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Sábado, 7 de diciembre 2024, 00:01
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Una pizarra magnética repleta de papelitos con todo tipo de nombres llama la atención de aquellos que cruzan por primera vez la puerta de Amani, una plataforma ciudadana que desde hace seis años atiende en los bajos de la antigua residencia de ancianos de Fray Leopoldo, en Ancha de Capuchinos, a migrantes extranjeros que llegan a Granada sin saber hablar español. Junto al mostrador de recepción, aguarda cada tarde Blanca Marcos Ortega, que desde que se jubiló como médico de familia hace dos años ha entregado su corazón a esta causa.
Aunque nació en Valencia, Blanca se crió en Vitoria y estudió Medicina en la Universidad del País Vasco. Cuando aprobó el MIR, se mudó a Granada para hacer la residencia de una especialidad joven como era Medicina de Familia, que por aquel entonces inauguraba su sexta promoción. «Vine para tres años, pero se han convertido en treinta y ocho», confesó días atrás a IDEAL, que visitó las instalaciones de esta agrupación. «El amor», que mueve montañas.
Así, el centro de salud de Almanjáyar se convirtió durante quince años en el refugio de esta doctora, que después pasó una década en el del Albaicín y dio por finalizada su carrera tras otros seis en Salvador Caballero, en Doctores –en medio, también hizo sus pinitos en CC OO–. El punto es que aunque ya han corrido dos años de su última consulta, la jubilación no ha impedido que esta mujer siga acompañando a las personas en muchos otros sentidos igualmente importantes.
Hoy, Blanca es miembro de la coordinación de Amani, palabra en suajili que significa 'sendero de paz'. Eso es, precisamente, lo que sus 60 voluntarios quieren ofrecer a los 80 migrantes que actualmente buscan apoyo en la plataforma –que no asociación–. Procedentes de Marruecos, Senegal, Mali, Costa de Marfil o Gambia, entre otros países, no manejan el idioma. Cincuenta profesores les dan lecciones de español gratuitas, incluida ella cuando hace falta. «Si no, no pueden salir adelante aquí», subrayó. Cada semana se dan clases de cinco niveles diferentes.
Cada día a las cinco de la tarde Amani abre sus puertas. A las seis, empiezan las clases. Los chicos van llegando poco a poco. Nada más entrar, buscan su nombre en la pizarra y se lo pegan en el pecho. Así, todo el mundo sabe cómo dirigirse a todo el mundo. Si aún les queda algo de tiempo, comparten un té mientras juegan al ajedrez. Otros, ocupan un ordenador para hablar con la familia. Tienen una hora como máximo. El wifi fue lo primero que se puso en marcha cuando nació la plataforma en 2018.
Aquel verano, dos autobuses llegaron de Motril a Granada cargados de migrantes. Un grupo de gente se organizó para que esa noche nadie durmiera en la calle –allí estaba Miguel García, uno de los fundadores–. Semanas después, llegó otro autobús. En apenas un mes, montaron junto a jardines del Triunfo este espacio de acogida que llenaron de literas. La conexión a internet fue «fundamental»para que pudieran avisar de que estaban «bien».
En estos seis años, Amani ha atendido a 1.400 personas en Granada, pero el perfil ha cambiado. Según Blanca, antes solo había hombres;ahora, también mujeres. Además, «los que venían acababan de llegar, pero como enseñamos español se ha sumado gente que lleva tiempo». La mayoría tiene entre veinte y treinta años y se encuentra en «todo tipo de situaciones administrativas». Muchos no tienen permiso de residencia;conseguirlo cuesta dos años. Mientras tanto, «se alojan en casa de algún familiar o de amigos, o sobreviven en la calle».
En Amani, hay gente que no sabe leer ni escribir y para los pocos que tienen una carrera en su país es «muy difícil» homologar el título en España. Por eso, los voluntarios los acompañan en todos los trámites (empadronamiento;asistencia sanitaria; formación profesional;orientación laboral...). Y para que ellos mismos puedan gestionar sus asuntos les enseñan también informática tres veces por semana. La idea es que sean cada vez «más independientes».
Pero la formación no lo es todo. Esta redacción pudo comprobar de primera mano que la plataforma brinda un entorno de ocio donde socializar y entablar amistad con otras personas que probablemente estén pasando por un momento vital similar. Los miércoles, de hecho, son días sin clase. Los voluntarios dedican la jornada a talleres de teatro, expresión corporal, reanimación cardiovascular o VIH, entre otros.
Dentro de poco, toda esta solidaridad seguirá en otro lugar. El edificio en el que se encuentra la agrupación cierra –dicen que van a construir viviendas sociales–, pero ya hay un nuevo techo bajo el que seguir creciendo en la parroquia del Padre Manjón, en el polígono de Cartuja. Aunque está más alejado del centro, Blanca seguirá «sin duda» al lado de estos chicos. Con ellos, le pasa parecido que con sus pacientes en la consulta de atención primaria. «Me mueve el trato directo con la gente», confesó.
Esta mujer tiene claro que «son servicios públicos, un lujo que ha costado mucho conseguir y que no debemos perder».
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Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
José Ignacio Cejudo | Granada
Lidia Carvajal
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