El 4 de diciembre de 1920 nació en Padul Manuel Ferrer Muñoz, conocido generalmente en Granada como el Padre Ferrer, en el día en que ... la Iglesia católica celebra la festividad de Juan Damasceno, un santo oriental de los siglos VII y VIII, defensor contra los iconoclastas de la veneración de las imágenes: «Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos». Es una coincidencia que podría pensarse premonitoria porque la utilización de la imagen fue uno de los procedimientos más constantes y eficaces que el Padre Ferrer utilizó para transmitir aquello que conocía como pocos: Sierra Nevada.
En uno de sus trabajos, Ferrer escribe cómo su amor por Sierra Nevada procede de la pasión de un maestro que, año tras año, les organizaba excursiones a la montaña y después, en clase, les hacía recordar y redactar sus impresiones sobre las plantas, las mariposas, las flores y las rocas, de manera que el libro mismo de la naturaleza se iba abriendo paso y poco a poco grabándose en la mente infantil de aquellos chiquillos de Padul.
El Padre Ferrer, con profunda vocación de educador, heredó aquella pasión y siguió el ejemplo de sus maestros, trasladando su experiencia a muchas generaciones de jóvenes a quienes condujo por los senderos de la montaña y les enseñó nuevos horizontes para abrirse paso en los caminos no menos escarpados de la vida.
Su pasión montañera, inducida por aquel maestro en su niñez, la pudo alimentar escasamente Manuel Ferrer en sus años de juventud, porque su ingreso en la Compañía de Jesús le introdujo también en un largo proceso de formación en Cádiz, Málaga, Madrid y Salamanca. Una vez ordenado sacerdote, en 1953 se hizo cargo de la Congregación Mariana de San Estanislao en Málaga y, un año después, de las Congregaciones Marianas en Almería, desde donde a finales de 1957 fue trasladado a Granada con la misma misión, que desempeñaría durante 15 años, hasta su desaparición a comienzos de los años setenta.
Las Congregaciones Marianas eran la forma preferente de apostolado de los jesuitas con la juventud. Congregación de San Estanislao de Kostka para los más jóvenes (Estanislaos) y de San Luis Gonzaga (Luises) desde los 16 años hasta la Universidad. Tras un primer año con ambas, Ferrer se hizo cargo en Granada de los más jóvenes con la pretensión de hacer de ellos buenos cristianos y buenas personas. Para la formación del carácter y la personalidad de aquellos muchachos, muchos miles a lo largo de tantos años, el Padre Ferrer les condujo por un sinfín de actividades que actuaron como un imán de gran fuerza sobre aquella juventud con tanta energía como escasos medios, organizando una serie de actividades relacionadas con otros tantos clubes que fueron surgiendo: cine, ajedrez, periodismo, filatelia, billar, tenis de mesa, armónicas y montaña.
En la Granada de los años cincuenta y sesenta, las Congregaciones eran prácticamente la única alternativa existente a la Organización Juvenil Española, OJE, la rama juvenil de Falange, de la que el Padre Ferrer quiso y supo mantenerse a distancia, algo que se notó en la orientación social y política posterior de muchos de los que se formaron con él, quienes han reconocido, sin ambages, su magisterio.
La tarea de transmitir los valores y las emociones de Sierra Nevada de forma escrita y finalmente impresa la acometió el Padre Ferrer a principios de los años sesenta, dando como primer fruto uno de los libros más memorables que se han publicado sobre la misma. Efectivamente, desde el punto de vista bibliográfico, la gran obra sobre la cordillera Penibética es la Sierra Nevada del Padre Ferrer, obra colectiva publicada por la célebre editorial Anel en marzo de 1971, con la colaboración de gran número de instituciones públicas y de empresas privadas. De aquel libro realizó IDEAL en 2008 una edición facsímil, que puso a disposición de los nuevos lectores una de las joyas más apreciadas y queridas de la bibliografía montañera.
Cuando con el devenir de los tiempos los jesuitas decidieron liquidar las Congregaciones, que por otra parte ya no encontraban entre la nueva juventud de los setenta tanto eco como antes, el Padre Ferrer, incapacitado para permanecer inactivo en su residencia, pidió hacerse cargo en Almería de la parroquia de San Ignacio, en el barrio marginal de Piedras Redondas, donde estuvo diez años. Regresó a Granada en 1984 para regentar las parroquias de Fuensanta, Castillo de Tajarja y Peñuelas; en 1986 de las de El Chaparral y Calicasas; y en 1992 el arciprestazgo del Valle de Lecrín.
Desde su regreso a Granada trabajó intensamente en la divulgación de Sierra Nevada a través de libros señeros, como 'Sierra Nevada y la Alpujarra' (1985), 'Minerales de Granada. Sierra Nevada' (1991), 'Aguas de Sierra Nevada' (1993) y 'Sierra Nevada. Lo que nuestros ojos vieron' (2003), elaborados mano a mano con sus más directos colaboradores.
En 1993 abrió otra línea de trabajo consistente en la transcripción y estudio de los 'Libros de Apeo y Repartimiento de Suertes', de los que siete llegaron a ver la letra impresa, más otros trabajos dedicados a Lanjarón, Padul o Güéjar Sierra y numerosas colaboraciones en libros colectivos y estudios preliminares que afianzaron su prestigio como montañero, escritor y divulgador.
Tras un accidente en su residencia de Granada, el Padre Ferrer fue llevado a Málaga, donde falleció el 30 de mayo de 2009. Casi un año después, sus cenizas fueron trasladadas a Granada y depositadas en el panteón de los jesuitas en el cementerio de San José.
Hoy, cuando se cumplen cien años de su nacimiento, justo es recordarlo con afecto y respeto y rendirle el tributo de admiración que se debe a esos hombres que, parafraseando a Bertolt Brecht, han luchado toda la vida y, por consiguiente, son los imprescindibles.
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