JOSÉ MARÍA GUADALUPE

¡Aquellos granaínos que ya no están entre nosotros!

Crónicas Granadinas ·

Hoy, como todo el mundo sabe (otra cosa es que se les permita el recuerdo con estos confinamientos), es el día de Todos los Santos

Tico Medina

Granada

Domingo, 1 de noviembre 2020, 00:19

Hoy, como todo el mundo sabe (otra cosa es que se les permita el recuerdo con estos confinamientos), es el día de Todos los Santos. Y mañana, el de todos los muertos. Así que esta página, por no faltar a la cita como todos los ... domingos, podría llevar de las dos cosas: de un lado, felicidades, que es una palabra ya poco usada, desgraciadamente; y de otro... que estamos debajo de este puente terrible y me siento Carpanta. ¿Recuerdan? Era aquel personaje de los tebeos infantiles, con su canotier galleta, su cuello duro, su corbata de lazo... Y siempre a punto de merendarse aquella bota chapliniana, etc.

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Bueno, pues a lo que voy, hoy mucho suspiro de Granada. Le he pedido a José María Guadalupe, hijo (el espléndido ilustrador que ilumina esta página nuestra), que dibuje una especie de gran esquela, de aquellas de cuando moría una persona importante granadina (hoy 'granaína'), que orlaban toda la página del IDEAL de entonces y que nos dejaban en las manos un cierto olor a crisantemos, la flor de los muertos. Pues eso, que hoy, hasta para ir al camposanto, ya lo saben, hay que llevar mascarilla y estar solo unos minutos. Hay incluso quien desinfecta el ramito.

Total, que, una vez sentado frente a la máquina azul, quiero hacer una declaración de memoria, una finísima lluvia de nostalgias, de aquellos que se nos fueron y, sobre todo, de aquellos que un día perdí para siempre y no volvieron. Por ejemplo, ahí va, bajo su sombrerillo, sonriente, el cronista que fue Pepe Ladrón de Guevara. Por Almuñécar, camino del Albaicín del mar, apoyado en su parienta, nos dimos un gran abrazo.

–«A ver cuándo nos vemos, maestro».

–«Eso, a ver cuándo volvemos a vernos, Escolástico».

Los dos sabíamos que no iba a ser posible...

Y recuerdo a Elena Martín Vivaldi, poetisa de los poetas en esta ciudad de grandes poetas, sentada en su silla, nómada inmóvil del verso. ¡Qué gran premio, granadinos, de haber sido más generosos, García Lorca habría sido! Leovigildo Hoces Gálvez, gerente del circo Price de Madrid (que siempre me dejaba entrar gratis) me presentó de una tacada a Pompof, Tedi, Nabucodonosorcito y Zampabollos, la familia más grande de los payasos del circo, de la talla de Chaplin. Me lo había confirmado Charlie Rivel, que se hizo famoso en el mundo entero por un largo moco verde y al que entrevisté tantas veces.

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O Paquito Rodríguez, cuando cantaba el pasodoble 'Granada', mucho antes del otro de Agustín Lara, nuestro discutible himno de ahora ¿Cuándo podríamos poner su nombre a una calle? O cuando reunir en un disco de los de hoy las veces que nos cantó, bolerista único, aquello de: «A todos nos han 'cantao', en una noche de juerga, boleros que nos han 'matao'». O Ramón Moreno, que me estrenó en el Liceo de la plaza Bibrambla aquella obrita cuyo original conservo y que se llamó la 'Caja de música'. O el crítico de arte, aunque era muchas más cosas, don Marino Antequera, tan pequeño pero tan grande. O aquel Natalio Rivas, de Albuñol, ya muy anciano, que me recibió en su casa de Madrid y que tenía sobre su mesa de trabajo un guante de cabritilla blanca de la única mano, digo yo, de Millán Astray y un autógrafo: «Don Natalio, que siga mucho tiempo en su puesto y saque a flote el presupuesto».

Porque había sido ministro de Hacienda, y bueno...

O Gabriel Morcillo, el pintor de celestes bajo su sombrero murciélago, un día fugaz, un olor a jazmín y aguarrás al mismo tiempo. O la carpeta, firmada de su propia mano, del gran Manuel Maldonado en su estudio de cerca de Los Manueles, donde le invité a la tortilla del Sacromonte, cuando se hacía con el secreto de los sesos de borrego. O el artista del alambre, don Manuel Rivera, con el que cuajé una amistad cuerpo a cuerpo. Y el general, perdón, teniente general de Cataluña que hizo torero a un muchacho con cara de indio que se llamó Antonio Borrero Chamaco.

