
M. J. Arrebola
Lunes, 19 de agosto 2024, 23:32
Lújar, vive cada verano como si fuese el último. En esta época del año, las estrechas calles se llenan de gente con el sonido de ... las chicharras de fondo. . Con una población que se multiplica durante los meses estivales, vecinos «de toda la vida» y extranjeros que veranean en el lugar hacen de Lújar el epicentro de un pueblo lleno de vida. Por la noche, el kiosco ubicado en la plaza principal del pueblo se convierte en el lugar perfecto para disfrutar de juegos de mesa y cartas entre amigos y familiares.
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El papel de los extranjeros en este pequeño municipio de la Costa Tropical es fundamental. Alemanes, ingleses, belgas y daneses encuentran en este pueblo un lugar de paz y tranquilidad. Es el caso de Diana, una alemana ya jubilada que lleva 24 años veraneando en la zona, «la amabilidad de los vecinos es lo mejor», enfatiza.
Y de Almenania a Francia. Rosan vive en París y se dedica a la psicología. Por eso, sabe bien lo importante que es la salud mental, «me encanta la paz y la tranquilidad que se respira».
Parece un chiste, pero no lo es; por las estrechas calles de Lújar un alemán y una francesa encontraron el amor. Axel natural de Múnich (Alemania) lleva veraneando en el municipio más de 20 años, hace 10 conoció a Lili una turista francesa que también pasaba sus vacaciones allí, «en en este pueblo de 400 habitantes hemos encontrado el amor», explican sonrientes.
Lili es una apasionada del pueblo y quiere transmitir este sentimiento a su nieto. Con tan sólo 4 años, el pequeño Eric lleva desde que nació viajando hasta España con su abuela para pasar unos días en el pueblo, «es un lujareño más», bromea su abuela.
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La convivencia entre los residentes y los extranjeros crea una atmósfera única, «aquí no hay edades ni nacionalidades, estamos todos juntos en familia», destaca Arantxa. Ella es natural de Madrid, después de 20 años mantiene el contacto con una amiga del pueblo con la que estudió en la facultad de Málaga. Asegura que siempre vuelve al pueblo durante los meses de julio y agosto para desconectar, «me gusta mucho venir porque hay paz y tranquilidad, eso no está pagado», explica mientras observa el paisaje.
Los lugareños que emigraron en busca de trabajo, principalmente a Francia y Alemania, vuelven para reencontrarse con sus raíces. Esta migración, que también incluyó destinos como Madrid, Barcelona, Málaga y Asturias, es un vínculo que se mantiene vivo. Así, cada tercer fin de semana de agosto, las fiestas patronales en honor al Santo Cristo de Cabrilla congregan a todos los paisanos, donde se mezclan las historias y experiencias de quienes alguna vez partieron.
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Pero, el verano en este pequeño pueblo de apenas 400 habitantes no solo destaca por sus fiestas, sino también por una amplia gama de actividades. La piscina municipal, abierta a diario y gratuita es un punto de encuentro donde se llevan a cabo clases de aquagym.
En otros espacios del pueblo se pueden hacer talleres de manualidades y encaje de bolillos. Además, las rutas de senderismo y ciclismo hasta los pueblos vecinos de Olías y Los Molinos, así como los juegos de tenis y actividades para niños, ofrecen entretenimiento para todas las edades. Leonor, monitora del ayuntamiento y técnica deportiva, observa cómo la población aumenta significativamente en verano, haciendo que las actividades sean más participativas sobre todo con los turistas extranjeros.
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Y, no podemos olvidar el bar de María Pepa, situado a la entrada del pueblo, es el lugar donde todos se reúnen. La barra de este emblemático establecimiento ha vivido muchas charlas y resacas veraniegas, destacan los vecinos.
La juventud también juega un papel esencial en la vida veraniega de Lújar. Laura y Juan Sergio, dos jóvenes afincados en Motril pasan todos los veranos desde pequeñitos en el pueblo de sus abuelos. Allí han crecido jugando al escondite detrás de las macetas, han corrido por sus cuestas empinadas, se han dado chapuzones en la piscina mientras se hacían de rabiar y han salido a la fresquita por las noches con los demás niños.
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El verano no solo es una temporada de fiestas, sino un período de conexión en el que se conecta con la verdadera esencia de la vida. Aquí, tanto vecinos de toda la vida como extranjeros encuentran un refugio de tranquilidad, desconexión y paz. Con una media de edad que ronda los 60 años, el futuro de Lújar está asegurado con las nuevas generaciones y los forasteros que siguen regresando y manteniendo vivo este vínculo tan especial.
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