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Carlos V e Isabel de Portugal, copia de Rubens de un original de Tiziano.
La luna de miel granadina de Carlos V

La luna de miel granadina de Carlos V

La estancia en la ciudad de la Alhambra del emperador e Isabel de Portugal supuso el momento más feliz en la vida de la pareja

Antonio Callejón Peláez (Doctor en Historia del Arte)

Lunes, 2 de noviembre 2015, 01:10

La figura de Carlos V es una de las más complejas e influyentes del S. XVI. Nacido en Gante el 24 de febrero de 1500, era hijo de Felipe y Juana. Siendo aún un adolescente se convierte en dueño de un gran Imperio tanto en Europa como en América, al reunir la herencia por parte de sus cuatro abuelos (Maximiliano I de Austria y María de Borgoña y los Reyes Católicos). Tras la muerte de su abuelo Fernando, viaja a nuestro país en noviembre de 1517 para ser jurado por todas las Cortes que formaban los diferentes reinos de la España de aquel momento. Sus primeros años fueron difíciles, debido a las constantes oposiciones de que un extranjero poco conocedor de la situación política controlara los destinos de la nación más poderosa del siglo. De hecho, a su llegada a España, las Cortes castellanas le pidieron que se casara con una princesa española, algo que favorecería la hispanización del monarca. Para muchos de sus nuevos súbditos Carlos aparecía como un extraño, ya que había nacido y sido educado en el extranjero e incluso hablaba mal el castellano. El matrimonio celebrado con su prima Isabel de Portugal, de 23 años, acallaría la mayoría de las quejas hacia su persona.

Boda de Carlos e Isabel en Sevilla

Isabel era hija de María (cuarta hija de los Reyes Católicos y tía de Carlos) y de Manuel I el Afortunado. El cercano parentesco hacía necesaria la dispensa papal para contraer matrimonio, documento que se recibiría el 1 de noviembre de 1525. La emperatriz emprendió el largo viaje hasta Sevilla, donde se realizaría el encuentro de ambos consortes con una semana de diferencia. La boda se celebró en los Reales Alcázares de la ciudad del Guadalquivir el 11 de marzo. Allí se aderezó un altar y la ceremonia fue oficiada por el arzobispo de Toledo, siendo los padrinos el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. La dote de Isabel fue de 900.000 doblas de oro mientras que Carlos otorgaba a su futura esposa 300.000 doblas en calidad de arras. Se llevaron a cabo justas, torneos, fiestas de toros y juegos de cañas. Los recién casados y la Corte al completo partieron con destino a Granada, ciudad elegida para pasar la luna de miel, a la que llegarían el 5 de Junio, aunque no fueron recibidos solemnemente hasta el día 8.

Granada, ciudad nazarí y cristiana

Desde que se conoció la noticia de la visita imperial a Granada, la ciudad comenzó una serie de reformas para mejorar su aspecto, como la reparación del camino Real desde Santa Fe, los accesos de la puerta de Elvira, el arreglo de la Plaza Bib-Rambla, el empedramiento de algunas calles y el derribo de casas para ensanchar ciertas partes del Albaicín. También se acometieron celebraciones para el recibimiento de la pareja imperial muy parecidas a las que se habían llevado a cabo en Sevilla, y se construyeron varios arcos de triunfo.

Para la realización de estos decorados arquitectónicos se propuso a Pedro Machuca, de una amplia formación italiana y gran conocedor del nuevo lenguaje renacentista. La puerta de Elvira estaba decorada con un arco triunfal y algunos arcos más completaban la decoración del resto de la ciudad. Todas las personalidades de la ciudad salieron a recibir a los nuevos emperadores con sus mejores galas, a excepción del arzobispo Pedro Portocarrero debido a una grave enfermedad que acabaría con su vida en poco tiempo.

La pareja imperial permanece en Granada durante 5 meses

Debido a la estancia de los emperadores, Granada se convirtió en corte imperial y centro del mundo. Se produjo la llegada de infinidad de embajadores y hombres de letras, entre los que destacaban Boscán, Garcilaso de la Vega, Baltasar de Castiglione o el diplomático veneciano Andrea Navagero. Nada más llegar, los emperadores se establecieron en la Alhambra, como correspondía a su calidad de soberanos. Carlos V residió entre las habitaciones preparadas por sus abuelos y la zona del Patio de los Leones, mientras la emperatriz disfrutaba su estancia en el otro lado del palacio de Comares, la zona conocida como el Cuarto Dorado.

