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Nadie está preparado para esto. A nadie nos preparan para esto. Hoy, al llegar a casa, mi hija de cinco años me ha dicho «papá, estoy triste». La he abrazado y le he dicho: «Yo también». No ha hecho falta explicar los motivos. Mi mujer me había llamado por la mañana, al dejar a las niñas en el cole, llorando: «Esto es muy duro», me decía susurrando. La comunidad escolapia está rota de dolor. No hay grupo de Whatsapp en el que no se repitan los comentarios solidarios. No hay conversación en la que sea inevitable hacer mención. Y, entonces, se entrecorta la voz. Cuesta hablar de ello. Duele hablar de ello.
Hoy me quito la careta de periodista para dejar al descubierto solo la de padre de los Escolapios. Lo hago con el corazón roto de dolor. Pienso en María del Mar, su seño. Una maestra extraordinaria y una de esas personas que uno se alegra de cruzarse en la vida. De las que marcan el camino de tus hijos para siempre. Y se me parte el alma al pensar en ella, porque quiere a sus niños con locura y esto es un golpe durísimo. Extiendo ese sentimiento a toda la comunidad escolapia y a Lino, su director, que junto al equipo directivo se han enfrentado a una prueba complicada, de las que marcan para siempre.
Pienso en sus compañeros. En esa preciosa clase llena de almas puras. Ellos aún son pequeños, pero palpan el dolor en el ambiente. Hay que enfrentar la situación y explicar una realidad cruel. No es tarea fácil.
Me seco las lágrimas para seguir, aunque a veces es complicado incluso teclear. No me puedo imaginar el dolor en el seno de esa preciosa familia. No conocía a ese ángel. Tampoco conozco a sus padres. No importa. No es una cuestión de amistad, es una cuestión de humanidad. De empatía. De ponerse en su piel, aunque sea imposible. Y se me vuelve a quebrar el corazón. Y las lágrimas me impiden seguir. Pero saco fuerzas. Porque esta comunidad es fuerte.
Solo quien es padre puede acercarse a lo que pueden estar sintiendo. Por eso es inevitable llorar, por fuera o por dentro. Da igual. Nos han abierto el pecho y han agarrado con tanta fuerza nuestro corazón que nos cuesta respirar. Esa ha sido la sensación de este martes tan duro. La de seguir con nuestras vidas mientras en nuestras cabezas no paraba de dar vueltas ese terrible suceso.
Se ha ido un ser precioso. Todos los 'escolapios' lloramos de rabia y de dolor. Solo nos queda ponernos a disposición de esa familia. Abrir los brazos todo lo posible y abrazarlos con fuerza, con toda la fuerza del mundo. Compartir con ellos su dolor. Acompañarlos. Mirar arriba y sentir que estará bien allí. Que Dios lo ha acogido para cuidarlo hasta que se vuelvan a reunir con él. Desde ahí los va a cuidar, que no les quepa duda.
Las lágrimas no cesan. Maldita vida esta, que nos pone estas pruebas. Descansa en paz, pequeño ángel. Dejas un recuerdo imborrable y un amor infinito.
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