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Hace algo más de 31 años, Eva María Gómez ingresaba en una escuela hogar en Motril. Ella tenía poco más de cinco años. Tenía un hermano más pequeño que también fue un centro de acogida. Sólo lo vio una vez más. Ahora, esta motrileña de ... nacimiento, que no ha tenido una vida sencilla, intenta dar con el paradero de aquel hermano, llamado Miguel, que fue dado en adopción. Y a otras dos hermanas más, a las que no llegó a conocer, pero que también eran hijas de su madre. Ella ha continuado con su vida. Ahora tiene dos hijos y vive en Ciudad Real. Pero nunca ha olvidado a su hermano, con el que salía en brazos a la calle, siendo ella muy pequeña, para pedir ayuda o comida a sus vecinos. «Uno piensa que eso ha quedado atrás, pero siempre sigue ahí», explica.
Los primeros años de la vida de Eva no fueron sencillos. Una familia desestructurada. Una madre que, según ella misma recuerda, ejercía la prostitución, poco cariño y menos recursos. «Sólo volví a ver a mi hermano una vez. Me llevó una de las monjas. Le habíamos comprado un juguete». Es uno de los pocos recuerdos que le quedan.
AEva se le mezclan las fechas y los rostros de aquella familia que dejó atrás. «Salía descalza a la calle, con él en brazos, que no dejaba de llorar», indica. No tiene claro dónde están ahora. Hasta hace unos días pensaba que había sido adoptado por una familia en Granada, tanto él como las otras dos niñas. Ahora cree que está en Barcelona. «Cuando me llevaron a la escuela hogar yo lo único que pedía es que no me separaran de mi hermano», rememora sin poder contener las lágrimas.
En aquella escuela encontró un hogar con las monjas. Aunque apenas volvió a ver a su madre que no iba a visitarla. «Cuando llegaban las vacaciones, las familias de los otros niños venían a recogerlos. Yo siempre me quedaba allí sola», recita. Siempre, hasta que uno de aquellos veranos una de las monjas decidió llevársela al pueblo de su familia. Y allí, ya con nueve años, una familia decidió adoptarla. Eva comenzó una nueva vida en Almagro, un municipio de Ciudad Real. Lejos de aquellos primeros años tan complicados y con unos padres que se le dieron unos nuevos apellidos y una nueva familia, primero de acogida, y luego con los informes pertinentes, de adopción. Nunca perdió el contacto con aquella monja que tanto la cuidó y tampoco ha terminado nunca de olvidar a aquel hermano del que ni siquiera tiene claro cuál será su aspecto.
Hace un par de años trató de encontrarlo sin éxito. Ahora, a través de las redes sociales pide ayuda para intentar dar con ese hermano al que perdió cuando apenas había empezado a vivir y a las otras dos a las que ni siquiera llegó a conocer. No sabe si puede tener más familia. Ni siquiera tiene claro si Miguel tiene tanto interés como ella misma en que se reencuentren, pero es una pieza imprescindible para completar el puzzle de una vida que arrancó siendo mucho más complicada que las de la mayoría.
Eva tiene muchas lagunas sobre aquel pasado. El que pensó que era su padre resultó no serlo. Una de las monjas que la cuidó le explicó que su verdadero progenitor era el que creía que era su abuelo. «Tenía doce años cuando me lo dijo. Yo ya vivía con mi familia adoptiva y no podía creerlo», lamenta.
Todo aquello ha marcado su vida, pero sobre todo, lo que no la ha dejado terminar de romper con aquella dura infancia es la pérdida de su hermano.
En diciembre cumplirá 38 años y no querría que pasara ni un solo año más sin reencontrarse con él y con las otras dos hijas de su madre a las que ni siquiera llegó a ver nunca. «Según me dijeron ellos tres sí fueron adoptados por la misma familia», recalca. «Estoy desesperada. No sé cómo dar con ellos», lamenta.
La vida de Eva comenzó en Motril. Las circunstancias la llevaron a otro lugar. Pero ahora busca sus raíces, estén donde estén. Quiere recuperar aquello que dejó atrás. Aquel hermano que la acompañó en su infancia. Reconstruir, aunque sólo sea en parte, quién era antes de que la acogieran aquellas monjas y de que terminara en Ciudad Real. Confía en que la suerte le sonría esta vez. Y más tarde que pronto pueda abrazar, o lo que quiera que pueda hacerse en estos tiempos de pandemia, a aquel hermano del que apenas recuerda nada pero al que nunca ha podido olvidar.
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