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Y ahí va, doña María la Canastera, hoy en bronce, en la Nochebuena en la que me dejó estar en su cueva del Sacromonte, donde aún permanece un recorte, ya sepia, pegado a la pared, junto a peroles de cobre y cerámicas de la antigua Fajalauza.

Pepe Tamayo, aquel gigante del teatro, rodeado de máscaras, en su casa de Madrid, con su vocecilla de niño: «Y aquí tienes a uno de los más grandes actores jóvenes de este tiempo, este paisano que se llama Paco Carrasco». Cierto. Y aquí el retrato siempre vivo de don Antonio Gallego y Burín, cuando le entrevisté para la serie 'Granadinos que triunfan en Madrid', siendo director general de Bellas Artes. Aquel señor, pero señor, señor, al que de alguna forma, y yo el primero, hemos ninguneado sin merecérselo y que me contó un sucedido de cuando ante Franco, visitando una magnífica exposición del pintor manchego Gregorio Prieto, escuchó que el artista le decía al pasar delante de un retrato: «Y este es el cuadro que yo le hice en su día al poeta García Lorca, que, por cierto, excelencia, estaba enamorado de mí».

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Y Gallego Burín, que fue alcalde de Granada y bueno, corrigió en voz baja al artista: «¡Qué cosas tienes, Gregorio, a Federico dicen que solo le gustaban los hombres!». ¡Ay Granada, qué hubiera sido de ti sin la vida y sin la muerte de nuestro inmenso poeta! Por cierto, que ahora han descubierto que en la Luna hay agua, algo que ya sabíamos los granadinos, sobre todo, en mi caso, que tengo el premio del Pozo de García Lorca, que lleva una luna navegando sobre el agua oscura.

Tantos y tantos granadinos que me van faltando, Don Andrés Segovia, al que a acompañé en su día hasta Salobreña, que el Rey emérito (pobre rey rico), le habría ofrecido tres títulos: Uno, marqués de los Cármenes de Granada y el maestro respondió: «Señor, cuánto se lo agradezco, pero es tan literario que..., ya sabe cómo es Granada».

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–«Pues a ver, porque tú eres de Linares, ¿no?»

–«Sí, y no reniego, porque, aunque me siento muy de Granada, me parece que ya hay un marqués de Linares, hasta tiene su palacio en las Cibeles de Madrid».

–«Pues ya sabes, te haré Marqués de Salobreña, que es un pueblo muy bonito que hay en el Mediterráneo de Granada».

¡Lo he contado tantas veces! Pero es que uno, al menos en mi caso, tiene una sola vida que contar, que es la que poco a poco voy desgranando. Estoy entre la vida de hoy y la muerte de mañana, que a veces parece que son misma historia. Como la de Miguelón, el poeta, gigante, recitando un verso suyo, claro, a las niñas de la escuela Normal de Granada. O el alférez de aviación, que parece que ahora mismo lo estoy viendo, Paco Trinidad Espinosa, que se mató por querer volar más bajo, y que fue novio de aquella niña tan linda, Inés Vergara, que vivía en la calle de las Ánimas, conforme se subía a la Alhambra. O aquel Sebastián Pérez inolvidable, que me dio la oportunidad, igual que su hijo me ha dado tantas otras más tarde, de viajar por toda América buscando la huella de los granadinos que por allí hicieron más grande el nuevo continente, respondiendo a lo que un día me dijo Miguel de la Quadra Salcedo: «Si hay que firmarlo, lo firmo, pero sin Granada no habría sido posible el descubrimiento de América».

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Ya se me acaba la esquela. Podría escribir un libro, pero es un libro que ya tengo escrito. A ver cuándo lo publico. Viejos recuerdos, memoria, flores de la cuneta, qué fea, sobre todo en Granada, esa palabra: cuneta, aunque venga de cuna. ¿Saben cómo llevar a mis muertos, que son tus muertos, Granada, este puñado de margaritas con el suspiro habitual del cronista? Hoy, más que nunca, actualidad y noticia, que tengo el tiempo contado. ¡Granada, aaaaay mi Granada!

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