.

Toni decidió que ya iba siendo hora de bajarse y lo hicieron en la parada del PTS. Deambularon durante unos minutos por unas calles casi desiertas hasta que llegaron a las inmediaciones del parque Tico Medina. A esa hora de la noche parecía vacío y, además, había empezado a caer una fina lluvia que no invitaba al paseo. La circunvalación estaba cerca y sería sencillo huir con un coche robado desde allí.

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–¿Te apetece un romántico paseíto? –le propuso a su rehén, apuntándole a la cabeza.

Se internaron en el Tico Medina hasta una zona poco iluminada, propicia para cometer un asesinato y abandonar el cadáver sin testigos. En ese momento un leve crujido alertó a Toni, que se giró, pero no vio nada sospechoso. A los pocos segundos, se escuchó la detonación. Un cuerpo cayó desplomado sobre el césped mojado mientras el silencio de la noche competía con el monótono rumor de los vehículos rodando a gran velocidad por la autovía. Leo cogió la mochila con la pasta del botín y el revólver de Toni, que había caído a unos metros de él.

– Antes de que nos dejes, te explicaré la jugada. Como no me fiaba de ti, elaboré el plan L, bautizado así en honor a Lola.

A pesar de la oscuridad y la inminencia de su muerte, Toni reconoció a la rubia del metro. Empuñaba una pequeña pistola y besó con pasión a Leo como si se tratase de la furtiva cita de dos jóvenes enamorados.

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–Ya ves que, además de atractiva y ardiente, es muy eficaz. Sabía que me la ibas a jugar, así que le di un arma e instrucciones precisas para actuar en caso necesario. No tenías que haber matado a Francis y Sebas, había dinero suficiente para todos, pero te pudo la avaricia. Ahora todo será para nosotros dos.

Lola se acercó al moribundo y, con su sensual voz y una cruel sonrisa marcada en su rostro, le susurró:

–Nos vamos de fiesta, cariño, qué lástima que no puedas venir.

Un atenuado rugido les sorprendió cuando abandonaban el parque, el Granada había marcado 'in extremis' y la afición se marcharía eufórica a casa, todos menos el infortunado propietario del coche que la pareja robó no lejos del estadio y en cuyo maletero depositaron una mugrienta mochila con más de medio millón de euros.

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