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Desescalada, fin del toque de queda, buen tiempo… Y fiesta en las calles. Se podría decir que el botellón está de vuelta en Granada, pero lo cierto es que nunca llegó a irse. Ni la ordenanza de la convivencia ni el cierre del botellódromo consiguieron ... acabar con el consumo de alcohol en la vía pública. Tan solo durante las semanas de confinamiento estricto, la capital se olvidó de las molestias por el ruido y la suciedad. Ahora, el lugar de moda es la Fuente del Avellano. Hace años lo fueron la glorieta de Arabial, el Paseo de los Tristes o el Campo del Príncipe.
A finales de los 90 estallaron los vecinos de la glorieta de Arabial, lo mismo que ahora protestan por la fiesta desmesurada quienes viven en Pedro Antonio de Alarcón o Ganivet. El Ayuntamiento anunció que vallaría la glorieta, el espacio que ahora ocupa un parque y que también es escenario de pequeños botellones, pese a que las nuevas viviendas, el gimnasio y la propia plaza dan un aire moderno que no tiene nada que ver con el viejo recinto junto a la estación de autobuses. Aquello fue un desmadre. Las fotografías de la plaza cubierta por una alfombra de basura serían hoy impensables.
La vigilancia en Arabial no impidió que la situación se repitiese en otros puntos de la ciudad. El entorno de Neptuno y la entrada de Méndez Núñez se convirtieron en focos de botellón apenas una semana después del 'cierre' de la glorieta. La fiesta no cesaba en el Campo del Príncipe y el Paseo de los Tristes. Por entonces se barruntaba la opción de trasladar 'oficialmente' estas congregaciones a los descampados a la entrada de la ciudad, lo que, claro está, no contentó a los vecinos de estas zonas.
La juerga callejera siguió en Plaza de Toros o Plaza Nueva. En las cruces del año 2004 fue necesario retirar dos toneladas de basura y los sanitarios registraron un millar de intoxicaciones etílicas. En 2007 abrió el botellódromo, y en 2009 entró en vigor la 'ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público de Granada', que regulaba las multas por consumir alcohol en la vía pública.
El botellón pasó a ser una zona de desmadre, ante el descontento de los vecinos de la zona, que incluso llegaron a contratar seguridad privada y a cerrar sus portales en las fiestas de la primavera. Granada dio la vuelta a España por la juerga descontrolada que colapsaba la ciudad una vez al año ante la reunión de decenas de miles de jóvenes junto a la autovía. Hasta 2016, cuando quedó prohibida y fue sustituida por una carrera entre polvos de colores, que tiñó el barrio de morado durante varias semanas. Lo que empezó siendo una anécdota se convirtió en un quebradero de cabeza para los vecinos que no podían arrancar los pigmentos de las suelas de sus zapatillas, sus portales y terrazas. En ese mismo año quedó precintado el botellódromo, ahora convertido en un espacio de práctica deportiva.
En 2017 regresaron las barras al Día de la Cruz. Y otra vez, la ciudad volvió a verse desbordada por la fiesta en las calles. En 2019 volvieron a estar vetadas en el Centro y el Albaicín y en 2020 el Día de la Cruz no salió de los balcones. En el verano hubo pequeños focos de botellón en la ciudad. Desde luego, ninguno comparable a las imágenes de años atrás. Desde las fiestas en la glorieta de Arabial hasta las últimas congregaciones en la fuente del Avellano han pasado más de dos décadas. Antes, los únicos problemas eran el ruido y la suciedad. Ahora los botellones dispersados por el Albaicín preocupan a los vecinos no solo por eso, sino por la posibilidad de que se conviertan en focos de transmisión del coronavirus.
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