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Ben-Jazmin

Era el tercero, el diferente y extraordinario. Nuestro hijo y nuestra nuera recibieron, con él, un regalo insospechada e inmensamente mejor que todo lo que hubieran podido imaginar o anhelar.

franceso leone bosso

Lunes, 28 de diciembre 2015, 00:06

Había nacido la Noche de Reyes. Hacia las seis de la tarde, cuando la humilde cabalgata recorría las curvas de la entrada al pueblo (flanqueada por pequeños bancales de pastos y granados), ya la nuera iba en ambulancia hacia el centro de salud. Sí, sí: en un pequeño pueblo del Valle de Lecrín. Unas dos horas más tarde, ¡ya teníamos otro nieto! El tercero, el diferente y extraordinario. Nuestro hijo y nuestra nuera recibieron, con él, un regalo insospechada e inmensamente mejor que todo lo que hubieran podido imaginar o anhelar.

Lo llamaron antes de que su nombre quedara registrado en juzgados y sacristías Arnaldo, imitando sin duda algún sonoro onomástico (Ardinaldus, Fridericus) de las novelas de Umberto Eco. Ahora bien, para mí era y siempre lo será Ben-Jazmín de Lecrín. Únicamente en contadas ocasiones me he permitido llamarlo, tras haber él cometido alguna travesura:

¡Ay, como te pille, mio piccolo Ardinaldo!

Pero volvamos ahora al apelativo que prefiero, a Ben-Jazmín. He de aclarar que desde siempre me han gustado, para mis familiares próximos, los nombres florales. Y que, cuando no he podido decidir sobre ello, he procurado casi siempre utilizar apodos de este género. Así que, en mi extensa familia, hay Rosas, Floros y Floras, Margaritas y una Azucena. Además de los motes cariñosos como Flor de Salvia, Manzanito, Tomillo, Lavándula o Jacinto.

Pues bien, concebido nuestro Arnaldito a primeros de abril, quise imaginar para él, en cuanto nació, unos padres con cualidades vergelianas y primaverales. Así que mi hijo, el padre de la criatura, sería en mi relato un jazmín, un frondoso Arbusto de Jazmín. Mientras que nuestra nuera, la sana y bella esposa de mi hijo, recibiría el sobrenombre metafórico de Rama de Madreselva.

¿Y lo de ese Ben antepuesto a Jazmín, tal como figura en el título? Pues muy fácil. Así como en español González o Fernández significaban, en un principio, hijo de Gonzalo o hijo de Fernando, en las lenguas semíticas se antepone Ben al nombre paterno, con el mismo significado que nuestro sufijo -ez. (Un ejemplo: en Alcalá la Real hubo en época medieval un personaje, poeta entre otras cosas, llamado Ben-Zaide; es decir, Hijo de Saíd. Y la ciudad andaluza conocida como Benalmádena significaría Hijos de las Minas). Asimismo, el último hijo varón de Jacob se llamaba Benjamín, palabra de sonido muy parecido al apodo que di a mi nieto, Ben-Jazmín. Por esa similitud de pronunciación, así acabaron llamando a mi tercer nieto, en los ámbitos familiares y vecinales. Benjamín por aquí, Benjamín hacia allá.

Introducidos, mis hijos, mi nieto y yo en esta suerte de maraña de nombres, apodos y sobrenombres, nuestros días, meses y años se han ido complicando. Y eso, hasta límites insospechados. Las cosas habrían podido desarrollarse de manera, digamos, más lírica o, al menos, no tan problemática. Pero no: nuestra difícil Piel de Toro y no pocos de sus habitantes son o somos muy dados al comentario rudo, irónico, faltón incluso.

Bastantes de nuestros vecinos no tuvieron a bien respetar ese pedacito de verde parcela, apenas un pañuelo hortícola en todo el Valle de Lecrín. Y así, cada vez que nos oían nombrar a nuestro Arbusto de Jazmín, a la Mata de Madreselva o al queridísimo Ben-Jazmín, comenzaban unos y otros, entre risas cómplices, a prorrumpir en insultos más o menos directos, en ironías mal disimuladas:

Digo. ¡Podrían entre todos montar una floristería!

Pues yo digo que, para jazmines y madreselvas, mucho mejor las granadas que se dan en nuestros campos: postre bien sabroso y de ricas vitaminas.

Y esa madreselva... ¿no estaría mucho mejor en África, con los leones, reyes de la selva? Ja, ja, ja.

Anda que jazmín, jazmín... ¡Menuda guasa se llevarán con el nombrecito los otros niños!

Diga usted que sí. Vaya chufleo que armarán los chicos, los rudos y varoniles chicos del recreo!

¿Y por qué no lo llama su familia Arnaldo. o Árnal, como está mandao? Por lo menos Arnaldo, Arnoldo son nombres conocidos. ¡Hasta lo lleva el actor ese, el californiano Schwarzenegger!

¡Pobre nieto mío, mi querido nietecillo! No quiero que acaben mal estos párrafos que para ti he escrito. Así que, por favor, en tu escuela, en casa de los abuelos y de los titos, ante el Belén del Ayuntamiento, o bien corriendo detrás de los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar, acuérdate de guardar dentro de tu corazoncito ingenuo y tierno aquellos nombres que un día imaginé: Madreselva, para tu mamá; Jazmín, para tu padre; y Ben-Jazmín, Benjamín, para ti solito. Mientras tanto, esperaremos con paciencia que la gente se vaya olvidando de ellos. Y cuando nos oigan en la calle, en el colegio o en el parque, disimularemos con el nombre que figura en los papeles oficiales:

¡Arnaldooo!

Ya voy, abuelo.

¿Has hecho ya todos los deberes?

Me faltan todavía dos.

¡Ay, Arnaldo! Así me gusta, di siempre la verdad.

Abuelo, un beso.

Un abrazo, mio piccolo Ardinaldo.

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