Da a luz en Motril tras recorrer cuatro kilómetros a pie
Dos sanitarias del centro de salud Motril Centro traen al mundo a un bebé con mucha prisa, el primero en 30 años, después de que su madre fuese andando desde la playa y no pudiera esperar a llegar al hospital
Hacía treinta años que en el centro de salud de Motril Centro no se atendía un parto. Pero un bebé con mucha prisa hizo que ... su madre recorriera a pie los casi 4 kilómetros que separan la playa de la Avenida de Salobreña para llegar al mundo la calurosa tarde del miércoles 6 de octubre. La pequeña maratón salió bien gracias a que a mitad de esta carrera de larga a distancia –que debía hacer meta en el hospital– una doctora y una matrona asistieron a la mujer, de 31 años, en su parada técnica en el centro de salud.
«A las 13.30 horas de la tarde recibí el aviso. La mujer había llegado andando desde la playa porque pensaba que pariría por la noche. No era madre primeriza, pero el niño no quería aguantar más. Me llamaron de la recepción para que fuera a verla porque podía estar de parto. Por la voz de la enfermera, entendí que era urgente y bajé corriendo», cuenta Beatriz Quero, médico de familia de 49 años.
La facultativa fue la ayudante inestimable de Rocío Lara, enfermera de 28 años. Lara llegó hace seis meses al centro de salud y da la casualidad de que es matrona.
El destino y la profesionalidad de las dos sanitarias hizo que, con lo poco que había en la consulta, que no están preparadas para atender partos y sus posibles complicaciones, la mujer diera a luz en 15 minutos. La meta fue la consulta 9.
Al llegar, la mujer no podía más y apoyada en la camilla empezó a empujar. «Le abrí la puerta a una paciente para que saliera y escuché : «Esta mujer viene de parto». Instintivamente salí al pasillo y pedí que me la trajeran en silla de ruedas a mi consulta. Le vi la cara e indudablemente venía pariendo. La cabeza del bebé estaba coronada», cuenta Lara.
«La levanté de la silla, se encorvó y empezó a empujar. Estaba en su mundo de dolor y la exploré para encontrarle el latido al bebé. La bolsa se rompió por fin, la dilatación era completa y el bebé asomaba ya. Fueron solo tres empujones», cuenta emocionada Rocío.
«La semana anterior había venido a revisión conmigo. Estaba de 38 semanas y me dijo, muy segura, que todavía le quedaban otros 15 días hasta el parto. Activamos la ambulancia y cuando llegó fue para trasladarla al hospital con su hijo ya en brazos», explica la enfermera.
Para Lara fue un parto más. La matrona ha ayudado a otras mujeres a dar a luz en salas de espera, urgencia, el ascensor del hospital... Sin embargo, para la médica motrileña fue un momento único en su carrera.
Después de años como doctora en la Alpujarra, ha atendido a muchas mujeres justo antes del que dieran a luz, pero el proceso siempre culminaba en el hospital. Así que, cuando se tuvo que poner los guantes para atender a la parturienta, los nervios estaban a flor de piel. «He de admitir que estaba muy nerviosa. Bajaba las escaleras y repasaba mentalmente la teoría; la práctica siempre es otro cantar. Vi a la mujer y se me olvidó todo. Me concentré en lo que íbamos a hacer. No podía dejar a la madre intranquila», detalla.
«Venía con muchas ganas»
«Me sentí pletórica cuando pudimos entregarle ese niño a su madre en brazos. Lloró con fuerza y los pelos se me pusieron de gallina. En toda la sala de espera se le escuchó. Venía con muchas ganas», asegura la facultativa, que incluso tiene una foto con el menor para recordarle para siempre.
La matrona y Beatriz le dieron inmediatamente el niño a su mamá para que estuvieran «piel con piel». El parto se desarrolló sin complicaciones pese a que el bebé se quedó «un poco atrancadito». «Tuvimos que girarlo ligeramente para que pudiera salir. Venía con la mano por delante, pegadita a la cara, como si estuviera saludando», señala Lara. «Si es que las cosas cuando vienen así poco más se puede hacer. Fue un momento natural y muy íntimo. La madre no se sintió extraña con nosotras», cuenta.
Mientras en la consulta médicos, auxiliares y enfermeras se acercaban para preguntar si necesitaban algo, las tres mujeres continuaban «a lo suyo» abstraídas. «La puerta se abría y se cerraba a nuestras espaldas. Era como si no fuera con nosotras. Un par de gasas y muchos guantes nos bastaron», dicen.
Después de ese cuarto de hora con la adrenalina por las nubes llegó la ambulancia para llevarse a los dos hasta el Santa Ana. «La mujer no paraba de cogernos de la mano y darnos las gracias», afirman. «Llamamos por la tarde a la supervisora del hospital para ver cómo se encontraban ambos. Nos dieron la enhorabuena. Lo único que se nos olvidó fue pesar al bebé: un niño de 3,6 kilogramos con mucha hambre», bromea la matrona.
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