Reconozco que el título de este domingo es quizá más grosero que otra cosa, pero es una frase ya histórica que no todo el mundo conoce. Dicho donde se dijo, y en el momento en que se dijo, merece que servidor aquí lo narre, sobre ... todo teniendo en cuenta que es cierto, y que aunque aquel que la recibió como una orden, ya no está entre nosotros, lo cierto es que a mí me la ha contado. Y después él mismo también me la refrendó aquel día, en aquel restaurante de boquerones vitorianos, que dicen que son los mejores del mundo en el Rincón de la Victoria. Incluso podría dar el nombre de quien la dijo, y que sin anotar en la servilleta, la grabé para siempre en mi memoria, a la que acudo con insistencia, sobre todo en este momento, en el que todo el mundo cuenta cómo le fue aquel día de febrero del año no sé cuántos, cuando España estuvo a punto de cambiar para siempre su historia.
Les cuento. Como casi todo el mundo, está contado estos días lo que les costó vivir, algunos desde muy cerca, cuando Tejero pistola en mano entró en el Congreso, que aún hoy te enseñan, en los días de turistas, los agujeros que hirieron el techo de la casa grande de España. Servidor vivió aquellas horas interminables, aunque por azares del destino estaba bien lejos de Madrid, concretamente en Chile, más aún en el sur del sur. Estaba en el festival de Viña del Mar, acompañando como tantas otras veces a Julio Iglesias, que en esta ocasión iba acompañado, y bien, por la viuda de Elvis Presley, que era en aquellos días el amor efímero siempre del cantante madrileño. Puedo decirles que de haber estado en Madrid, aunque no era acreditado oficialmente en el Congreso, sí que habría ocupado mi sitio en aquellos momentos difíciles. Esto es, donde me hubieran dejado estar, junto a otros compañeros, cerca por ejemplo de José María García, que aunque él no se acuerde el día que llegó al diario Pueblo para hacer deportes, servidor le dijo, de lo que me siento muy orgulloso: «Compañero, que si no encuentras sitio ya sabes que yo te dejo aquí una silla junto a mi mesa, y bienvenido a esta casa a la que Emilio Romero acaba de traerte».
Bueno, pues yo estaba en Viña del Mar mientras Julio terminaba de vestirse para salir a cantar, y su dama entonces, frágil y linda estaba tan cerca de él que parecía más bien estar dentro. Nos habían prestado una casa de madera en lo alto del Valle de las Manzanas, que era propiedad de un riquísimo frutero, buen amigo de Julio. Y de pronto en la televisión en blanco y negro, aparece el informativo que llevaba el oficial de Pinochet Raúl Matas, profesional extraordinario que al final de su trayectoria por España había querido regresar a su tierra. De pronto, tras el titular de golpe de estado, que nos hizo dar un gran salto –mi corazón a poco se me sale del pecho– aparecen las imágenes, borrosas pero ciertas, de aquel momento feroz en la historia de España. Uno de esos instantes que demuestran que es cierta la frase de que 'una imagen vale más que mil palabras', cosa que no siempre es cierta pero que en este caso nos dejó de hielo, tan lejos sobre todo de España.
Escuchamos, vimos en silencio, en aquella sala lejana, lo que estaba ocurriendo en nuestra patria. Y usaré la palabra patria, ahora tan en desuso, y la pregunta de Julio:
–«Yo tengo mañana que cantar en Paraguay, como sabéis, y no tengo más remedio que seguir adelante, lo tengo firmado hace ya mucho tiempo. ¿Tú que piensas hacer, Tico Medina?»
–Me voy a España esta misma noche si es que tengo vuelo, que todas las noches sale desde Santiago de Chile un avión…
Alfredo Fraile rápidamente se encargó de arreglarme el vuelo. Toda la noche volando, que no hay más que mirar al mapa. Sí que les puedo decir, por hacer más corta la historia, que aquella noche misma volé desde Santiago de Chile hasta Madrid, y que cuando llegué al aeropuerto de Barajas, iba solo en el avión, y que los carabineros que había entonces en Aduanas, cortésmente se llevaron la mano a la gorra verde, para decirme como quien se excusaba: «Que sepa usted que nosotros no estábamos en el Congreso»,
Con las prisas, me traje, y aún la tengo, una carta que la mujer de Elvis Presley me había dejado para que le entregara a Julio en su momento, y en el que Priscila le confesaba de su puño y letra, su amor profundo al cantante, que la verdad sea dicha la llevaba como casi siempre, de adorno, y en este caso mucho más porque fue la esposa del más grande ídolo de la música del mundo, muerto en su casa de Memphis.
Pues hoy quiero contarles, aunque sea bajo este grotesco titular, lo que supe de aquellas horas. De cuando el rey emérito, hoy en el exilio más o menos voluntario, grabó su mensaje histórico, aquel vestido de capitán general, cerca el Príncipe Felipe, junto a las cámaras que rodaban el fascinante momento. A su vera también, Sabino Fernández Campos, con el que me unía una extraordinaria amistad, y que además se había casado con una compañera mía de la televisión, María Teresa. Ella sí que lo sabe todo y de vez en cuando escribe una buena novela histórica, aunque se mantiene en la discreción y el silencio, lo que la hace mucho más importante, sin duda.
En aquella reunión tensa, del Palacio de la Zarzuela, grabaron el mensaje del rey don Juan Carlos, con un grupo de personas muy corto alrededor. Y cuando terminó el rey de decir lo que todo el mundo sabe que dijo, don Juan Carlos insistió: «A ver, qué hacemos con esto. Tiene que darse lo más pronto posible, ya que no es directo».
En la sombra, aunque imponente, porque era muy alto y fuerte, el director de Informativos, Jesús Picatoste, buena gente y buen profesional, que llevaba las noticias de la televisión. El director general de RTVE le ordenó a su compañero: «Jesús, rápidamente a Prado del Rey, que ya te están esperando».
El rey, no obstante, preguntó quién llevaría el mensaje.
–Me llamo Jesús Picatoste, majestad, y soy el jefe de Informativos de Televisión Española.
Y el rey le respondió a su manera, con aquella frase, yo diría que habitual, en la calle muchas veces dicha, cuando había que tomar una decisión inmediata, y sin perder un minuto de tiempo:
–Pues vete cagando leches, que España lo está esperando.
Alguna vez lo contó Jesús Picatoste, discreto siempre además de gran periodista, director de agencia en su tiempo y buen amigo mío. Jesús, en el coche oficial, sin sirena ni escolta, que le correspondía por su cargo. Y así llevó el mensaje real, histórico y tan necesario hasta los estudios de Prado del Rey, nunca mejor dicho lo de Rey, donde ya se encontraba todo dispuesto. Inmediatamente las palabras de Juan Carlos estaban en el aire de España. Y el país, aunque no del todo, respiró tranquilo. Yo vi el mensaje en mi casa, que es la suya, y hoy aunque siempre sabe uno más cosas quizá de las que debiera, ordeña la memoria y recuerda lo que puede contar, lo que sabe, lo que vivió de aquel día, que hoy ha vuelto a estar en la memoria de este país nuestro, todavía, llamado España.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.