La vida de Isabel es una cruz. Una cruz de alegrías y tradición, de claveles rojos reventones. De lebrillos y cerámicas de Fajalauza. De mantones, cobre y el altar. Una cruz por tener el compromiso de montar cada año la más bonita de toda Granada. Isabel Bueno García es la presidenta de la Asociación Cultural Cruz de Mayo, que desde hace tres décadas levanta la de Plaza Larga, en pleno corazón del Albaicín.
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Isabel es muy de toda la vida. Pero sobre todo es cien por cien Albaicín. Hasta el punto que solo ha vivido fuera del barrio Patrimonio de la Humanidad un par de años, cuando se casó, pero en cuanto tuvieron la oportunidad de volver, se plantaron de nuevo. Yya no los saca nadie de estas cuestas empinadas, empedradas, labradas en poesía. Dos de sus tres hijos, también permanecen fieles a esta lealtad albaicinera y tienen sus negocios y afanes. Son la mayor y uno con la administración de lotería de Plaza Larga, se retrata Isabel con su sonrisa sabia de vieja albaicinera. Un tercer retoño vive en un pueblo de la provincia, en Cozvíjar.
Isabel en realidad se llama Mari Carmen. O al revés. Trucos albaicineros o no, el caso es que en el barrio nadie sabe bien cómo se llama exactamente pero como ella atiende por ambos nombres, no hay ningún problema. Parece ser que fue por causa de la Guerra Civil, que todo era muy complicado. Nació en 1940 y cuando le inscribieron en los papeles le llamaron Isabel. Pero cuando la bautizaron en la iglesia de San José, su madre, Concepción, le puso Mari Carmen.
Una vez resuelto el dilema, hay que bucear en el tiempo hasta remontarse a la década de los años cuarenta en el Albaicín, un barrio tan pobre y humilde como bello. Nacida en la Cuesta Marañas, al final del Zenete, donde se juntan las dos Caldererías, empezó a estudiar en las Mercedarias del Realejo. Luego pasó al colegio Calderón, en lo hondo de la calle Recogidas. «Había un patio grandísimo con una Virgen Inmaculada. A sus espaldas nos poníamos las pobres y de frente las de poderío. Ni valla había, pero no se podía cruzar», recuerda ahora, a sus 78 años.
Volvió al Albaicín, como siempre hará ya a lo largo de toda su vida, al colegio San José en la Casa del Almirante, que también era escuela hogar. De todo este periplo guarda buenos recuerdos: «Soy alegre y he sido una niña feliz, no me estaba quieta y no paraba».
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Sin siquiera ser mayor de edad, empezó a trabajar. Primero a coser rebecas en una remalladora, una máquina que remata y corta las prendas, para que no se deshilache el tejido. De ahí le salió otro trabajo en los Rodríguez Acosta tejiendo alfombras artesanas. Recuerda que hicieron una grande para el palacio de Carlos V.
Yotro cambio más. Se mudaron de nuevo de Cuesta Maraña a María de la Miel. Un vecino resultó ser administrador del Ruiz de Alda, y gracias a su mediación terminó como camarera de habitaciones del centro sanitario, no antes sin pasar meses de rodillas fregoteando aquellos largos pasillos.
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Yentonces, se casó. Tenía 23 años. Él era mecánico, luego fue recepcionista y mal no les ha salido, ya que siguen casados. Tras unos comienzos en la Avenida de la Constitución, rápidamente encontraron vivienda en el barrio, en la calle Carniceros, donde siguen viviendo y pagan una resta mensual de escándalo: 73 euros, pero empezó con seis pesetas y media. Cómo pasa el tiempo.
«El Albaicín ha cambiado para peor en que ya no hay los mismos habitantes, antes había más unión. Ahora hay mucha gente de fuera, mucho jipi. Antes disfrutábamos de las placetas, con los niños. Se baldeaban y barrían y nos sentábamos». Y, de repente, anegada de nostalgia, se pregunta:«¿Cómo teníamos antes tiempo de sentarnos un ratico en la puerta y ahora no tenemos tiempo de ná? Te faltan horas al día».
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Las cosas han cambiado y las casas, también. En una vivienda coexistían tres o cuatro familias. Ella vivía en María la Miel y había una letrina para todos. «En la casa había un aljibe y una alberca con agua que venía de Alfacar, era el Carmen de las Columnas. Vivíamos en una habitación y luego nos pusieron otra. Éramos cuatro».
«La vieja/que es una tía pelleja/que tira follones/por los rincones». La coplilla todavía resuena a mediados de la Cuaresma por los rincones llenos de flores del Albaicín. Isabel se la sabe y la canta el día que se disfrazan y recorren el barrio, aunque piensa, como todas sus comadres, que las tradiciones ya no son lo que eran. Cree que antes eran buenas fiestas, con sus verbenas y su romería. Daban salaíllas con ensalada de atún, tomate, cebolla, aceitunas con su sal, su aceite y su vinagre.
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Y vuelve la coplilla, que se canta en lo que se llama 'El día de encerrar la vieja':«Alguna amiga se vestía de vieja, y otro de viejo. Y nos vestíamos con moños y dentales de papel y nos comíamos las roscas con huevo duro y una naranja. Íbamos por todo el barrio. Y cantábamos».
Y, por supuesto, la cruz de Plaza Larga, que levanta la asociación que preside y que ahora solo tiene una decena de socios, alertan en el Albaicín. Y, claro está, la edad. «Son pocas y mayores. menos mal que las hijas les están ayudando y tienen un par de personas que se desenvuelven bien con las labores de carpintería, con los hierros y la electricidad, lo que garantiza que este año saldrá también preciosa».
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Porque la Cruz de Mayo de Plaza Larga es mucho trabajo. «Llevamos ya trabajando todo un mes por las tardes». De momento, han conseguido ya los ochocientos euros que se gastan en los claveles rojos, y según se acerca el Día de la Cruz, los nervios y la ilusión aumentan hasta proporciones de campeonato.
–¿Y si este año no se gana el premio?
–Si no ganamos, lloramos.
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