La calle de Granada que juega al 'veo, veo' desde el balcón
Historias desde el Balcón ·
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Historias desde el Balcón ·
En Pedro Antonio de Alarcón los aplausos de las ocho son el prólogo a una velada de juegos, canciones y gritos para destensar el ambienteHasta hace nada, la calle Pedro Antonio de Alarcón, casi cualquier noche de la semana, tenía un bullicio constante. El motor de los coches al pasar por el cemento, el claxon a cada rato para quejarse de un coche mal aparcado, las conversaciones a pleno pulmón, las cuadrillas que van y vienen del pub, las colas para hacerse con un shawarma del Marchica... Ahora, Pedro Antonio está irreconocible, como el resto de la ciudad. Pero con un añadido: aquí sigue habiendo muchos jóvenes, muchos estudiantes, que conviven con las familias del barrio.
A las ocho de la tarde, Pedro Antonio sale a las ventanas a aplaudir. Siempre puntual. Siempre alegre. Los primeros días, después de la ovación, las cabezas volvían a casa tras un tímido saludo con la mano a los vecinos de enfrente. Pero una tarde, de repente, todo cambió: «¡Veo, veo!», gritó alguien. Silencio. Un poco más de silencio. Y entonces: «¡Qué ves!», respondieron desde la otra punta, en lo alto de un bloque. «¡Una cosita!», siguió el primero. «¡Y qué cosita es!», ahora la respuesta venía de varios balcones, difícil saber de dónde. «¡Empieza por la letra... A!».
El juego no hizo más que animar a los balcones. Tras un par de partidas al 'veo, veo', otra voz, desde otro punto indeterminado de la calle, llamó a la acción: «¡Hola fondo norte!». Pedro Antonio, divertida, contestó al momento: «¡Hola fondo sur!». Luego vinieron los «¡Camarero, una de camarones!». «¿Una de camarones?». «¡Camarooones, camaroooones oe, oe, oeee!». Pese al viento fresco, el meneo de la calle hacía las veces de radiador, generando un calor que ya se echaba en falta. Al ser de noche es imposible ver la cara de los que cantan, de los que juegan, de los que contestan. Algunas familias salen al balcón con la linterna del móvil encendida, como si estuvieran en las gradas de un estadio, en pleno concierto, creando un maravilloso espejismo de pura magia.
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En una de las esquinas, una niña pequeña saluda a una pareja de ancianos que viven al otro lado de la calle. Ellos, sonrientes, devuelven el gesto con un cariñoso «¡hola!». Al fin, desde una de las ventanas se escucha un enérgico «¡buenas noches!». Pedro Antonio responde a coro: «¡Hasta mañana!».
Curioso, ¿verdad? Por la mañana ninguno se reconocerá la cara. Cosas del aislamiento.
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