A Carmen López todo le parece bien. Está contenta, dicen sus cuidadoras. Pasó 21 días aislada en su habitación en plena Navidad y no mostró ni un mueca de cansancio, no tuvo una mala palabra con su gente. Cuando una infectada de coronavirus a ... los 96 años aún mantiene inmune la esperanza, no hay motivos para dejar de sonreír. Más aún cuando el bicho, tan caprichoso con eso de la edad, decide hacer una excepción con esta anciana y pasa por su cuerpo sin dejar huella. Por no tener, Carmen no tuvo ni una décima de fiebre después de la PCR positiva de aquel 14 de diciembre. Va a ser la primera vacunada en la residencia La Mothe, en Santa Fe.
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Es domingo, pero el equipo de vacunación en residencias no descansa. Han trabajado en turnos de hasta 12 horas, también durante el fin de semana, para cumplir el objetivo de completar a 10 de enero la inyección de la primera dosis a cerca de 8.000 usuarios de estos centros enGranada. El día 19 empezará el reparto de la segunda tanda de Comirnaty, que es como se llama el antídoto de Pfizer, y una semana después los vacunados podrán respirar algo tranquilos, pues habrán alcanzado, según los expertos, el máximo nivel de inmunización que otorga la vacuna. Que nadie se confíe: no, no podrán quitarse aún la mascarilla. Pero en La Mothe ven la luz al final del túnel y cuentan los días: quedan 28 para ese momento.
Quizá Carmen no esté para tachar días en el calendario, pero sí para recordar este momento en el que mira a cámara mientras, a través de una aguja, su cuerpo recibe ARN mensajero, que no es más –ni menos– que un manual de instrucciones para que el organismo fabrique defensas contra el virus. Cuántos habrían deseado tenerlo antes de cruzarse con el enemigo microscópico. Carmen ya le plantó cara, pero la vacuna se inyecta también entre los que han estado infectados. La jeringuilla que contiene el preciado líquido incoloro está en manos de Mariola Soto, directora de la Unidad de Residencias de Granada, que acompaña a Pepa Cordón, Lola Peña, Víctor Costela y Rubén Francisco Tomás, el equipo desplazado a la casa de las religiosas de Compañía de María en Santa Fe para poner 55 inyecciones a trabajadoras y residentes.
Antes de llegar allí, hace semanas, se elaboró un listado previo de trabajadores y residentes candidatos a la vacunación. Dos días antes del pinchazo, la residencia confirma quiénes están dispuestos –es voluntario– a inyectarse el antídoto, y envía una lista que normalmente coincide con el primer borrador, pues el 98% accede a recibir el ARN mensajero. El equipo va al centro de La Chana al que han llegado los viales, ya descongelados desde su salida de Bidafarma, de Comirnaty. Se recogen con sumo cuidado en recipientes que garantizan que se mantienen entre 2 y 8 grados de temperatura. Y de ahí, en furgoneta hasta La Mothe.
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Es uno de los últimos centros granadinos que reciben la primera dosis. Tras los muros de ladrillo visto –el edificio original data del siglo XVIII– hay una casa con decenas de habitaciones. En cada esquina, en toda pared, hay alguna imagen religiosa, ya sea un cuadro, un póster o una escultura. Pasa desapercibido entre todo ello el ascensor, hasta que las puertas se abren y el pasillo se ilumina. Dentro hay un carrito de aspecto endeble, pero eso da igual, porque porta los objetos más valiosos: esos botecitos –viales es el término técnico– con tapón violeta y serigrafiados con el nombre Pfizer Biontech.
