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Imaginen un paseo por la Gran Vía a principios del siglo XX. La próspera burguesía granadina, que había hecho dinero con la producción de remolacha y la fabricación de azúcar, aspiraba a hacer de Granada una gran ciudad al estilo de París, ahí es nada. El reto era ambicioso, porque el centro de la ciudad era un laberinto de calles, con sus estrecheces y vericuetos, en las que apenas cabía un tranvía. Con esa idea modernizadora, además de para facilitar la comunicación del centro con la estación de tren, se construyó una avenida amplia donde pasear, mirar... y dejarse ver.
La Gran Vía del Azúcar iba a inaugurarse en 1892, para celebrar el cuarto centenario del Descubrimiento de América. Precisamente por la efeméride se descartó el dulce nombre y acabó llamándose la Gran Vía de Colón.
En 1908, año en el que se construyó el Hotel Colón, la Gran Vía era un jaleo de andamios entre los se levantaban la Iglesia del Sagrado Corazón, el hotel París y varios edificios para viviendas, no mucho más. Poco a poco se irían construyendo los edificios del Coliseo Olimpia, el Banco Matritense, el palacete de los Müller, la Casa de la Perra Gorda o el edificio del Banco de España, hasta dar por terminada la calle, allá por el año 1934
Pero no adelantemos acontecimientos. Retrocedamos al año 1904. Un grupo de empresarios, entre los que se encuentran Manuel Rodríguez Acosta y Juan López-Rubio (el impulsor de la construcción de la Gran Vía), compró el primer solar de la calle, el que hacía esquina con Reyes Católicos. Con el proyecto firmado por Francisco Giménez Arévalo y bajo la dirección del arquitecto Juan Montserrat, se empeñaron en construir un hotel que rivalizara con el Victoria, el Alhambra Palace o el Washington Irving. Y así comenzó la construcción del Hotel Colón, que es uno de los edificios más bonitos de la Gran Vía y que va a definir la arquitectura granadina de aquellos primeros años del siglo XX.
Fracaso total. La idea del hotel no cuajó y en los años veinte el comerciante Ramón García Ruiz instaló aquí los Almacenes de Tejidos La Paz. El Nevada de mitad del siglo veinte. Tan populares entonces, como es hoy el centro comercial de Armilla. No eran los únicos de la ciudad. Competían con La Villa de París, La Isla de Cuba o La Magdalena, pero los mostradores de La Paz, eran de madera de caoba de Indias y llamaban la atención por su elegancia. También era muy comentado entre los clientes la buena estampa de los depedientes: «Parecen duques», decían. Su gran cartel vertical en la esquina de Reyes Católicos formó parte de la imagen de la Gran Vía durante décadas.
Los almacenes La Paz popularizaron también un simpático botones que exhibían en su escaparate. Era un muñeco con el cuerpo de madera que atrapaba la atención de los transeúntes con los movimientos de cabeza y brazos que exhibían sucesivamente letreros alusivos a las novedades que podían adquirirse en el interior. En los sesenta, cuando la firma Cortefiel arrendó la planta baja.
Avanzamos en el tiempo y llegamos a 1984. La antigua Caja General de Ahorros y Monte de Piedad compra el edificio por 250 millones de las antiguas pesetas y el 28 de noviembre de 1991, cuando la entidad celebraba su centenario, se inauguraba. Albergó la Obra Social, el club de esquí o las aulas de la sociedad de Estudios Económicos de Andalucía. Entonces en la ciudad el edificio se conocía como 'el de Cortefiel' y perteneció al banco, ya BMN, hasta que en 2017, el empresario Tomás Olivo, propietario del Centro Comercial Nevada, compró el edificio.
Ahora el edificio de Gran Vía prepara su apertura como hotel de cinco estrellas y rivalizará con el Hotel Victoria, el Alhambra Palace o el Washington Irving. Un edifició capicúa.
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