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Un único ventanal se abre en la primera planta del edificio okupado de la calle Azacayas. Un joven con el rostro parcialmente cubierto se asoma ... a la calle para ver que el ambiente nada tiene que ver con la tensión que apenas diez horas atrás invadía el lugar. No queda ya presencia policial. Tampoco rastro alguno de la empresa encargada del desalojo, que abandonó las inmediaciones a última hora de ayer. El chico está apenas unos minutos en el balcón. Después, todo vuelve a estar cerrado herméticamente. «Necesitamos descansar. Hemos hecho guardia en la entrada toda la noche», cuenta Marion, la portavoz del colectivo que habita en el interior del edificio desde hace semanas.
El silencio del entorno es sepulcral. Los trabajadores que pasan por el acceso al bloque detienen la vista en las dependencias en busca de alguna novedad. Los vecinos se acercan para saber si los okupas siguen en el interior y se preguntan hasta cuándo estarán ahí, aunque los turistas pasean con indiferencia y solo se extrañan al ver las pancartas y las banderas que aún cuelgan de los balcones. «Anoche no podíamos salir de casa», dice una mujer que reside justo en frente del inmueble.
La puerta principal permanece cerrada. Marion se acerca a una ventana de la planta baja para comunicar su situación. Saldrán de allí en un plazo máximo de dos meses. Justo en ese momento, una vecina habla con ella y se ofrece a comprarles comida o cualquier otra cosa que necesiten. El único acceso posible se hace a través del balcón con ayuda de una cuerda. La portavoz explica que han construido una barricada que impide la entrada. También se acercan varias personas sin hogar, que han conocido el estado del edificio y que solicitan a los okupas poder entrar.
Las mantas están esparcidas por el suelo y se ven a simple vista por el único hueco con el que los okupas se ponen en contacto sobre el exterior. Una gran pintada de color rojo cubre la pared de una sala en la que solo hay una mesa con una máquina de coser y que Marion explica que querían destinar a talleres de costura. Se definen a sí mismos como una organización que agrupa a distintos colectivos de Granada vinculados al arte. Bailarines, tatuadores, pintores...«artistas, en general» que buscan un nuevo lugar en el que desarrollar su actividad. Les cuesta creer el gran apoyo que recibieron ayer en las puertas del edificio, del que no han salido desde entonces y del que aseguran que se marcharán «cuando encuentren otro lugar».
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