El pirotécnico que ha puesto la vida 'y la chispa final' a los veranos de la Costa Tropical
Esteban Martín ·
Este motrileño es el artífice del tradicional castillo piromusical que pone el broche a las fiestas patronales de Motril y AlmuñécarEsteban Martín ·
Este motrileño es el artífice del tradicional castillo piromusical que pone el broche a las fiestas patronales de Motril y Almuñécarmaría escámez
Martes, 23 de agosto 2022, 23:56
El orgullo es lo más parecido que tenemos para defender, con lealtad, ese amor que siempre se guarda con fuerza y vigencia. Un amor cosido a base de tiempo, cariño, pasión y generosidad, esos férreos valores de la vida que no se nos resquebrajan, ese ... amor y afecto que conoce bien Esteban Martín, un hombre tranquilo por norma, pero que siempre le puso 'chispa' a las cosas sencillas. Pocos rostros han sido tan conocidos como el de este pirotécnico por vocación, que un día cogió las riendas de una empresa familiar que ya sopla 125 años incluso con el desacuerdo de su padre. «Yo venía de estudiar la carrera de Ingeniero Técnico y mi padre quería que la empresa no continuara, pero a mi me gustaba este mundo y decidí apostar por ello», cuenta él sobre esa oportunidad que le concedió el destino y que agarró para llevarla a lo más alto.
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Oficialmente, han pasado más de treinta años desde que Esteban decidiera devolvernos la inocencia con su genialidad. Desde sus orígenes en 1895, esta pirotecnia se había encargado de poner luz y color a todo tipo de eventos y fiestas populares, pero Esteban fue el artífice de una de las grandes señas de identidad que después de tres décadas continúa poniendo el broche final a los eventos veraniegos en la Costa Tropical. La idea de diseñar un castillo piromusical como un cierre grandioso de fiestas se le ocurrió casi al principio de su trayectoria profesional. «Queríamos crear un espectáculo de fuegos artificiales en un escenario natural y elegimos el Parque de los Pueblos de América, nunca olvidaré esa sensación ni ese aplauso final con la canción de Carmina Burana», cuenta que la acogida fue tan grande que aquella idea vanguardista comenzó a formar parte de la cultura y tradición popular más motrileña. Un castillo que es fácil de amar de manera incondicional desde que en el cielo oscuro se alza el primer cohete y comienza la música en el paseo marítimo de Playa de Poniente o en la playa de Puerta del Mar, el Castillo de San Miguel o el Peñón del Santo de Almuñécar. Y es cierto: hoy la Costa Tropical no podría imaginar un final de fiestas patronales sin su castillo de fuegos artificiales, rozaría el sacrilegio y la ofensa.
A pesar de llevar en su maleta una gran historia digna de ocupar titulares y anecdotarios, Esteban se muestra inescapablemente humilde y generoso. Camina por una finca remota de ocho hectáreas al lado de su fiel compañera, su perra 'Chispas', mientras recuerda esa tardes largas de la infancia en las que ayudaba a su padre con el oficio, llenando mechas, en verano o navidades. Ahí las horas pasaban lentas y el trabajo, por aquel entonces, era mucho más artesanal. Nada que no estuviera 'pagado' con un helado de Cola-Cao. Comparte sus logros, todo el tiempo, con el equipo y la familia que «siempre estuvo cerca», sabiendo que esta profesión «no tiene horas y siempre es un trabajo que se intensifica en días festivos que no puedes disfrutar como te gustaría».
Si con algo se queda Esteban, es con esa razón profunda y luminosa, «ese minuto de gloria» en el que se lanza el último disparo y las personas se ponen en pie, mirando al cielo, y comienzan a aplaudir. No calcula el tiempo, pero ese instante donde se condensa el agradecimiento de decenas y miles de personas roza lo eterno y lo mágico y resume el trabajo de toda una vida. Recuerda esa primera inversión en tecnología que costó, en aquellos años, un millón de pesetas y que fue el primer paso que dio pie a esta gran aventura de animación festiva que no ha dejado de desarrollarse, mejorar e innovar en todas y cada una de las ediciones. Esteban es, ahora, y aunque no lo sepa, el gran protector de esta estampa que resume la historia de nuestras vidas, de nuestro verano, de aquellos amores locos que aprovechaban la magia de las luces que dibujaban caminos serpenteantes en el cielo para besar lento
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