El profesor Juanma Herrera, junto a uno de sus alumnos, muestra algunos de los diseños de las lápidas. JAVIER MARTÍN

Motril dignifica a los náufragos sin nombre enterrados en su cementerio

La Escuela de Arte crea lápidas con diseños individuales para los migrantes que yacen en el camposanto local tras la propuesta de la oenegé Emergencia Frontera Sur

Lunes, 2 de marzo 2020, 01:10

En el año 2018 llegaron a Motril más de 9.300 migrantes rescatados de pateras. Fue una cifra récord. Nunca habían sido tantos, ni lo han sido después. En aquellos meses, junto a los que consiguieron sobrevivir, llegaron los que no tuvieron tanta suerte. El 6 de octubre, de madrugada, la guardamar Polimnia traía al puerto a 102 personas con vida y a cinco cadáveres, cuatro varones y una mujer. Un día después, eran enterrados en el cementerio local. Apenas quince días más tarde, en La Herradura y Castell de Ferro aparecían varios cuerpos en avanzado estado de composición. También eran migrantes que habían naufragado intentando llegar a la costa. Nadie reclamó sus cuerpos. En el camposanto motrileño hay casi medio centenar de nichos sin nombre ni lápida. El primero data de 2002. La mayoría están en la parte alta, la zona que menos gusta (si es que hay alguna que guste en este lugar). Ahora, gracias a la iniciativa de la oenegé local Emergencia Frontera Sur, y a la colaboración de la Escuela de Arte, Cruz Roja, Motril Acoge y el Ayuntamiento, estas tumbas anónimas serán dignificadas con las lápidas que ha diseñado el profesor Juanma Herrera junto a sus alumnos del módulo de cerámica. El final para los allí enterrados fue terrible. Pero con este gesto, tratan de conseguir que su trágico periplo en busca de una vida mejor no caiga en el olvido.

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Hace cuatro meses, los integrantes de Emergencia Frontera Sur, decidieron pedir colaboración a la Escuela de Arte de Motril para buscar una forma de homenajear a los náufragos enterrados en el cementerio local. La presidenta de la entidad, Antonia Franco, afirma ahora que ni en sus mejores sueños habría imaginado el resultado final. No tenían claro cómo materializar su objetivo. Con la ayuda de varios docentes del centro llegaron hasta Juanma Herrera, profesor del módulo de cerámica, que desde el primer momento se entusiasmó con el proyecto. Era una forma de hacer partícipe a la sociedad de una realidad que muchas veces se intenta obviar.

Precisamente eso, la participación, es una de las cosas que más valora Antonia Franco, que señala que el hecho de que los alumnos de este módulo, un total de seis de entre 19 y 54 años, se hayan implicado y hayan visto el alcance del drama migratorio es casi tan importante como la elaboración de las lápidas en sí. «Mi agradecimiento es total, tanto a los alumnos como a Juanma y la escuela. Sin ellos no hubiese sido posible», asegura Franco.

El profesor habla con ilusión del proyecto, mientras muestra algunos de los diseños que ya tienen listos. Tiene una lista con los datos que han podido recabar de los migrantes. En esta labor de documentación ha sido imprescindible el trabajo de la oenegé, pero también el del Ayuntamiento, a través de Teresa Vallejo. Herrera resalta su implicación, al tiempo que compone sobre la mesa del taller de la escuela algunas de las lápidas.

Tonos azules y grises y un diseño con el que pretende dar la sensación de estar viendo una ola de ese mar que fue esperanza en la salida de los que ahora están enterrados en Motril, en la mayoría de los casos, sin que nadie los reclame.

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Cada uno tendrá un diseño distinto, único, personal. Una forma de dejar atrás la colectivización que deshumaniza a estos migrantes y de darle calor a la frialdad de las cifras. Una manera también de nombrarlos. Porque en muchas de esas lápidas, en las que no hay fecha de nacimiento y tampoco de muerte (sólo la de su llegada al puerto), lo único que podrá leerse para identificarlos es: hombre, mujer o niño (entre esos olvidados, también hay menores, algunos solos, otros junto a sus madres).

El coste ha sido prácticamente cero. El docente encontró restos de materiales en el taller, que han sido los utilizados para la elaboración de las lápidas. El trabajo lo hacen los alumnos y él mismo. Los empleados municipales del cementerio adecentan los nichos. Motril Acoge ha sufragado el coste de los tintes.

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«Todos se han volcado. Los alumnos, las oenegés, el Ayuntamiento», destaca el profesor. Él también se ha implicado a fondo en el proyecto.

La concejal de Comercio, Salud y Consumo y responsable del cementerio, Susana Peña, indica que desde el primer momento les pareció una buena idea, «una forma de dignificar a estas personas». Por este momento, apunta, desde el consistorio han colaborado en todo lo que ha estado en su mano para que esta acción pueda llevarse a cabo. «Es una manera de humanizar», dice.

Para Luis Campos, también de la plataforma Emergencia Frontera Sur, este reconocimiento ha tardado mucho en llegar. Casi dos décadas, según explica. Aún así, están agradecidos a todos los que han participado en el proceso. Recuerda que cuando se planteó la idea de actuar para dignificar a estas personas se barajaron varias opciones, pero la de implicar a la Escuela de Arte en el proceso fue la que más les convenció. Ellos llevan años trabajando con los migrantes, asesorándolos y viendo las consecuencias de los naufragios, pero consideran positivo que ahora la sociedad motrileña se implique.

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La presidenta de la entidad recuerda, que aunque en el cementerio haya enterradas 49 personas, son muchos más los que han perdido la vida en Mediterráneo. En su último informe, publicado a finales de 2019, la oenegé Caminando Fronteras apuntaba que solo el 25% de los cuerpos de los migrantes desaparecidos tras los naufragios de las pateras con las que intentaban llegar a Europa llegan a aparecer. Documentaba más de 70 naufragios entre 2018 y parte de 2019, con 1.020 víctimas, de las que de 816 no se sabe nada. Los números son fríos, pero duros. Hay activistas que califican a este mar de cementerio.

En el camposanto motrileño, donde yacen 49 de estas personas que perdieron su vida en la travesía, se colocará una placa en la que se podrá leer: «Ser neutral, no tomar partido, es potenciar y consolidar las desigualdades, es no amar». Mirar hacia otro lado y obviar esta cruda realidad es volver a quitarles la voz a los que ya lo perdieron todo. Por eso, que donde ahora hay blanco, pronto haya azules y turquesas, es simbólico, pero también importante. Porque detrás de esos «niño, mujer o hombre», hay miles de historias de vida, sueños truncados y familias rotas. Porque nadie se va del todo mientras que alguien lo recuerda.

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