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Una nueva mañana amanece en la Residencia de Mayores San Luis de Motril. Un grupo de ancianos espera en la sala de estar, algunos sentados ... en sillas de ruedas, otros en butacas de respaldo alto. De repente, un sonido inconfundible inunda el aire: las primeras notas de un saxofón que rompe con el murmullo e ilumina la cara de todos los mayores.
Se acerca Antonio García, un médico de familia que lleva más de 15 años cuidando de la salud de los residentes. Como cada jueves, la bata blanca se combina con el brillo dorado de su saxofón. No es solo el doctor que les receta medicinas o les toma la tensión, es el amigo que les regala música y les transporta a otros tiempos, a aquellos en los que bailaban en las ferias, cantaban en reuniones familiares o simplemente se enamoraban con una canción de fondo.
Antonio lleva más de 35 años ejerciendo como médico. Ha recorrido muchos pueblos de Granada antes de echar raíces en Motril, donde consiguió su plaza en 2007. Desde 2008, visita la Residencia San Luis cada semana, atendiendo a los mayores, conociendo sus historias, preocupándose por su bienestar. Pero hace unos años, su relación con ellos dio un giro «inesperado» cuando decidió compartir con ellos su otra gran pasión: la música.
Su historia con el saxofón no comenzó en su infancia ni en su juventud, sino por pura casualidad. Su hija, cuando era niña, estudiaba en la Escuela Municipal de Música de Motril y tocaba el saxofón. Pero con el tiempo, fue perdiendo el interés y el instrumento se quedó postrado en una esquina de la casa. Antonio, que siempre había sentido atracción por la música, decidió acompañarla a sus clases, y cuando la escuela estuvo a punto de cerrar, un grupo de padres se unió para evitarlo. Se apuntaron a clases de lenguaje musical y Antonio, que tenía el saxofón de su hija en casa, decidió cogerlo y empezar a aprender.
Así, sin grandes pretensiones, comenzó su aventura con la música. Primero en la escuela de Motril, luego con clases particulares y, finalmente, hace unos tres años, en la Escuela Municipal de Música de Almuñécar, donde sigue aprendiendo cada semana. «La música es infinita», dice Antonio. «Siempre estoy aprendiendo, siempre hay algo nuevo que mejorar.»
Todo empezó en 2020, en plena pandemia. Con el confinamiento y las restricciones, los residentes de San Luis pasaban mucho tiempo aislados, sin visitas, sin actividades. El médico, que ya llevaba años viéndolos todas las semanas, pensó que podía hacer algo más por ellos, y así, una Navidad, decidió llevar su saxofón y tocarles villancicos.
En aquel momento, las medidas sanitarias eran estrictas, así que tuvo que hacerlo desde el patio, con las partituras pegadas en la ventana del salón. Aun así, su música traspasó los cristales y llegó a los corazones de los residentes. «Me escuchaban desde dentro, algunos cantaban, otros daban palmas... Hasta en el centro de salud de al lado me oían tocar», recuerda entre risas.
Lo que empezó como una idea puntual se convirtió en una tradición. Volvió en San Valentín con canciones románticas, en cumpleaños con el clásico 'Cumpleaños Feliz', y poco a poco, la música se fue integrando en la rutina de la residencia. «Para mí, tocar en casa no tiene sentido. Prefiero venir aquí y compartirlo con ellos.»
En la residencia hay actualmente 44 mayores, la mayoría con más de 85 años, algunos con más de 100. Muchos tienen enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer, pero Antonio ha descubierto algo maravilloso: la música les llega a un nivel que la medicina no puede alcanzar.«Las canciones están ligadas a recuerdos, a momentos de la vida. Aunque una persona tenga un deterioro cognitivo severo y ya no reconozca a su familia, muchas veces la música despierta algo dentro de ellos. Sonríen, tararean, incluso algunos se animan a bailar o a dar palmas».
Según cuenta, la musicoterapia es una disciplina reconocida por sus beneficios en pacientes con demencia, ansiedad o depresión. La música estimula la memoria, reduce el estrés y mejora el estado de ánimo. Por eso, se ha convertido en más que un médico para ellos. Es el hombre que les devuelve recuerdos, que les hace sentir vivos a través de las notas de su saxofón.
Juan Garrido, uno de los mayores, lo dice claro: «es un buen amigo. Cuando viene con el saxo, nos alegra la mañana». Lo mismo piensa Carmen Pérez, otra residente, que cuenta cómo reaccionan todos cuando empieza a tocar: »nosotros le hacemos palmas y cantamos con él. Nos gusta mucho.«
Desde la dirección de la residencia, también valoran su labor. Carmen Vilchez, la directora, explica cómo estas actuaciones encajan en el programa de dinamización del centro: «su música es parte de nuestras actividades para mejorar el bienestar de los mayores. Lo vemos en sus caras, en cómo cambian cuando lo escuchan tocar».
Antonio no piensa dejar de tocar para ellos. Su idea es seguir yendo a la residencia, seguir ampliando su repertorio, seguir compartiendo su música con quienes más lo necesitan.«Mientras pueda, seguiré viniendo. Esto me llena tanto como a ellos. La música solo trae cosas buenas.»
Ahora está preparando sevillanas y pasodobles para la primavera, para seguir poniendo banda sonora a los recuerdos de los ancianos. Y así, cada jueves, su saxofón seguirá sonando en la residencia, despertando emociones, sonrisas y momentos que, aunque efímeros, quedan grabados en el alma.
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