Hay nervios. Alguna broma:«Humor que no falte», dicen en el pasillo a las diez de la mañana, hora prevista para el inicio de la vacunación. Allí está Conchi Carreño, gerocultora que trabaja en el turno de noche. «Estábamos esperando con ganas, nerviosas también, por si tenemos reacción. Pero con ganas de ponérnosla, porque trabajamos con personas que tienen riesgo», cuenta. Todas las profesionales –solo hay un par de hombres a la vista– han restringido sus vidas para proteger las de las ancianas a las que cuidan. No solo ellas han dejado de salir a la calle, en esa rutina 'de casa al trabajo y del trabajo a casa': también se han sacrificado sus maridos, hijos, o los familiares a los que no han acudido a ver estos meses atrás. Aun así, en diciembre hubo tres residentes –Carmen, una de ellas– y una trabajadora infectadas. «Hemos pasado unos meses que eso se queda par a nosotras. Con ansiedad, con Lexatin... Nuestra vida no ha sido normal desde marzo».
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«¡Niñas, los hombros preparados!», grita alguien. El carrito ya está en la pequeña sala en la que se suministrará le pinchazo a los profesionales. Los enfermeros visten sudadera roja y pantalón blanco. A Elodia Rodríguez, que es la madre superiora, se le intuye una sonrisa debajo de la mascarilla mientras espera: será la primera profesional vacunada. «A ver si terminamos ya con este virus. Pero somos conscientes de que tenemos que esperar un mes, porque el bicho este...». Luego va Silvia, otra 'positiva' por coronavirus que lo pasó sin síntomas:«Un regalo de Reyes».
El proceso es rápido:el celador canta un nombre, el candidato a la vacunación entra a la sala, recibe la dosis, el enfermero lo anota en el ordenador, y que pase el siguiente. Así, hasta que llega el último turno a las 10.41, el de Mariola Soto, la responsable de la vacunación en residencias, que ha esperado al último día para recibir la inyección. «Es un respirar entrecomillado, porque no tenemos el total de inmunidad. Se tienen que seguir las medidas de seguridad», cuenta. Por ahora, no tiene constancia de ninguna reacción alérgica entre los vacunados:«Hay cero efectos y muchísima aceptación». La clave para haber cumplido con esta primera campaña al ritmo previsto es el sacrificio de los profesionales, y la existencia de esta Unidad de Residencias que ha facilitado la coordinación del proceso y será ejemplo de ello en toda Andalucía.
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Termina la vacunación de las trabajadoras –y un trabajador– de la residencia. El equipo sale de la sala y se encuentra al personal de La Mothe en pie, en el pasillo, presto a un aplauso a sus colegas sanitarios que no por repetido les deja de emocionar. «Estamos muy ilusionados, la verdad. Nos dan muchísimos aplausos. Y a nosotros nos hace ilusión ver las caras de esperanza y alegría que tienen. Nos compensa. Estamos reventados, un poco, pero era necesario inmunizar a los mayores, los que más han sufrido. No es un sacrificio, no nos pesan las horas. Estamos con alegría aquí», cuentan.
Luego siguen trabajando con las más ancianas y enfermas. Alguna derrama una lágrima de emoción y nervios. Mariola recuerda que deben mantener las precauciones tan bien aprendidas en estos meses. Ella misma coge el pellizquito en el brazo a alguna de las residentes, que en realidad, el pellizco lo tiene en el corazón. No escatiman en sonrisas con la mirada a las enfermeras. «No he sentido nada, señorita», dice una en su sillón. «No tenga miedo», tranquiliza Mariola a otra. «Rosario, yo soy Lola, vamos a vacunarla».
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A las 11.16 todo está listo. Primera dosis, completada. Carmen no ha rechistado. Ella ha mirado al coronavirus de tú a tú. Hace un par de años estuvo a punto de morir en dos ocasiones. ¿Le va a doler un pinchazo?
En pleno aplauso, interrumpe una exclamación: «¡Este bicho no podrá con nosotras!». Y en ese momento es fácil imaginar que él, el bicho, si en vez de ser una partícula minúscula tuviera tamaño y forma humana, se vería huir aterrado por el pasillo ante el doble chute de esperanza:el de la vacuna y el de las vacunadas.
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