Juan Enrique Gómez
Miércoles, 2 de septiembre 2015, 01:38
Las arenas, gravas y limos que desde el inicio del Cuaternario sedimentaron los caminos del agua hacia el mar en las ramblas de Huarea y Albuñol, hasta formar uno de los principales deltas del litoral oriental andaluz, ocultan las piedras del que fue una de las principales fortalezas defensivas prenazaríes de la costa granadina. El castillo de Huarea no se puede ver, está sepultado bajo capas de tierra depositada sobre sus estructuras por el efecto de la erosión en las laderas de rocas carbonatadas de la Contraviesa, que durante decenas de milenios se han desplazado por barrancos y arroyos hasta crear ramblas que al llegar al mar se abren en forma de abanico y despliegan sus materiales al encontrarse con la fuerza de las olas. Fue en este delta, que sirve de límite geográfico entre las provincias de Granada y Almería, donde los primeros pobladores árabes de al-Andalus, en los siglos IX y X, construyeron una primitiva fortaleza sobre posibles restos de otros baluartes defensivos romanos y visigodos. Esa fortificación desconocida, de la que no existen datos fiables, solo referencias en algunos documentos del siglo XV, ha puesto nombre a la cortijada conocida como Castillo de Huarea, que depende del municipio de Albuñol.
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Sobre el cauce central de la rambla y las casas de este núcleo de población aún queda una torre defensiva que se supone parte de aquel castillo y que fue recuperada en el siglo XVIII como elemento de vigilancia y defensa de la costa sur peninsular, una construcción de vigilancia que recoge Rafael Jiménez en el libro Faros y Torres de la Costa de Granada y reseña Antonio Malpica en Poblamiento y castillos en Granada .
Es el único vestigio que aún queda de la historia milenaria de este enclave natural de la provincia, que ha sufrido una de las mayores y más rápidas alteraciones en su imagen y ecosistemas. En menos de medio siglo, y especialmente desde el año 1973 tras la riada que asoló esta zona del litoral y provocó el aumento considerable de la lengua de tierra de las ramblas de Albuñol y Huarea, la superficie del delta, de aproximadamente tres kilómetros cuadrados, ha desaparecido a la vista. En su lugar se extiende un tapiz de plástico, una sucesión de invernaderos que solo es interrumpida por las edificaciones de casas y empresas o la existencia de acantilados de roca que caen directamente sobre el mar e impiden la construcción de nuevas terrazas para cultivos intensivos. La torre de Huarea, bajo la que se extendían cultivos tradicionales considerados de primor, ha sido testigo de un cambio que se ha reproducido en todos y cada uno de los deltas de la costa mediterránea andaluza, desde Carchuna hasta Castell, Albuñol, Huarea, Adra, El Ejido y toda la costa occidental almeriense. ()
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