Carta blanca para saltarse las fronteras
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Sin bar, cajeros o tiendas, los vecinos del pueblo más pequeño de Granada pueden cruzar a otros municipios de La Alpujarra durante el confinamiento en busca de lo esencialSecciones
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Sin bar, cajeros o tiendas, los vecinos del pueblo más pequeño de Granada pueden cruzar a otros municipios de La Alpujarra durante el confinamiento en busca de lo esencialpilar garcía-trevijano
Carataunas
Sábado, 31 de octubre 2020, 01:18
En la infinita A-346, una cruz de piedra repleta de flores rememora a los que perdieron su vida en la sinuosa carretera a La Alpujarra. Dos coches cruzan un túnel sobre el que cuelga una pancarta que reza: «Di no a las torres».Al girar la curva, el lienzo verde que forman las faldas de Sierra Nevada queda manchado de pequeñas pinceladas blancas; centenares de casas con tejados de pizarra. Conforme se deja atrás el asfalto, se distinguen las dos torres de la Iglesia de la Expectación de Órgiva. El sol de otoño aún calienta y es media tarde, pero varios kilómetros antes de llegar a Carataunas las chimeneas vierten humo. Nada más cruzar el límite del pueblo: una venta cerrada y un gran mirador por el que se puede divisar el mar en los días más nítidos –o al menos así lo aseguran sus vecinos–.
En pleno corazón de la Alpujarra, Carataunas es también el municipio más pequeño. La superficie total no alcanza los cinco kilómetros cuadrados, pero afortunadamente, inmersos en un nuevo confinamiento, sus residentes no tienen fronteras. Hay alrededor de 194 vecinos empadronados, aunque allí sólo habitan cuarenta. De tres bares que había hace treinta años no ha quedado ninguno. Tampoco hay supermercado, colegios, ni tiendas o cajeros automáticos. Cuentan con una pequeña farmacia y un consultorio que abre por las mañanas y para ir a la Iglesia tienen que pedir las llaves. Las viandas llegan en furgoneta.El panadero reparte el pan cada día, el pescado se puede comprar cada tres, mientras que las frutas y las hortalizas solo se distribuyen una vez a la semana. Para la carne y el resto de productos de primera necesidad, los caratauneros, conocidos como gatos por la cantidad de felinos que hay en el municipio (de hecho hay más mininos que vecinos) tienen que tirar millas y «acercarse» a Soportújar, Lanjarón u Órgiva.
Con estas cartas y más aislados que el resto de la comarca, es difícil que los vecinos puedan guardar el confinamiento. «No hay bares y se echan de menos.Es lo único que no podemos –o no deberíamos hacer en otros municipios durante el confinamiento. Quedan cuatro viudas y pocos niños en el pueblo. Yo a mi hija la llevo a Lanjarón al colegio, aunque hay un autobús que los recoge para trasladarlos a la escuela. En verano y cuando no había pandemia, esto era un ir y venir de coches. Es uno de los sitios más visitados de la Alpujarra. Hace poco hicieron un bloque de viviendas y se han vendido casi todas. Los propietarios vienen de vez en cuando.A diario solo estamos unos cuarenta en el pueblo», explica Manuel Jiménez, operario municipal y vecino de 51 años, a la vez que señala un moderno edificio que contrasta con las viejas casas de la zona.
El bullicio turístico es un eco lejano. El silencio es absoluto y el sonido del agua de la fuente de la plaza del Ayuntamiento se escucha desde casi todas las calles. Para quienes busquen paz y sosiego, Carataunas en un trozo de edén. Eso es lo que buscaban Adeline y Marc. Dejaron el ruido de Londres y un trabajo frenético para desconectar en la zona tras la recomendación de una amiga que estuvo de Erasmus en Granada. Se compraron una casa y allí han hecho su vida.Ahora que su hijo ha volado del nido y está en la facultad, apuntan que la tranquilidad y las ristras de viviendas vacías en ocasiones les abruma, pero que en La Alpujarra han encontrado su sitio.
Beatriz y María, de 72 y 76 años, se 'escaparon' al pueblo cuando permitieron la movilidad en la desescalada. Sus maridos son primos hermanos y oriundos de Carataunas. A Beatriz le espera su otra casa en Valencia, mientras que María, que nació en Deifontes, está asentada en la capital. Las lugareñas desprenden simpatía y andan enamoradas del «pueblo más pequeño, pero más bonito de la Alpujarra». «No tenemos bares, pero tampoco tenemos casos de Covid-19». Y es cierto. Es uno de los pocos pueblos que quedan libre de virus. «Estamos la mar de a gusto. No nos hace falta nada más y si necesitas algo te acercas a otro pueblo, que esta a un tiro de piedra. Si quieres un bar te sales a la puerta de casa y te puedes tomar una cerveza. Somos una burbuja. Estamos tranquilos y seguros», dicen, mientras recorren a pie Carataunas en su tradicional caminata vespertina.
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