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Las últimas lluvias suponen un balón de oxígeno para las cerca de 606.211 hectáreas de tierra dedicadas a la agricultura en Granada. De un rincón a otro de la provincia, el agua caída del cielo alivia y engorda las cosechas. Aunque este milagro que ... el sector esperaba para aguantar el pulso no es definitivo, los agricultores confían en que el tiempo y la suerte acompañe para revertir el escenario «desastroso» de pasadas campañas. IDEAL reúne el testimonio de empresarios agrícolas de las zonas de producción más relevantes que relatan cómo las precipitaciones y el aumento de sus reservas hídricas les suben la moral, además de proporcionar una «tregua» en la economía.
Miguel Ángel Moya Frutas Alhambra (Vega de Granada)
Si hay unos agricultores que afrontaban un panorama negro en este 2024 son los de la Vega de Granada. La dotación anual de agua del pantano de Canales asignada a la Comunidad de Regantes de la Acequia Gorda se había reducido este año a la mitad. Ahora que el pantano ha vuelto a tener un 65% de capacidad y que subirá bastante más a espera del deshielo de la Sierra, la esperanza de la Comunidad de Regantes es que la junta de desembalse vuelva a asignarles una dotación plena, lo que cambia el panorama por completo. De sufrir racionamientos para estirar la dotación y restricciones en la siembra volverán a tener vía libre para rotar cultivos en invierno y verano.
El cambio de escenario ha obligado a cambiar la planificación por completo a Frutas Alhambra, la empresa que está revitalizando la Vega con cultivos como el bimi, una hortaliza mitad brócoli y mitad col chin, que triunfan en Reino Unido.
«Esto ha dado un giro copernicano. Las lluvias nos van a permitir plantar un ciclo más de bimi que empezará en mayo y llegará hasta junio. Además en un momento en el que el cultivo tiene un 60% más de rendimiento con lo que es mucho más rentable. Garantizamos un buen precio a los agricultores que van a poder recuperar lo que han dejado de ganar en el invierno y capitalizarse poder afrontar las nuevas campañas», esgrime el director técnico y de producción de Frutas Alhambra, Miguel Ángel Moya. La empresa que no contaba con poder sembrar en verano podrá aumentar su producción un tercio. «No íbamos a plantar nada de calabaza y ahora tendremos 20 hectáreas en verano. La garantía del agua lo cambia todo», concluye feliz.
Cristóbal García Empresario agrícola y presidente de la cooperativa de aceite San Rogelio de Íllora
Tras el parón obligado por la lluvia, los días posteriores a la Semana Santa han sido un no parar en la cooperativa de aceite San Rogelio de Íllora. Los socios han desfilado a comprar abonos y otros productos fitosanitarios para tratar los olivos y en las fincas se trabaja a destajo en las tareas de poda. Un movimiento que hacía tiempo que no se veía. «La lluvia ha cambiado el color del campo y del olivar pero sobre todo ha cambiado el ánimo de los agricultores. Estábamos inmersos en un pesimismo total y esto ha dado un giro. Había quien iba a dejar zonas si podar porque ya no esperaba nada y ahora sí van a invertir», explica feliz el presidente de la cooperativa de Íllora, Cristóbal García.
El agua volviendo a bajar clara por el arroyo de Íllora, casi tras años después ha dibujado una sonrisa de alivio en la cara a los olivareros que estaban aterrados de pensar en llegar a otro verano sin lluvia. Muchos no hubieran podido soportar otro año a cero, tras encadenar dos campañas de cosechas raquíticas. De hecho, el presidente de la cooperativa explica que hay socios que han quebrado y han tenido que cambiar de actividad. «El secano lo está pasando muy mal, dos socios han tenido que dejar la agricultura y se han ido a trabajar a la obra», relata el presidente de la cooperativa, que también es empresario agrícola y gestiona fincas propias y de terceros en Íllora, Iznalloz, Cijuela, Castillo de Tajarja, Villanueva de Mesía y Tocón.