Los emperadores gozaron de su romance en los palacios de la Alhambra y según algunas fuentes, Carlos ordenó plantar en honor a Isabel unas flores persas que se convertirían en uno de los símbolos peninsulares: los claveles. Durante ese verano Isabel quedó embarazada del futuro Felipe II, que nacería en Valladolid el 21 de mayo de 1527.

Dos soberanos, dos Cortes separadas

Isabel tuvo un papel decisivo en el cambio en los usos residenciales de la monarquía española, ya que como esposa del emperador requería unas residencias debidamente preparadas y decoradas. Las comodidades y facilidades de habitabilidad de otros palacios no se disfrutaban en la Alhambra, ya que el palacio musulmán no estaba diseñado para albergar a una corte europea de inicios del S. XVI. Todo ello supuso ciertos problemas lo que, unido a los dos temblores de tierra ocurridos en la ciudad que tanto asustaron a la emperatriz y a su séquito, motivaron que tanto ella como sus damas buscaran refugio durante el terremoto de la noche del 4 al 5 de julio en el monasterio de San Jerónimo, en la parte llana de la ciudad, mientras el emperador continuaba residiendo en la Alhambra.

Los emperadores necesitan un nuevo palacio

Los problemas que propiciaron el traslado de la emperatriz al monasterio de San Jerónimo también afectaron a la corte, que se quejaba de la estrechez del lugar y de lo inadecuadas de esas estancias, al no estar acostumbrados a las residencias reales musulmanas. Para resolver esto, el emperador encargó la construcción de un nuevo palacio junto a las dependencias nazaríes de la Alhambra, lo que atestigua la importancia simbólica que para Carlos V tenía la ciudad de Granada.

La relevancia del encargo es aún mayor si tenemos en cuenta que se trata de crear un palacio totalmente nuevo, y no de remodelar antiguas construcciones como se hacía normalmente hasta esa época. Carlos planteó su palacio integrándolo en la obra musulmana, de modo que el antiguo palacio nazarí sufriera al mínimo las consecuencias de las obras.

Carlos V elige la Catedral como lugar de enterramiento y funda la Universidad

Pero el emperador también necesitaba un lugar en el que reposar para toda la eternidad. Carlos V no apreciaba la Capilla Real, que consideraba un sitio estrecho y oscuro, y destinó la capilla mayor de la nueva Catedral a panteón imperial. Por este motivo se preocupo de supervisar las obras que ya se habían iniciado.

Hasta su llegada a Granada se pretendía erigir exclusivamente una Catedral, pero una vez decidido a enterrarse aquí, fue necesario un nuevo proyecto que debía desarrollarse conforme al estilo renacentista que empezaba a imponerse en la ciudad. Además, la gran cantidad de intelectuales que rodearon a la comitiva imperial, que eran los humanistas más prestigiosos del momento, trajeron consigo las modernas ideas del erasmismo y una educación basada en los autores clásicos acordes con la visión cristiana del conocimiento. Una comisión de obispos y letrados se reunió en la Capilla Real para crear un proyecto de formación de hombres doctos que defendieran la fe e impusieran el nuevo modelo cultural, germen de la Universidad de Granada.

El peligro turco acaba con la luna de miel

El emperador decidió abandonar Granada debido a la noticia de la muerte de su cuñado Luis de Hungría ocurrida el 13 de noviembre de 1526 durante la batalla de Mohacs, con el consiguiente peligro de una posible invasión turca en tierras de los Habsburgo. El traslado de la corte se produjo el 10 de diciembre de 1526, pero una de las últimas decisiones fue la creación de la nueva Universidad y que el proyecto de panteón catedralicio se realizara en estilo renacentista. También la idea de la construcción del nuevo palacio seguía en pie. Con estos tres proyectos, Carlos V podía manifestar la unidad y concordia de la Iglesia y el imperio, la universitas christiana en el inicio de unos nuevos tiempos cuya capital simbólica habría sido Granada. Así, tanto Siloé en la Catedral, como Machuca en el palacio, realizarían dos obras clásicas que dejarían una huella visible de la mentalidad humanista que inundó nuestra ciudad durante el verano y el otoño de 1526.

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