José Fenoll posa para IDEAL con su bata blanca y uno de los clásicos frascos de farmacia que tiene expuestos en su botica. Ramón L. Pérez

Un boticario de pueblo en plena Gran Vía

Personajes granadinos de barrio ·

José Fenoll viste su bata de farmacéutico entre principios activos, fórmulas magistrales y muebles de castaño de principios del siglo XX

Yenalia Huertas

Granada

Domingo, 6 de junio 2021, 00:19

José Fenoll en realidad no es de pueblo. Nació en Cartagena hace 63 años. Pero cuando viste su bata blanca de farmacéutico procura dar el trato familiar y cercano que suelen brindar los boticarios de los núcleos pequeños de población a sus lugareños. Pese a ... regentar junto a su socia Carmen una de las farmacias más céntricas de Granada, la que está en Gran Vía, justo al lado de la heladería Los Italianos, pone nombre a gran parte de sus clientes y, a los que no, dispensa las medicinas con el mismo talante que a sus fieles.

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En la botica de Fenoll, donde trabajan cuatro farmacéuticos contando con él y el 75 por ciento son ellas, el pasado y el presente conviven como un matrimonio perfecto. El establecimiento tiene una estética que traslada a principios del siglo XX. Su mobiliario, labrado y de madera maciza (castaño), hace a quien entra viajar a otra época, esa en la que los boticarios guardaban sus productos químicos en albarelos y preparaban fórmulas magistrales como verdaderos alquimistas de la salud. Lactosa, clorato de potasio, manteca de cacao, alcohol... puede leerse en las etiquetas de los botes.

A Fenoll no le importa que se le llame José o Pepe. Con habla pausada y educados modales, recibe a IDEAL tras la mampara de su antiguo mostrador, mascarilla en boca.

La mayoría de las personas que acuden a esta farmacia del centro de la urbe durante la visita de este diario son mayores. La primera, llamada Carmen, acude a por una inyección que Pepe le tiene preparada en el frigorífico. El último, José Antonio González, es un septuagenario de La Mancha, de Torrenueva (Ciudad Real) y todo un caballero. «Conozco a Pepe desde hace un montón de años y es mi farmacéutico de cabecera: una persona atenta, profesional y de confianza», indica antes de llevarse Gelocatil para la jaqueca.

Fenoll, de padre granadino, estudió Farmacia en Granada y se casó con una granadina. Se quedó con la botica de Gran Vía en 1994 y ha tratado de conservar su encanto. Se la compró, como recuerda, «a don Luis Gálvez». Hasta la silla en la que se sienta quien acude a tomarse la tensión tiene solera. El techo, tan alto como el de una estancia de una casa palaciega, cuenta con unas vigas de madera en sintonía con las estanterías, donde solo la diversidad de colores y tipografías de las cajas y botes de fármacos, cremas y otros productos rompen la armonía de lo añejo del local.

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El mobiliario del establecimiento data de principios del siglo pasado. Ramón L. Pérez

«Esta es una farmacia que es bonita y que ahora mismo se sale de lo que se está haciendo. Se está apostando por establecimientos más prácticos y cómodos, pero creo que pierden un poco ese halo de la 'Farmacia de guardia' de Mercero», comenta José, para garantizar que en la suya hay prácticamente de todo «como en botica». Y lo que no hay, se pide y obtiene «con facilidad», puesto que «existe un fluidez muy grande entre la cooperativa y la farmacia».

Aire de antaño

Aunque el local mantenga el aire de antaño, está dotado de un sistema informático y de todas las tecnologías necesarias para que su actividad sea como la de cualquier otra farmacia. No disponen, claro está, de esos sofisticados circuitos de techo para desplazar los medicamentos de un punto a otro. Entre otras cosas porque la habitación es pequeña. «Para robots ya estamos nosotros», señala con la mano apoyada en el mostrador, cerca del cúter con el que retira de las cajas de fármacos «los cupones precintos» que siguen acompañando a las recetas.

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Dos carteles enmarcados de fármacos de hace décadas –Fenoll calcula que son de los años 50– están colgados en los extremos de la pared central. Hay que alzar la vista para leerlos. Uno de ellos es de la tableta Okal para el dolor de cabeza, mientras que en el otro aparece un simpático pingüino un tanto resfriado y abrigado sobre esta leyenda: «Calmante vitaminado Pérez Giménez», una antigua marca de medicamento para atajar la gripe.

Uno de los antiguos carteles de los años 50 que cuelgan de las paredes de esta farmacia. Ramón L. Pérez

«Es un sitio muy céntrico y, como todo en la vida tiene sus cosas buenas y no tan buenas», expresa el boticario. Entre las buenas, resalta que, al ser una de las principales arterias de la ciudad, el tránsito de personas es continuo y, por ende, la afluencia de clientes también. «Entra todo tipo de personas: tanto gente conocida en la ciudad, como gente totalmente desconocida». Actores, presentadoras, políticos y jueces han sido algunos de sus insignes clientes puntuales. Entre las cosas no tan buenas de su emplazamiento, el farmacéutico recuerda que por Gran Vía pasan la mayoría de las manifestaciones y de los desfiles procesionales de Semana Santa, lo que altera lógicamente el normal ritmo comercial diario.

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«Me han preguntado en alguna ocasión que dónde estaba la Mezquita de Córdoba», comenta entre risas Fenoll, tras reconocer que son muchos los extranjeros que usan su mostrador como punto de información turística. Por ejemplo, suele ser habitual que los estadounidenses, acostumbrados a que en las farmacias de su país se puedan adquirir muchas más cosas, pretendan recargar el bonobús en esta farmacia.

La comercialización de ciertos artículos, como admite Pepe, es estacional. Los productos contra la pediculosis (los piojos) son especialmente demandados cuando empieza el 'cole' o los campamentos de verano, al igual que las cremas solares tienen salida cuando el 'lorenzo' más brilla. Con la primavera, los antihistamínicos protagonizan muchas de las transacciones. La venta de paracetamol, sin ir más lejos, se disparó durante los primeros meses de pandemia.

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En esa época, de psicosis colectiva, las mascarillas eran casi un artículo de lujo y su gremio estuvo especialmente expuesto al coronavirus. «Hicimos lo que podíamos, con los pocos medios que había, pero creo que, en líneas generales, hemos realizado una labor muy buena con la población, tanto en información como en quitarle miedo a mucha gente», opina Pepe, que pasó la covid-19 sin casi síntomas y que, lógicamente, ha atendido a numerosos pacientes contagiados.

En el interior de la botica también hay artículos con historia. Fenoll y su socia conservan una vieja balanza blanca con una romana para pesar a los bebés que «funciona perfectamente». En la entrada, una báscula analógica recibe al público. Cuesta 0,20 céntimos saber el peso corporal de uno.

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En la botica de Pepe hay algo que no tiene precio: los consejos que da a sus clientes cuando acuden pidiéndolos. «Somos un poco consultores o asesores, sí, aunque no ocupamos nunca el plano que no nos corresponde», se despide, no sin antes recordar que por su botica han pasado personas infartadas que han salvado la vida gracias a una llamada realizada desde su teléfono. Está claro entonces, José, que es de justicia incluirles entre los héroes de bata blanca.

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