Desearía que fuera como las de ayer

Al recordar con mis ojos cansados aquellos años de nieve y chimenea, de zambombas y villancicos familiares, de sidra escasa y caramelos baratos, llego a la conclusión de que esta Nochebuena desearía que fuera como las de ayer

MAGDALENA IZQUIERDO OLVERA

Domingo, 3 de enero 2016, 00:26

No estoy de acuerdo con eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

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Sin embargo, al recordar con mis ojos cansados aquellos años de nieve y chimenea, de zambombas y villancicos familiares, de sidra escasa y caramelos baratos, llego a la conclusión de que esta Nochebuena desearía que fuera como las de ayer.

¡Las de ayer!

El pasado, como potro salvaje cabalgando sin piedad, inunda mis pestañas de lágrimas y coloca amargas espinas en cada partícula de mi cuerpo desamparado, ansioso de manos, de diálogo, de silencios...

Vivo soñando en el ayer, perdida entre las hojas amarillentas de cincuenta o sesenta almanaques, bajo un cielo sin luna y sin estrellas que amanece con un sol debilitado, titubeante, sin esperanza.

¡Cielo sin luna!

¡Sol sin esperanza!

Y en esa oscuridad irrumpe la música profana y estridente, los regalos envueltos en falsedad y plata, los anuncios publicitarios que nos idiotizan, los buzones atestados de peloteo y mentiras. Entonces sí me identifico con eso de que cualquier tiempo...

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Tiempo pasado.

Aquellas Nochebuenas.

Abuela, canta otro villancico.

¿Cuál te gusta, hija mía?

Todos. El que tu quieras.

Mientras ella correspondía a mi petición, el viento estrellaba sólidas gotas de lluvia en los cristales. Yo me acercaba a sus canas buscando cariño, protección ante la tempestad; buscando, entre su amor y mis miedos, entre sus caricias y mis dudas, el resplandor divino en la neblina del agua.

Mi abuelo, alto como un ciprés engendrado en semilla de Quijote, atizaba la lumbre, cuidando que no se quemaran las orejas y el rabo del perro, que era un miembro más de la casa.

Mi madre preparaba la cena familiar: pollo, arroz con leche, dulces caseros y una latas de melocotón en conserva.

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La lluvia dio paso a la nieve y en pocos minutos una alfombra blanca cubrió las calles, los patios, la plaza y los tejados. Daba la sensación de que la vida y el mundo se habían extinguido; sólo la voz dulce y quebrada de mi abuela parecía existir.

En el portal de Belén

hay un viejo haciendo botas...

Mi padre, a la luz del quinqué, porque la otra, como cada invierno, estaba muchos días ausente, se esforzaba en leer un libro de pastas grises. En los cristales de sus gafas se dibujaban tenuemente las vocales, los acentos, las comas...

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En un rincón de la estancia, sobre una mesa, el Portalito de Belén, los Reyes Magos, la estrella, el musgo, los pastores y la silueta de un río que mi madre, con esmero y cariño, preparaba cada año.

El perro se levantó lentamente, miró a mi hermano mayor y agachó las orejas. En ese instante tuve la sensación de que se disponía a dar la bienvenida al Niño recién nacido.

Aquella noche, de manera excepcional, me fui a la cama muy tarde, y aún así, durante muchos minutos, sonaron en mis oídos los cánticos de la fiesta.

... Esta noche es Nochebuena

y mañana Navidad ...

No sé el tiempo que tardé en dormirme. Al despertar, nada era como ayer.

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