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¿No te pasa que abres una botella de vino bueno, pero no te sabe igual? Desde hace dos semanas no sabe igual ni el vino, ni tu tarta favorita. No suena igual tu canción preferida en el mundo. Y el mar se oye muy lejos. Para los que tienen el Mediterráneo como compañero de vida, no poder pasear por la playa es una de las duras pruebas que hay que superar en este aislamiento que aún es corto y ya parece eterno. Nadie imaginaba hace veinte días, cuando febrero se había disfrazado de primavera, que iban a ponerle puertas a su playa.
«Siempre que viajo, sea por trabajo o por placer, lo primero que añoro es el mar. Mi mar». Lo dice María Eugenia Rufino, alcaldesa de Salobreña, que está convencida de que su playa, la de su pueblo, por la que tantas veces ha paseado, está esperando que todo pase, tratando de comprender, como todos, algo que nunca antes había ocurrido y que nunca habíamos imaginado.
Estos días los que tienen una ventana a la calle son afortunados, los que tienen vistas al mar, privilegiados. Por la compañía del sonido de fondo, que es mejor que el de la televisión, y por tener la certeza de que aunque a ratos parezca que la vida no sigue, el mundo mantiene su ritmo, a pesar de que nosotros hayamos parado. Los que no lo ven, lo añoran. Pero hasta los que lo miran, echan de menos pisar la arena o mojarse lo pies para comprobar que quizás aún es pronto o quizás ya es momento para darse el primer baño.
«A mi me cuesta tenerlo tan cerca y no poder contemplarlo. Sigo deseando despertar de esta pesadilla». Es Jesús Megías, representante de los hoteleros, que ha tenido que cerrar por primera vez su establecimiento. Para él su mar es enigma y esperanza, la esperanza de que pronto podamos volver a disfrutarlo.
Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y seguramente tampoco es del todo consciente de lo que le hace feliz mientras que lo está siendo. Pero en los recuerdos, y en las fotografías que también son recuerdos, y en las canciones que acompañan los recuerdos, hay muchos días de verano, mucha sal, mucho sol y mucha playa. Una playa tranquila en invierno y que estaría ahora a punto de llenarse en Semana Santa. «Cuando no tengo el mar no sé orientarme», explica un amigo, que además es motrileño.
Daniel Barbero, concejal de Turismo en Almuñécar, recuerda que en su época de estudiante, en Granada, siempre tenía la sensación de caminar en busca de la playa. Andaba por Camino de Ronda como si en algún momento fuera a encontrarla. Ahora, en el trayecto de La Herradura a Almuñécar, por una carretera desierta, no tiene claro si es el mar o es el cielo lo que se ve en el horizonte. Parece un mundo irreal. Observa su playa a lo lejos. También la echa de menos.
«Se echa de menos el olor a salitre, el sonido de las olas al romper en la orillla, la brisa marina». Luisa García Chamorro, alcaldesa de Motril, también habla con añoranza dos semanas después de que las vallas y los precintos cerraran los accesos a la playa. Hace dos semanas, después de que se hiciera el anuncio de la restricción de movimiento, todos nos preguntábamos si era posible cerrar una playa. Y sí lo es, continúa cerrada. Puede que más tranquila que nunca, pero tal vez también esté nostálgica.
Se cerró el mar y se cerraron todos los negocios que había a su alrededor. Todo tiene ahora un cerrojo. Ángel Gijón, presidente de la Cámara de Comercio de Motril, casi agradece que llueva de vez en cuando, así se lleva mejor lo de quedarse en casa. Tienen mucho trabajo estos días, pero reconoce que nunca había subido tantas veces a su terraza. Desde allí ve el mar.
Pero si hay alguien que tenga unas vistas privilegiadas al Mediterráneo estos días son los pescadores. De ellos se acuerda el presidente del puerto, José García Fuentes, de ellos y de todos los que sí tienen que salir estos días, aunque no quieran. Y les manda ánimo y confianza. La playa seguirá ahí, cuando todo haya pasado.
Hay tres cosas que casi siempre te salvan, puede que haya más, cada uno tiene las suyas. Pero hay tres seguras: la música, el amor (todos los amores) y la playa. Las mejores canciones están hechas precisamente de eso, de los veranos que pasamos en la playa y de quererse. Hace dos semanas nadie imaginaba que pudiese estar tan cerca y tan lejos de un mar, que ahora es como el caramelo que se queda en la punta de la lengua o como el mirarse a los ojos a dos centímetros de distancia que no se convierte en beso. Habrá besos, habrá abrazos, habrá música y habrá eternos paseos por la playa. Paciencia, todo llega y todo pasa.
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