![«Quiero ver a mi hija con vida»](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/pre2017/multimedia/noticias/201601/15/media/cortadas/gr-almunecar--575x323.jpg)
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Javier García Martín
Sábado, 16 de enero 2016, 00:48
Hace sólo unos días, María Victoria, vecina de Almuñécar, recibió una llamada de esas que preocupan a cualquier madre. Su hija, Alejandra, una joven de 28 años que cumple una condena por tráfico de droga en régimen de prisión domiciliaria en Medellín (Colombia), se encontraba mal. Había perdido mucho peso, se le estaba cayendo el pelo y no sabía por qué. «Me dijo: 'mami, tengo miedo'», recuerda. Le pidió que se hiciera una foto y se la enviara inmediatamente. Su imagen, la de una muchacha de ojos claros, vestida con ropa deportiva frente a un muro pelado, aspecto frágil y que mira a la cámara con las costillas al aire sacudió su retina y pronto la de toda su familia, sus vecinos, el pueblo de Almuñécar y la Costa, generando una onda que ya se ha desbordado de la provincia para golpear las puertas de las redacciones de los platós de informativos nacionales y de varios ministerios.
Alejandra, con cuatro hijos menores de edad, es hoy la cara de su propia causa, una campaña que su madre ha impulsado para lograr su traslado desde el país americano a España. Aquí, ella podría terminar de cumplir su pena en condiciones de seguridad mientras los pequeños reciben los cuidados de su abuela. «Está enferma, tiene que verla un medico que se ha ofrecido a ir este sábado», señala la madre.
El régimen penitenciario al que se somete la joven es una gracia de la justicia colombiana para permitirle cuidar de sus hijos ante la ausencia de arraigo en el país, pero todo es a costa de su bolsillo, vacío y, evidentemente, sin posibilidad de rellenarlo mientras siga presa. «Mi hija se esta muriendo y no tiene asistencia en Colombia: si paga un médico, no tiene para comer», señala María Victoria . «Todo el dinero que podemos mandarle va para la farmacia, alimento y el piso», explica la humilde trabajadora de un mesón de la localidad costera. «Llevo días sin poder dormir», confiesa. Tiene los ojos rojos, le da vueltas a un café y está cansada de contar la misma historia ante los medios, aunque no disimula una pizca de esperanza.
Precisamente, esa historia comienza el 26 de agosto de 2012. Ese día, la policía detiene a Alejandra en el aeropuerto de Rionegro con 4.095 gramos de cocaína en una maleta. En la plataforma Change.org -a través de la que María Victoria dio la voz de alarma sobre su situación, movilizando ya a más de 200.000 firmantes-, se asegura que ella creía que portaba cosméticos. «Llevaba mucho tiempo en paro y me dijo que había encontrado trabajo de esteticién o en una peluquería», rememora la madre. «Yo lo único que quiero ahora es que me aseguren que voy a volver a ver a mi hija viva».
Alegre y con fe
Las autoridades colombianas decretaron inmediatamente prisión preventiva para la madre, mientras los niños se quedaban a cargo de personas de su confianza. Ahí empezó un calvario repleto de escenas humillantes que hoy todavía le asaltan de vez en cuando. «Ella siempre ha sido una chica muy alegre y con más fe en dios que el papa : yo le digo que es mejor que intente dejar eso atrás». La sentencia no salió hasta marzo del año siguiente y la condenada a nueve años y cuatro meses, que podía cumplir con sus niños en una casa patrullada por el INPEC -Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario de Colombia-.
Hoy, sus condiciones de vida se han degradado. Necesita asistencia, una vivienda digna y el traslado, «por ese orden», enumera su madre. Para las dos primeras cuestiones, además del apoyo que tanto ella como su padre le prestan, Alejandra ha encontrado el respaldo de la Fundación +34, una ONG encargada de velar por las necesidades de los españoles que están encarcelados fuera del país (1.735, según sus cuentas).
Ellos ya han contactado con la joven, igual que la diplomacia española y el Defensor del Pueblo. «Yo sé que mi hija tiene que cumplir su condena -asegura María Victoria-, pero ahora sí tengo un poco de esperanza: estoy consiguiendo más de lo que me esperaba».
Un pueblo volcado
Almuñécar está movilizada con ella y con la recaudación de dinero para cubrir sus necesidades básicas mientras se ejecuta su traslado. Empezaron repartiendo una decena de huchas petitorias y ahora muchos comercios las exhiben ya en sus mostradores, solidarizados con la joven.
El mesón para el que trabaja, de hecho, ha organizado una rifa de un jamón y se preparan dos galas, una el próximo día 31, organizada por la Cofradía del Cristo de los Gitanos y otra el día 28 de febrero por la Asociación del Castillo y la Asociación Virgen de la cabeza (estaba prevista para hoy, pero tuvo que retrasarse). «Nosotros no buscamos ningún lucro, por eso, si nos sobra algo, se lo daremos a familias que estén pasando por situaciones como esta», detalla.
Todas las fuentes consultadas por IDEAL coinciden en que el traslado es posible, pero no automático. «Nos dicen que se está agilizando la cosa», confiesa la almuñequera. Los acuerdos firmados con Colombia y la especial situación de la joven, presa con sus hijos, parecen ingredientes favorables a su propósito y el expediente de Alejandra ya está sobre la mesa, aunque la última palabra es del gobierno local. «Tenemos que traernos a los cinco», dice. Suena el teléfono, otra vez. «Compañeros vuestros».
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