Los agricultores no paran. Son uno de los sectores en los que no se cierra por la crisis del coronavirus. Ellos ya hacía tiempo que arrastraban su propia crisis. Pero al igual que tantas otras cosas en la última semana (parece mentira que sólo haya pasado ese tiempo), las movilizaciones del campo también quedan en suspenso, mientras que la producción, lejos de reducirse, se incrementa para responder a la demanda. Eso sí, no son ajenos a las preocupaciones. La primera, que algún trabajador pueda contagiarse. La segunda, que haya restricciones en la exportación de mercancías (algo que por el momento no ha ocurrido). La tercera, que ya están notando, que cada vez hay más dificultades para transportar los productos.
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Tras el decreto de Estado de Alarma, una de las primeras preocupaciones que surgió en el sector fue la relativa al traslado de los trabajadores. Muchos de los operarios de los invernaderos llegan cada mañana en furgoneta a su puesto. La solución, así lo explica Miguel Monferrer de COAG, fue relativamente simple. «Si en vez de dar un viaje, ahora tenemos que dar tres, lo hacemos». Eso para los que no tienen vehículo propio. A los que tienen la posibilidad, se les aconseja ir en su coche particular.
Crisis del Coronavirus
Si algún empleado se siente mal, para y se va a casa. En el campo y bajo plástico se guarda la distancia y se evita hasta el extremo que jornaleros, transportistas y cooperativas de destino del producto tengan contacto físico. Una vez que acaba la jornada laboral, el consejo, como en todos los sectores, irse a casa y no salir.
Es complicado, no obstante. Es muy difícil mantener más de un metro de distancia en un invernadero. Es duro ese trabajo manual con una mascarilla puesta durante horas. Es cada vez más complicado encontrar guantes para que estos sean, como deberían, de un solo uso. Es inevitable que los que cada día salen de su casa para seguir produciendo lo que no deja de venderse en tiendas de alimentación no sientan miedo, inquietud, incertidumbre ante la posibilidad de contagiarse o de contagiar a algún familiar.
Nicolás Chica, de UPA (Unión de Pequeños Agricultores), no oculta su preocupación. La campaña del espárrago acaba de empezar, apenas lleva quince días. Tienen autorización para continuar con la actividad, pero eso no evita que sientan que están a un paso de poder caer en el mismo abismo que otros muchos sectores. Reitera, como Monferrer, que se están adoptando todas las medidas, pero matiza. «Las instalaciones son como son. Cuando se concentran cien personas es muy difícil mantener la distancia de seguridad». Las oficinas de UPA, como tantas otras, sí están ya cerradas.
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«Sabemos que nos va a afectar, pero no podemos parar. También tenemos un papel clave», indica Nicolás Chica. La otra pata del sector, donde también siguen trabajando miles de personas cada día, son las cooperativas a través de las que se distribuyen los productos que cultivan los agricultores.
Fulgencio Torres, presidente de El Grupo, en Castell, explica que entre las medidas que han adoptado está la división en dos turnos inamovibles de mañana y tarde. De esta forma, si hay un contagio en uno de los dos, no afectaría al otro. Se intenta evitar la paralización total. No obstante, la intención, claro está, es que no haya ningún positivo por coronavirus en las instalaciones. Para eso se les han facilitado a los empleados guantes y se mantiene una distancia de seguridad entre ellos. Se hacen desinfecciones continuas, los agricultores que llevan los productos no pueden entrar a la cooperativa y se toma la temperatura a todos los operarios. Temen que haya restricciones, aunque por el momento la producción es más si cabe que hace unos meses.
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Otra de esas cooperativas es La Palma que, con más de un millar de empleados, hace días que ha activado un protocolo para prevenir contagios. Son conscientes de que es muy complicado evitar al 100% que se produzca un caso en un espacio de trabajo en el que hay tantas personas. Pero también saben que la producción de alimentos no puede parar. Por esto hacen todo lo que está en su mano para adaptarse a unas circunstancias tan excepcionales.
La primera medida es la toma de temperatura a todos los empleados. Cualquiera que tenga más de 37.5 se marcha a casa. Se les facilitan guantes y mascarillas y se desinfectan las zonas de paso de forma continua. Las puertas están abiertas para evitar que tengan que tocar los pomos. Y a la entrada y salida, uno de los momentos más complicados, se organizan por lineales para que vayan accediendo en grupos pequeños. En el cambio de turno nadie entra hasta que no han salido los que estaban dentro.
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En el invernadero experimental que tiene la cooperativa, se toma la temperatura y se mantiene la distancia para evitar el contacto entre los operarios, que llevan también mascarilla y guantes durante la jornada. Saben que las circunstancias son complicadas para todos y quieren que los trabajadores, inquietos por la situación, se sientan seguros. La intención es continuar con la producción, tratar de mantener la calma y ser responsables. Aún con todas estas medidas, saben que no son infalibles contra el virus.
La agricultura, un sector muy golpeado en los últimos tiempos, se enfrenta a esta crisis sanitaria sin precedentes con la intención de demostrar que son necesarios, y con una mochila cargada con los mismos problemas que los llevaron a salir a las calles hace solo unas semanas. Al igual que el resto de la sociedad, van adaptándose día a día a una situación inesperada y casi irreal. Como en otros sectores, esta mano de obra, que no puede dejar de producir, sale cada mañana a su puesto de trabajo para cumplir una función indispensable, de primera necesidad, la de llevar alimentos a nuestras casas. Lo hacen con inquietud, en algunos casos con miedo, y con la esperanza, como todos, de que más pronto que tarde esta película de ciencia ficción haya terminado. Ellos no tienen tiempo de aburrirse ni de subir vídeos a Instagram. Ellos siguen avanzando en un entorno que parece congelado. Seguramente, también merecen un aplauso.
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La mayoría de las campañas acaban de empezar para los agricultores de la provincia. El responsable de COAG en la provincia, Miguel Monferrer, calcula que sólo en la costa puede haber 35.000 trabajadores en el sector de forma directa. Por el momento no ha habido limitaciones en la producción, pero apunta que sería una situación muy complicada de afrontar. «Nuestros productos son perecederos. No se pueden almacenar si no les da salida», indica. Además, recalca que la campaña acaba de iniciarse y se están empezando a recolectar, por lo que un parón ahora sería la puntilla de un sector que no atraviesa precisamente por un buen momento.
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