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Se acerca la Semana Santa y con ella los dulces típicos de esta época. En Motril ya están preparados para ello y entre el aroma a azúcar tostada y el sonido de las varillas batiendo crema, se encuentra la Pastelería 'Casa Palomares', un rincón donde la tradición y la innovación se dan la mano para endulzar a los vecinos y visitantes de la ciudad. Detrás del mostrador, entre bandejas repletas de piononos, milhojas y tartas personalizadas, está Daniel Palomares, administrador de la pastelería junto a su hermano José Luis.
La historia de 'Casa Palomares' no es la de un negocio familiar, sino la de un legado que comenzó en los años 30, cuando el abuelo de Daniel, dejó Granada para empezar a trabajar en Motril. Pastelero de oficio y de corazón, montó su primer obrador en Calle Nueva, un pequeño local donde los dulces se elaboraban con paciencia y dedicación. Décadas más tarde, su hijo tomó el relevo en los años 60, y ahora es la tercera generación la que mantiene viva la esencia de esta pastelería.
«Hemos crecido entre sacos de harina y azúcar glass», cuenta Daniel. «Desde pequeños estábamos siempre trasteando en la pastelería, echando una mano a mi abuelo y a mi padre. Es un trabajo muy sacrificado, pero cuando lo llevas en la sangre, es difícil imaginarse haciendo otra cosa».
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Con casi un siglo de experiencia, 'Casa Palomares' ha sabido evolucionar sin perder su esencia. «Hacemos pastelería tradicional, pero siempre incorporamos novedades», explica Daniel. Y una de esas innovaciones que ha puesto a la pastelería en boca de todos es la combinación de sus dulces con un producto muy motrileño: el Ron Pálido Montero.
Entre los dulces más emblemáticos de Semana Santa están, sin duda, las torrijas. Y en la pastelería han llevado este clásico a otro nivel con su versión bañada en Ron Pálido Montero, una receta única en toda Motril.
La elaboración comienza con un bizcocho especial, diferente del pan tradicional que se usa en otras torrijas. «Lo hacemos nosotros mismos», explica Daniel. «Es una soletilla de bizcocho con crema pastelera, que luego se empapa en un jarabe de Ron Pálido». Tras bañarla, la torrija pasa por huevo batido, se fríe en aceite caliente y se reboza con azúcar y canela. «El ron le da un toque espectacular, pero sin que el alcohol se note, porque se evapora en el proceso», aclara.
El éxito de esta versión ha sido tal que muchos turistas y motrileños hacen parada obligatoria en la pastelería solo para probarlas. «Es un producto exclusivo nuestro, y estamos orgullosos de ello», dice con una sonrisa.
Pero las torrijas no son el único dulce que han reinventado. Otro de los productos estrella son los piononos también de ron, que son muy demandados incluso fuera de la ciudad.
Para realizar el pionono, dulce típico granaíno, se elabora un bizcocho esponjoso enrollado con crema pastelera y se baña, también, en un jarabe de Ron Pálido. Finalmente, se corona con más crema pastelera, se espolvorea azúcar y se quema ligeramente en la parte superior, consiguiendo ese característico toque caramelizado.
Aunque las torrijas y los piononos sean los más conocidos, ofrecen una variedad de más de 50 dulces, adaptándose a cada época del año. Desde tartas personalizadas para bodas y comuniones hasta pastelería en miniatura, bombonería y la tradicional torta real de Motril, un dulce a base de almendra que, según cuentan, no puede faltar en la vitrina.
Cada temporada tiene su dulce especial: en Navidad, los canapés y roscones de reyes; en verano, las tartas heladas y los piononos de ron; en los Santos, los huesos de santo y los buñuelos. «Aquí nunca paramos. Terminamos con una fiesta y ya estamos preparando la siguiente», comenta Daniel.
A pesar del éxito y el reconocimiento, Daniel es consciente de que el oficio de pastelero es cada vez menos común. «Es un trabajo de muchas horas y sacrificio, y hoy en día poca gente quiere dedicarse a esto», lamenta. «Pero mientras podamos, seguiremos manteniendo la tradición y ofreciendo lo mejor a nuestros clientes».
Con casi 100 años de historia, las pastelería se ha convertido en un símbolo de Motril, un lugar donde cada dulce cuenta una historia y donde cada bocado es un homenaje a la tradición.
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