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Mina es de París y fotografía con una cámara profesional la Alhambra desde el Paseo de los Tristes. Ha venido a Granada a pasar unos días con unas amigas. Lleva puesta la mascarilla. «¿Pero hoy ya se puede ir sin mascarilla seguro? Me la he dejado porque he visto que todo el mundo la lleva puesta y me han entrado dudas», comenta la chica con un marcado acento francés mientras se la retira tímidamente de la boca. Tiene razón: la mayoría de la gente ha salido este sábado protegida pese a no ser ya obligatorio llevar mascarilla en el exterior.
Por la Acera del Darro, por Plaza Nueva, por Reyes Católicos, por Recogidas, por Puerta Real, por el Paseo del Salón, por el Camino de Ronda... Por las principales calles de Granada la mayoría de los viandantes seguían tapando su boca. Como Albert y Judith, una pareja de enamorados que se ha parado a besarse sobre el empedrado granadino y solo se ha quitado la mascarilla para juntar sus labios.
Enrique, vecino del centro
«Yo no me resisto a quitármela, lo que pasa es que no me fío de los demás», dice Enrique, un señor mayor que pasea con su esposa Cristina por la Carrera de la Virgen y que acaba de sacar del plástico una FPP2 para estrenarla. «Hay sitios donde el espacio de metro y medio no se puede guardar de ninguna forma, ¿y qué haces? ¿Vas quitándotela y poniéndotela continuamente? Mire, esto es un cachondeo», añade crítico.
Dos chicos jóvenes pasan al lado del matrimonio con un perro de agua cachorro. Han salido de su casa sin la mascarilla puesta. Él, que se identifica como Carlos, la lleva en un macuto. Ella, en el bolso que tiene colgado al hombro. «Sabemos que hoy ya no hace falta llevarla por la calle y preferimos no hacerlo», dicen con una sonrisa.
«Teníamos ya ganas, porque por la situación que hemos vivido se han estado limitando muchos de nuestros derechos y todo lo que sean pasos que lleven a la normalidad, dentro de una seguridad, creo que son positivos», indica Carlos antes de continuar su camino hacia Puerta Real.
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Allí, sentada en un banco junto a la Fuente de las Batallas, hay una señora con la boca descubierta que ronda los 70 años. Está echada hacia atrás y respira profundamente, casi con los ojos cerrados. Se llama Adriana. Tiene una quirúrgica de las azules en la muñeca, a modo de pulsera. Un hombre se encuentra a escasos metros de ella con la mascarilla bajada. Está fumando. Frente a él pasan de repente dos adolescentes que andan ligero. Van con ropa deportiva y la mascarilla por debajo del mentón porque se están comiendo un bocadillo.
En la Iglesia de Santa Ana, en Plaza Nueva, hay una boda. Los invitados se saludan y lucen sus galas con mascarilla. Todos la llevan. Al igual que los familiares de una niña de Comunión que están en las puertas de la Basílica de la Virgen de las Angustias. Solo a la cría se le ve la sonrisa.
En las terrazas de Plaza Nueva la estampa es la habitual: toda la gente que está sentada consumiendo lo hace sin mascarilla. Hay tres grupos de turistas con sus respectivos guías frente al Palacio de la Real Chancillería. Hace sol y calor. Llevan gorras, gafas, botellas de agua... y todos, absolutamente todos, cubrebocas.
Al inicio del Camino de Ronda, dos señoras con bolsas se cruzan en el paso de cebra. Ambas van con cubrebocas, como el conductor del autobús que ha parado para dejarlas pasar. En su caso es obligatorio. Como en el de Antonio, un trabajador de Masvalía que se encarga de la limpieza de estos vehículos. «Yo no me la quito ni dentro ni fuera», confiesa.
«Si se permite ir sin mascarilla, ¿para qué nos la vamos a poner? Algún día tenía que ser el primero», se pregunta sin embargo un joven llamado José que va de la mano de su chica. «Las llevamos aquí guardardas por si hay aglomeración de gente o si entramos a algún sitio cerrado», aclara Fátima, su novia, mostrado una cartera de mano.
Fermín y Sonia, turistas canarios
Frente al edificio de Correos hay un nutrido grupo de visitantes y todos tienen la boca oculta. En esa zona, donde confluyen algunas de las arterias con más vida de la capital, es casi una misión imposible guardar la distancia de seguridad.
Dos de esos turistas son canarios. Se llaman Fermín y Sonia. Llevan en Granada desde el jueves y se ajustan bien las gomas de sus quirúrgicas para hablar con IDEAL. «Nos parece un poco prematuro», opinan. Creen un poco temeraria la decisión de levantar la medida en los espacios exteriores. «Si fuéramos paseando y no hubiera nadie, todavía... pero es que hay mucha gente en la calle», advierten. Aún no han ido a la Alhambra, pero saben que allí tendrán que taparse.
Inma Vicente camina por Reyes Católicos con doble mascarilla. Lleva una FPP2 de las blancas y otra encima de tela con un logo bordado. «Sí, llevo dos porque hay que ser precavidos. Además es que no tengo todavía la vacuna», añade, para dejar claro que a ella ni le molesta ni se la piensa quitar.
Antonio Escobar, dependiente
En algunos comercios del Centro, donde se ofertan mascarillas de todo tipo y colores, han notado un descenso en la venta coincidiendo con las primeras horas de supuesta liberación. Antonio Escobar, empleado de la tienda Mira Mira, lo confirma. Si una jornada normal puede vender unas 200 mascarillas FPP2, este sábado al mediodía solo llevaba 20 vendidas e higiénicas, unas diez. «La gente todavía tiene un poquito de miedo, pero es verdad que la venta ha bajado», admite, al tiempo que precisa que de cara al verano se está vendiendo más la higiénica que la FPP2. Da menos calor.
El empleado recuerda que aunque ahora podamos prescindir de ellas al alire libre y guardando las distancias, las mascarillas van a seguir haciendo falta. Ahora, podremos ver de nuevo nuestras sonrisas y los enamorados podrán besarse al aire, pero el adiós al cubrebocas, recuerden, no es definitivo.
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
Fernando Morales y Álex Sánchez
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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