Seis agentes de la Policía Local se citan a las 19.30 en Puerta Real. A esa hora, el sol ya no quema y Granada se despereza: se hace difícil andar por el Centro, hasta los topes, respetando las distancias. En el corazón de ... la ciudad es muy difícil encontrar a alguien que no lleve la mascarilla, salvo en circunstancias permitidas como comer un helado o dar unas caladas a un cigarro.
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La ronda para vigilar el uso del tapabocas comienza en la calle Ganivet, despejada durante el día pero uno de los escenarios proclives a la aglomeración durante la noche. Los pubs de la calle, uno de los epicentros de la fiesta en Granada, deben respetar los aforos máximos permitidos para evitar rebrotes. La Policía vigilará el cumplimiento de estos límites durante las madrugadas.
A mitad de la calle, tres personas de mediana edad asoman por la puerta de un establecimiento y empiezan a charlar: ninguna lleva mascarilla. Al fondo, bajo la estatua de Mariana Pineda, hay cinco jóvenes menores de edad sentados en un banco. Todos llevan la mascarilla, sí, pero ninguno tiene la boca cubierta:el protector se queda en la barbilla. Uno de ellos justifica que estaba fumando, pero el resto no tiene excusa y se lleva la reprimenda de la Policía Local.
Por la Carrera de la Virgen, más de lo mismo. En menos de diez metros, los agentes identifican a un hombre y una mujer, ambos de mediana edad. Él estaba sentado en un banco y ella caminaba hacia la Fuente de las Batallas, ambos sin la protección. Los agentes los identifican y toman nota de la infracción, que puede conllevar una multa de 100 euros. Desde luego, los incumplimientos no son sólo cosa de jóvenes.
Varios peatones que ven de lejos a los agentes se ajustan la mascarilla, que estaba más cerca del cuello que de la boca. En los bancos hay quien no la viste, con la excusa de una bolsa de gusanitos o un helado. La Policía les pide que se separen mientras comen. Llegan a otra pandilla de amigos y se repite la escena:no tienen protección. Dos chicas adolescentes se la ajustan también al ver a los uniformados.
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Los policías sospechan que en el embarcadero del Genil puede haber alguna concentración. En efecto, a lo lejos ven a un grupo en el que a primera vista nadie la lleva puesta. En cuanto se percatan de la presencia de los agentes se colocan las mascarillas;tarde. Anotan los nombres de cinco de ellos –estos sí son mayores de edad– y ya son nueve las propuestas de sanción.
De vuelta a Puerta Real, un hombre con la boca descubierta mira distraído hacia Correos. No se da cuenta de que tiene a los agentes a menos de tres metros. Y aquí va el décimo boletín de multa. Dos chicos extranjeros, menores de edad, bajan por Recogidas. No es que no lleven la mascarilla puesta:ni siquiera tienen. Toca labor pedagógica:dos agentes que hablan francés les acompañan a comprarlas a una farmacia cercana.
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