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R. A.
MOTRIL
Miércoles, 12 de septiembre 2018, 01:22
Un hombre normal, integrado en la localidad, con familia y un negocio propio. Así definen los vecinos de La Rábita al imán expulsado el pasado viernes a Marruecos por realizar actividades «contrarias a la seguridad nacional». Era una persona conocida y nadie, al menos eso dicen, tenía sospechas de que pudiera estar difundiendo mensajes «extremistas» en el lugar de rezo. Casi todos se enteraron de lo ocurrido por la noticia publicada en los medios.
La mayoría de los residentes de La Rábita coinciden en que la convivencia con los marroquíes del pueblo es buena. En general no hay problemas. Aunque sí afirman que cada vez son más y que en los últimos tiempos han comenzado a verse algunas mujeres vistiendo niqab, una indumentaria que sólo deja los ojos al descubierto. Sobre la actividad que se desarrolla en el centro de reunión de la comunidad islámica no hablan demasiado. Eso sí, la ubicación ha cambiado en los últimos meses.
El espacio donde se reunían antes los musulmanes estaba ubicado en la calle Huerta, en los bajos del edificio Miramar. Hace algo menos de un año se trasladó. Una vecina del edificio explica que cada vez eran más los que iban a rezar y el local se había quedado pequeño. La comunidad quiso entonces, indica la mujer, comprar un espacio mayor en el mismo bloque, pero los residentes se negaron. «No es que causen problemas, pero cada vez eran más», se limita a explicar esta vecina del pueblo, que asegura que desconocía que se pudieran estar impartiendo mensajes de corte extremista. «Aquí cada uno va a lo suyo. Muchas veces los que vivimos aquí somos los últimos en enterarnos de esas cosas», afirma.
Ella misma explica dónde está ahora el local donde supuestamente el imán expulsado transmitía su mensaje de no integración y promovía actividades de captación entre los miembros más jóvenes de la congregación. Junto al castillo, en la calle la Fuente. Antes de llegar al lugar, un comerciante de la localidad coincide con la vecina de Miramar en que nadie sospechaba nada. «Es cierto que cada vez hay más, pero nunca ha habido problemas. Yo me he enterado por el periódico», explica, al tiempo que indica que no tiene claro quién es la persona que ha sido expulsada. «Conozco a algunos de los que van a rezar, de hola y adiós, o de cuando entran a comprar algo en la tienda. Pero no sé quien era el imán», indica. Cerca del local de rezo, unos operarios arreglan algunos desperfectos provocados por las lluvias de los últimos días. Tampoco saben mucho de una comunidad que representa ya un porcentaje muy importante en una localidad de unos dos mil habitantes. Uno de ellos apunta, eso sí, que hay algunas mujeres con niqab, aunque dice que no es nuevo. «Hay dos o tres que llevan ese velo con el que sólo se ven los ojos desde hace años», indica.
En el centro del pueblo, una mujer marroquí tampoco conoce al imán, aunque sí a la comunidad islámica. «Llevo poco tiempo aquí, no puedo hablar mucho», apunta. Otra mujer, embarazada, también marroquí y que no habla bien castellano, sí alcanza a decir que el hombre está casado, pero señala que no los conoce personalmente. Y otro vecino, que asegura que últimamente llegaba al pueblo a rezar gente de otros sitios, señala un bar, cerca de la iglesia, donde suelen reunirse los marroquíes que residen y trabajan en La Rábita.
En el bar, por fin, el tema de conversación ronda en torno a lo ocurrido el viernes. La propietaria asegura que no habían visto nada extraño en el pueblo y que los marroquíes que casi a diario acuden a su establecimiento no causan ningún problema. «Ellos no hablan de esos temas», indica. Poco a poco, ella y su hijo reconocen que sabían quiere era al imán. «Si es quien nosotros creemos, llevaba aquí mucho tiempo. Veinte años. Tiene mujer e hijos. Estaba integrado», afirma el hijo, al tiempo que recuerda que hace años trabajó con él, antes de que el expulsado tuviera su propio negocio. «Era un hombre normal», indica. En la barra, un cliente habitual interviene en la conversación. «Sí, es él. Me lo ha dicho su cuñado. Están todos muy sorprendidos. Yo también trabajé con él y era una persona normal», dice antes de explicar que desde hace algunos años regentaba un negocio propio, de venta de alimentación.
Un poco más arriba del bar, frente a un hotel, en una pequeña tienda de alimentación, tres marroquíes que llevan tiempo en el pueblo y hablan perfectamente castellano indican que conocen al imán. «Era un buen hombre, es lo único que puedo decir. Al menos en la calle. Lo que hacía en su casa o en la mezquita, eso no lo sé», dice el tendero. «Yo no voy a rezar allí, así que no sé los mensajes que transmitía», prosigue. Deja claro que en general la convivencia es buena. «Entre los musulmanes hay muchas ramas. No todos son iguales», continúa. Uno de los clientes, que al principio prefiere no hablar, reconoce finalmente que él si va de vez en cuando a la mezquita, pero se muestra temeroso de decir si realmente se estaba transmitiendo algún tipo de mensaje extremista. «Es mejor no hablar de esas cosas. Era un buen hombre», apunta, aunque más tarde reconoce que últimamente había gente que había dejado de acudir a este espacio de rezo. El tercer marroquí que hay en la tienda coincide con ellos en que el imán expulsado era una persona aparentemente normal. «En cualquier caso ya no está aquí. Ya está», sentencia, mientras que el tendero hace referencia al caso similar que se ha producido con el vicepresidente de la Unión de Comunidades Islámicas de Cataluña y presidente del Centro Cultural Islámico Iman Malik de Salt en Girona. «Han echado a dos. A este y al de Girona», dice.
Al despedirse, los tres hombres reiteran que en el pueblo no hay problemas entre marroquíes y españoles, ni entre musulmanes y cristianos. Señalan, además, que el imán realizaba su labor de forma voluntaria. «No cobraba por eso. Él sabía un poco más y por eso se encargaba», indican.
El imán de comunidad islámica de La Rábita fue expulsado por la Policía Nacional a Marruecos a través del puerto de Almería la semana pasada. Había sido localizado el 21 de junio y se le incoó un procedimiento sancionador que llevó a su expulsión en menos de tres meses. Según Efe, el hombre defendía un mensaje «muy extremista», como el apoyo a la no integración de los musulmanes en la sociedad española, con un perfil cada vez más violento en sus discursos. No podrá volver a España en los próximos diez años.
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