![Blanca Fernández Ochoa: Blanca, cuando la nieve es negra](https://s1.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201909/08/media/cortadas/blanca-k0ZH-U9080630200YE-624x385@Ideal.jpg)
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tico medina
Granada
Domingo, 8 de septiembre 2019, 00:57
Por qué se nos fue la niña, siempre aunque pasara el tiempo, siempre con esa cara de niña. Su hermano, que también fue amigo, cuando, por ejemplo, aún Granada no miraba del todo a esa maravilla de la nieve, que nos parecía muy lejos, incluso ... a mí, que me parecía imposible, porque los granadinos, teniendo las dos cosas tan cerca, como es el mar, la mar, y el milagro del Veleta y el Mulhacén, seguíamos, como decía el otro día el viejo maestro Julio Anguita, «mirándonos el ombligo, sin saber, que el ombligo está una cuarta más abajo». Bueno, pues ya entonces, Paquito me decía: «Oye, no te quejes, que tú tienes ahí esa Sierra Nevada que no todo el mundo la tiene, terminaréis, y si no al tiempo, enseñando a vuestros hijos y vuestros nietos». Me lo dijo muchas veces, con aquella sonrisa, que también heredó Blanca, que se nos acaba de ir, misteriosamente todavía, donde a ella tanto le gustaba.
Un día, hace ya mucho tiempo y en verano, íbamos a Cercedilla mi compadre Yale, gran reportero cordobés, y yo, cuando escribíamos para 'Informaciones', aquella página del Madrid de la provincia. Y subimos hasta arriba, hasta ese mirador, desde el que se veía medio Madrid a lo lejos y aquel racimo de montañas, cuando se hacía Heidi en la tele…
Cercedilla ya era entonces Cercedilla de Paquito Fernández Ochoa, que también es mala suerte, le tocó retransmitir, televisar, en la 1, Álvarez hijo, parece que lo estoy viendo en este momento de la memoria, aquella prueba alpina en la que volaba su hermana, entonces casi una niña, que además tenía cara de niña, hasta que se nos fue del todo. La vio volar, elegante, grande, grande, grande, sobre la nieve hasta que se rompió y se vino al suelo, y el pobre Paquito dijo, quizá la primera vez que se dijo el palabro: «¡Coño, Blanca, niña!».
Adiós Blanca Fernández Ochoa. Lo mismo que tu hermano, que te recomendó cuando se nos fue derrotado por el cáncer, aquello de tu sonríe siempre, y cuando sonrías, pase lo que pase, acuérdate de tu hermano.
A veces la veíamos en la televisión, me la encontraba en los platós, con acento en la o, de los programas que más gustaban. La audiencia primero, después la ausencia. Ella también me dijo: «Pues los granadinos es que no sabéis lo que tenéis, yo aprendo mucho en vuestra Sierra Nevada, es mejor que muchas otras nieves del mundo, y lo que es peor, es que no os enteráis».
Que queréis que os diga, que no sepáis en este día de dolor, también de amor, en que se van sabiendo cosas. Yo creo, era una campeona grande antes y después de ganar y perder, que para perder primer hay que ganar. Era valiente y, siempre siempre, estaba en el filo de la navaja, al menos últimamente; las pastillas contra la depresión, la ascensión y el derrumbe el mismo día y hasta la misma hora, los opiáceos, permitidos, recetados, incluso con permiso. «Cuidado, que con la depresión y el dolor, se te puede ir la mano».
Siempre, ahí en ese sitio incierto, y a la edad de los cincuenta y seis, pero siempre dispuesta con la mochila para subir hasta el pino aquel, solitario, que acaba de cumplir seiscientos años, Blanca, con los dos bastones, esta vez no los llevaba, como quien sabe que no quiere volver, y no me arriesgo en decirlo, su casa de piedra y ladrillo, tan de la sierra madrileña, todos los días la estatua de Paquito, con los brazos alzados como esperando el abrazo del aire, lo mejor son los cordones de sus botas, los de la estatua que aguanta días de sol y de niebla... días de nieve y frío.
Cercedilla de los Ochoa. A estas horas del viernes, once de la mañana cuando yo escriba esta crónica, aún estudia Toxicología si puede encontrar, descubrir en su sangre, sobre la losa fría del depósito de cadáveres donde a esta hora reposa la leyenda, qué había en su sangre, aparte de los comprimidos. A última hora están diciendo que van a incinerarla, o sea que ella quería ser ceniza, ceniza que no me importaría, aunque un día el viento la trajera hasta este camarote en el que escribo, igual que yo quiero que hagan conmigo como he dicho tantas veces.
Podría jugar a las metáforas y escribir en su memoria, que hoy las altas águilas de la Peñota, que pican en los ojos de los ciervos muertos, llevan una pluma negra. Yo soy pieza de monte y no de montaña que es otra cosa distinta, aunque cuando nieva en mi pueblo –que por cierto y por desgracia también están vendiendo mi humilde casa en la calle que lleva mi nombre– me encuentro con la historia, con los bolsillos llenos de olvido y de migas de pan, como cuando éramos niños, aunque entonces yo llevaba un tirachinas de goma de albarca de pastor y de cuero de no sé dónde, así como las horquilla de olivo. Ahora sólo me queda este otro tiragomas de la palabra escrita o pronunciada, a veces llena de sangre, a ratos llena de olvido.
Se nos ha ido Blanca, inmensa aún después de su muerte. Ya lo dijo el poeta Rilke: «Dad a cada uno señor la muerte que necesita».
También la muerte que quiere, a lo que nadie tiene derecho, o si, porque la muerte vive con uno, y uno es el cuidador del lobo, que lo habita. Adiós niña Blanca, adiós. O más que adiós, hasta luego, hasta pronto, si Dios quiere. Hoy domingo tu pueblo estará en fiestas por el propio deseo de tu familia. Nuestra secretaria de Estado para elDeporte, la granadina María José Rienda, también campeona olímpica, ha pronunciado ya las hermosas y sentidas palabras de su pésame y el que todos los hijos del deporte esperaban. A ella también le dijo Blanca, muchas veces, muchas lo de nuestra Sierra Nevada.
Y yo que además tengo conmigo una Virgen de las Nieves que me regaló en su día su escultor López Burgos, que vivía y tenía su estudio en la calle Gracia, cerca de la parroquia de la Magdalena, la miro hoy con más fe que nunca. Buscaré una flor si es que algo ha florecido, en esta casa ya yerma, donde sólo florece el cardo borriquero del olvido... ¡Ay si yo tuviera a mano esa flor de edelwais, que hace poco descubrieron, y contaron y retrataron, en su doble página a color el verano nuestros excelentes y envidiados compañeros de IDEAL que han recorrido nuestra hermosa y desconocida geografía de la mar y la montaña¡
Pues que esta vieja ya flor de edelwais de nuestra Sierra Nevada de papel de periódico, en el milagro de la papiroflexia, sirva de recuerdo y de ofrenda a la niña que se nos fue, yo creo que por que quiso hacerlo, y de esta forma, sí, se hizo, flor de leyenda.
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