Aunque ha llovido «muy bien y a tiempo», García subraya que no se puede esperar un cosechón después de lo que han sufrido los olivos. En su zona llevan acumulados unos 500 litros por metro cuadrado en el año hídrico «y aún nos faltan 150 más» para poder pasar página de la sequía.
Santiago Siñarís Coronel Empresario Agrícola Píñar
En Píñar un agricultor tiene dos 'nóminas' al año: una en verano, cuando recoge el cereal y otra a final de año, cuando cosecha la aceituna. «El año pasado el cereal ni nació, no recogimos nada para la venta a las harineras, solo salvamos el grano para sembrar. Esa fuente de explotación se quedó a cero y la otra, que es la aceituna, muy mermada por lo que el año fue desastroso», resume Santiago Siñarís Coronel, empresario agrícola que gestiona la explotación familiar de 144 hectáreas de cereal, 17 de olivar y cinco de almendros en Píñar.
Tras las lluvias de febrero y marzo la finca vuelve a verdear y el cereal, que el año pasado no creció por la falta de agua, se ha reactivado y tiene ya unos 20 centímetros de longitud.
«En lo que va de año hidrológico han caído ya 300 litros de agua que es lo mismo que cayó en todo el año pasado. Pero entonces la lluvia llegó en junio, escasa y tarde», recuerda Siñarís. Y es que explica que en el cereal, a diferencia del invernardero y otras plantaciones, no hay regulación posible. La planta necesita agua justo en un momento exacto, después de la siembra, en febrero y marzo. «Y este año lo hemos clavado, dio tiempo a plantar y a abonar y volvió a llover», esgrime el agricultor, que tras dos años de desastre celebra como un logro volver al ritmo de una campaña normal. «Pero todavía no hemos ganado, estamos jugando el primer tiempo. Ahora necesitamos más agua para el estirón de mayo y junio», apunta. Aún así la campaña de cereal ya será mejor que la de 2023, «porque peor era imposible» pero para rematar las faenas faltan las lluvias de abril y mayo. «Necesitamos un par porrazos más de agua, como decimos por aquí», bromea.
Javier Alaminos Agricultor de subtropicales en Lobrs
En una de las zonas más críticas de la provincia por la sequía la lluvia ha dado un pequeño respiro a los agricultores. No es la salvación definitiva ni mucho menos, pero sí un alivio para 3.500 hectáreas amenazadas. Ya se han tenido que talar un millar.
Entre Lobres y Salobreña, Javier Alaminos, ha recibido el agua de marzo como maná caído del cielo. «Ha sido una pequeña lluvia de euros. Era el ultimo empujón que faltaba para la primavera y el verano en las cosechas tardías. El chirimoyo ha engordado más. Le ha venido bien. Las comunidades de la zona teníamos un 30% de restricciones en los riegos, mientras en Almuñécar los pobres regaban cada 100 días», cuenta.
Alaminos forma parte de una estirpe de agricultores. Su padre fue uno de los primeros en instalar invernaderos, pero este empresario de 57 años se decidió por los subtropicales en un tiempo en el que el sol, el agua y un tiempo indulgente hacían maravillas con este cultivo. Actualmente tiene 1.000 marjales de tierra que labra y cuida junto a sus hijos.
«Esta es la peor sequía que he conocido. En los últimos años ha cambiado todo. Los veranos vienen muy calurosos y las primaveras muy tempranas. La planta vive con estrés», lamenta.
De los 800.000 kilos que producía anualmente, ha bajado a los 600.000. La polinización con la calima y otros imprevistos es cada vez «más difícil». Pero la Costa resiste. Confían en que llueva más para salvar esta campaña y la próxima que empezará tras el verano. La temporada estival en materia hídrica es complicada para un litoral que triplica su población. Por eso, los más damnificados por esta sequía piden precaución y un uso responsable del agua.
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