Domingo, 23 de enero 2022, 16:53
Siempre saludaba a quien respetaba con un «buenos días, monseñor» mientras inclinaba levemente la cabeza. Quien sabía de su profundo conocimiento y de su capacidad de acción, de su olfato para distinguir lo bueno de lo malo y de su impenitente afición por cerrar 'after', a la que nunca quiso renunciar a pesar de haber perdido parte de la audición por esa costumbre, no podía menos que sonreír cuando José Miguel Castillo Higueras, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Granada en la mejor época posible, le saludaba de tal manera.
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Castillo Higueras fue, en gran medida, responsable del despertar cultural de Granada, desde su posición privilegiada. Rabiosamente moderno, desde la tradición más absoluta. Coleccionista de altura, en su casa se pueden encontrar las puertas de un palacio romano diseñadas por Miguel Ángel, un Murillo original, dibujos de Picasso –a quien llegó a conocer, Manuel Ángeles Ortiz mediante, en París- y una de las colecciones privadas de obras de José Guerrero más importantes del mundo, amén de otras fruslerías. Sobre su proverbial 'vista' se pueden contar miles de anécdotas, como aquella ocasión en que entró un libro de Cummings, el amigo entrañable de Lorca en Nueva York, con una nota de lectura del propio Federico, y que adquirió por apenas unos dólares a un librero de viejo que cerraba y que había puesto sus últimas existencias en la acera.
Siempre fue libre, para todo. Incluso para fotografiarse con quienes representaban la antítesis de sus ideas, el PP, ya que Castillo Higueras transitó desde el PCA, donde había militado desde los tiempos de la dictadura, a posturas más cercanas al PSOE. Llegó a la concejalía de Cultura en 1988, sustituyendo al catedrático de Historia del Arte, Ignacio Henares, como él militante de la heterodoxia y hombre, como él, de pensamiento libre. Antes, estuvo sentado a la mesa de aquella histórica comparecencia de Carrillo previa a las elecciones generales y municipales de 1979. Profesor de la Escuela de Artes y Oficios, vinculado a galerías de arte como Dadá, siempre fue el más tradicional de los heterodoxos, y si no fuera por él, la tradición de la romería de San Cecilio se habría perdido. En sus casi 75 años de vida, se ha sacudido todas las etiquetas posibles. El hombre de negro descansa en paz, y Granada pierde con él parte de su memoria tradicional y artística.
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